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GINÉS VALERA ESCOBAR
Martes, 13 de diciembre 2016, 01:09
Almería experimentó en el siglo XIX un gran desarrollo urbano gracias al crecimiento económico generado por la minería y los cultivos uveros. Superada la Almería medieval (heredara de la musulmana) y conventual, aparece una nueva clase burguesa emergente que consolidará modelo de ciudad liberal a partir de la desamortización de huertas de las órdenes religiosas de Franciscanos, Dominicos y Trinitarios y del derribo de las murallas encorsetadoras, con trama ortogonal en la reforma interior y en los ensanches de las atarazanas y terrenos liberados, gran bulevar arbolado, glorietas organizadoras y jerarquizadoras de espacio, edificios representativos de estética historicista y públicos de uso cultural.
La apacible ciudad mediterránea homogénea y equilibrada horizontaneaba con sus terraos tan solo interrumpidos por la verticalidad de campanarios de Iglesias y Conventos y la torre de los perdigones. Ya han sido punta de lanza Alfonso Ruiz, Emilio Ángel Villanueva, Silvestre Martínez y Juan José Tonda con sus sesudas investigaciones sobre el tema.
Con la industrialización de los 60, el proceso liberalizador aperturista del franquismo produjo un aumento sustancial de la renta familiar y de exigencia de servicios en España, dando lugar a lo que se denominaría «desarrollismo».
Pero al paralizarse la gestión de suelo urbanizable en lo que debieran ser la zona de expansión natural a levante con la consiguiente falta de cesiones
gratuitas al Ayuntamiento de zonas verdes y suelo para dotaciones y equipamientos sociales y ante una inexistente conciencia y normativa y ordenanzas proteccionistas, la perentoria necesidad de vivienda por el aumento de la población precipitó que los especuladores se ensañaran con la ciudad heredada y preexistente, destruyendo irreparablemente el patrimonio arquitectónico de casas burguesas y viviendas obreras, devastándolo y sustituyéndolo por bloques de pisos de dudosa estética y materiales pobres con altísima densidad edificatoria.
Sirva de ejemplo decir lo que ya alertó el prestigioso urbanista Gerardo Roger: mientras que en la década de los 50 se construyeron 4.593 viviendas, del 60 al 70 se levantaron 17.361 unidades. Según el censo del 1950, el 70% de los edificios (10.200) son anteriores al año 1900 y en 1980 tan sólo sobreviven 2.000 edificios anteriores al año 1900.
En los años 60 a 70, la actividad edificatoria se circunscribe de manera casi exclusiva sobre la ciudad consolidada, actuando por sustitución en vez de lo razonable que hubiera sido la conservación y rehabilitación, o los remontes como mal menor. Se llegó a una altísima densificación del casco histórico al pasar de una o dos plantas o como máximo tres que tenía la ciudad histórica, a ocho ó diez alturas. Almería estuvo así sometida a una brutal presión inmobiliaria con objeto de aprovechar las infraestructuras existentes (mucho más económico) pero con las graves consecuencias de congestión, desaparición del patrimonio y agravamiento de los déficits dotacionales.
La consecuencia no puede ser más nefasta: estamos ante una ciudad histórica en parte irrecuperable, rota, sin identidad ni memoria, degradada, desfigurada y desdentada de forma intensa en el Paseo con impactantes medianeras. Se impone recuperar en lo posible el patrimonio urbano que defina la personalidad urbana, adecuando edificabilidades y uso residencial y terciario a los aprovechamientos históricos y a la capacidad de las infraestructuras y tramas viarias existentes.
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