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JAVIER GARCÍA MARTÍN
Domingo, 2 de noviembre 2014, 13:38
Todo no iba a ser Palomares. La historia de la provincia está plagada de sucesos que, transmitidos con ánimo vehemente y una gran querencia por lo desconocido, forman ya parte de la versión menos ortodoxa del imaginario colectivo almeriense. El catálogo de acontecimientos en los que sus relatores entremezclan brujería con delincuencia o avistamientos de ovnis con leyendas clásicas es tan amplio como atractivo y supera con creces los límites -para algunos todavía inconcretos- de aquel incidente nuclear que puso a Almería en el mapa de lo enigmático allá por los años sesenta. De hecho, la participación de la provincia en la crónica de la Historia negra española es contemporánea a su misma escritura.
De todos, quizás el más popular es el caso de las apariciones en el Teatro Cervantes de la capital. La historia comienza en enero de 1922. La actriz Conchita Robles interpreta una de sus piezas ante un auditorio atento. De pronto, detrás del escenario emerge el contorno de un hombre armado que dispara contra la intérprete. El público, entusiasmado ante la verosimilitud de lo que parece parte de la obra, aplaude con fuerza hasta que la mayoría de las personas se percatan de que lo que acaban de presenciar es un asesinato en directo. Este crimen pasional, si se permite la licencia para usar terminología desfasada, da soporte hoy a los relatos de muchos que, sin conocer la historia, afirman haber visto a una fantasma cruzando el escenario durante las noches de guardia.
1. La rumorología cuenta que en los Refugios de la Guerra Civil se producen apariciones.
2. Un delincuente exorcizó a treinta niñas en Vícar antes de la llegada de la Policía.
3. La Justicia tuvo que tomar parte en el caso del hombre del saco de Gádor.
4. Los ufólogos recopilan avistamientos de ovnis entre Bacares, Olula de Castro y Tahal.
5. Según la leyenda, el fantasma de la actriz Conchita Robles sigue en el Cervantes.
«Este es el caso que más fama ha dado a la Almería desconocida», describe el escritor Alberto Cerezuela, popular por la publicación de tres libros que hacen memoria de acontecimientos legendarios, extraños y ocultos. Cerezuela, colaborador del veterano programa televisivo Cuarto Milenio que comanda el periodista Iker Jiménez, publicará el próximo 10 de noviembre un cuarto volumen con nuevas historias sobre «casas encantadas, magia negra y crímenes sin resolver», confiesa. Preguntado por los casos que más le han sorprendido, señala dos: el del hombre del saco de Gádor y los misterios de los Refugios de la Guerra Civil.
Grasa humana
Sobre el primero, la crónica oficial cuenta que, en 1910, unos desconocidos raptaron a un niño al que introdujeron en un saco para, después de matarle, extraerle sus tejidos adiposos que luego serían entregados a alguien que les presuponía cualidades sanadoras. «Este suceso me impresionó especialmente por la crueldad del asunto y porque, después de leer el proceso judicial, siempre me quedó la sensación de que el receptor de esa grasa era alguien poderoso», señala el escritor.
Cerezuela participa cada quince días en una ruta por los Refugios de la Guerra Civil, donde complementa el relato historicista de los guías del sitio con apuntes enigmáticos para incrementar el disfrute de los asistentes. «Algunos visitantes me han contado que han visto niños y hay testimonios de gente que dice que les acompañaba alguien en la excursión que de pronto desaparecía», cuenta. «Es un sitio donde se palpa un ambiente especial».
Sin embargo, la provincia no es ajena a episodios menos castizos. La fiebre de los avistamientos ovni es un clásico también en estas latitudes. En concreto, el área que queda entre Bacares, Olula de Castro y Tahal se conoce en el mundillo de la ufología como el triángulo de las luces por la elevada tasa de supuestas apariciones de visitantes alienígenas. Cerezuela cuenta, incluso, que existen relatos de personas que afirman haberse cruzado, siempre mediando la nocturnidad, con humanoides de hasta dos metros de alto vestidos de blanco.
«Otro de los mayores enigmas es el de los fuegos de Laroya», explica el autor. La historia cuenta que durante el verano de 1945 se registraron hasta 300 incendios espontáneos de útiles, cosechas, animales, e incluso, en el vestido que una niña llevaba puesto mientras jugaba. «Franco envió a un grupo de ingenieros -la gente los recuerda-, que elaboraron un dossier inconcluyente de más de doscientas páginas», apostilla. Pero no todos los acontecimientos se pierden en la memoria del tiempo. Algunos muy recientes se cruzan con los sucesos más escabrosos que guardan los atestados policiales. Vícar, en 1990, vivió una experiencia aterradora cuando las fuerzas de seguridad entraron en un almacén y se encontraron con treinta niñas sufriendo espasmos y echando espuma y sangre por la boca.
Un supuesto exorcista había convencido a sus padres de que las menores eran portadoras del demonio y se había ofrecido a sanarlas, «después, claro está, de suministrarles alguna sustancia que les hacía reaccionar de esa manera». Sea como fuere, este es solo uno más de los capítulos más asombrosos de la historia oculta de Almería, una crónica tan infinita como la capacidad humana para relatarla.
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