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JOSÉ LEYVA
Viernes, 3 de abril 2015, 00:50
Estoy en deuda con la Hermandad del Silencio desde hace unos años. No poder verla hasta que llega a carrera oficial y no poder, por tanto, contarles cómo se produce su salida desde la iglesia de San Agustín porque, para cuando eso ocurre, ya hemos cerrado la redacción, es una espinita que se me clava tan a dentro como igual la sienten los hermanos de la Hermandad. Así que este año, en un alarde de omnipresencia periodística casi milagroso, he querido reparar esta deuda y, recurriendo a todos los medios posibles, he querido estar al tanto del minuto a minuto para recogerlo en estas páginas de IDEAL y ofrecérselo a todos ustedes.
Apenas había dado tiempo a que, en mi reloj, las manecillas marcaran las nueve de la noche cuando se abrían las puertas de la iglesia de San Agustín y el cortejo del Silencio salía a la calle para hacer cofradía a la hermandad y realizar su estación de penitencia. La bella y singular cruz de guía de la corporación pisaba la acera seguida de los primeros penitentes. Portaban en sus manos, por dentro de las filas, cirios blancos en lugar de los color tiniebla que han venido procesionando en los últimos años y, con su comportamiento, ponían de manifiesto el carácter de luto que identifica a esta hermandad. No en vano su titular Cristífero, el Señor de la Redención en su Descendimiento, recoge los primeros momentos de la muerte de Jesús, justo cuando es descendido de la cruz por sus más fieles amigos.
La música de capilla se comenzó a escuchar en el interior del templo incrementando su volumen a medida que se aproximaban a la puerta. Luego fue, casi entre susurros, la voz de Alejandro Suárez y el racheo de los pies de los costaleros del paso de misterio el que fue llenando de sonido el silencio que dominaba la Rambla de Alfareros. Entonces se obró el milagro y, en una delicada maniobra de salida, el Señor de la Redención en su Descendimiento y su paso de misterio sortearon la puerta de la iglesia y, cogiendo en un puño el corazón de los almerienses que contemplaban la salida, despertaron las primeras emociones y las primeras lágrimas.
Volvieron a salir penitentes del interior de la iglesia, diferentes insignias que la hermandad procesiona en su Estación de Penitencia y, tras la presidencia, el paso de palio de la Palomita de San Agustín que, tal y como ya había tenido oportunidad de comprobar estos días atrás por las redes sociales, estaba radiante de guapa. No sé qué tiene esta virgen que, entre sus manos cruzadas, sus ojitos casi cerrados y su cara de niña, aún encierra algo más que la hace especialmente dulce y querida.
Ayer mismo por la mañana, a la hora del Ángelus según un mensaje en redes sociales, la Hermandad de Estudiantes llevaba la rosa que, tradicionalmente, regala a la Hermandad del Silencio para que procesione a los pies de la Virgen. «La Esperanza me envía. El Consuelo me espera. Y yo subo al Ángelus», hermoso mensaje que recoge las dos advocaciones almerienses salidas de la gubia del imaginero Castillo Lastrucci, y que un reciente descubrimiento ha revelado que se encargó la hechura de ambas imágenes prácticamente a la vez.
El goteo de mensajes de mensajería instantánea cesó cuando la Señora del Consuelo salió a la calle y me dejó sin información. Cosa que no me sorprende si tenemos en cuenta que, cuando el Silencio sale a realizar Estación de Penitencia, es lo único que importa y solo hay ojos para disfrutar de su cortejo, de la sobriedad y patetismo del impresionante grupo escultórico del Descendimiento y de la belleza incomparable de la Virgen del Consuelo que, un año más, iba ataviada para reventar de dulce y de guapa.
Sí puedo contarles que la hermandad ha presentado como novedades este año la primera fase de bordado del manto de la Virgen de la Piedad, que forma parte del Misterio del Descendimiento y que, en este mismo paso, también se han restaurado los casquetes de la Cruz y las potencias del Señor de la Redención. Asimismo, también puedo contarle que la hermandad ha confeccionado treinta nuevos equipos penitenciales y que la nómina de personas que componen el cortejo, por tanto, se ha visto incrementado en comparación con años anteriores.
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