

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Juan Jesús Barquero Baena
Martes, 30 de agosto 2022, 00:05
En un principio, el edificio donde hoy en día se encuentra el Parque Sur de bomberos, se concibió para servir de estación de autobuses. Si bien –todo es posible en Granada– la terminal metropolitana, que no conoció maleta ni pasajero alguno, evolucionó a sucursal hacinada de los bomberos de la zona sur de la ciudad. En la actualidad, se erige por arte de birlibirloque en Parque Centro, un lugar de trabajo reciclado que ni siquiera ofrece el elemento más típico de un Servicio contra incendios: la torre de entrenamiento. También hubo un tiempo en que el Parque Sur se instituyó en la terminal de los castigados, el exilio forzoso de algunos bomberos que no se atenían a la norma. A los rebeldes cimarrones que cruzaban el Rubicón, los caminos (y la penitencia) los guiaban al Sur, siempre al Sur.
Un año antes de jubilarse, al bombero telefonista Alfonso Mendoza le leyeron sus derechos y le dieron pasaporte. Vomitado desde el Parque Norte, naufragaba en el Parque Sur a consecuencia de una medida disciplinaria; el detonante: desobedecer una orden que le instaba a aporrear el teclado del ordenador de la Central de Comunicaciones. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué le llevó a este acto de rebeldía? ¿Sus más de 60 años? ¿El miedo frenético al nervioso ratón, a los virus del ciberespacio o a los troyanos de la electrónica? Quién sabe.
Mendoza se despidió de su puesto en la Central telefónica con un lapidario «¡A otro perro con ese hueso!», cargado de la chulería del que escupe «Arrivederci capitano» si le toca el Gordo de Navidad. Silbando 'Cambalache', el tango envenenado de los indignados («¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!»), arrojó su insignia y el auricular al pie de la imagen de Afán de Ribera, el gachó que fundó hace más de 200 años el Cuerpo de Zapadores–bomberos del Ayuntamiento de Granada, el primero de España. Acto seguido, con el orgullo pellizcado, apretaba el paso y salía farfullando por la puerta de atrás con desdén y vergüenza torera. Alfonso partió apresuradamente rumbo al Sur, con el sosiego del que nada tiene, nada anhela y nada espera.
En consecuencia, cambió sus botas de fuego por unas alpargatas de andar por casa, exiliado al calor del Parque Sur, tal vez menos parque, pero caóticamente más acogedor y amable que el mamotreto Norte. A la mañana siguiente, se presentó en su nuevo destino anunciando con voz cantarina: «Hola, muy buenas, soy el jefe de los que no hacen nada». Al verlo aparecer, alguien se mordió el labio inferior, otros mostraron indiferencia y uno murmuró: «El castigo es para nosotros». Como se verá, el listo metía la pata hasta la rodilla de los borricos, el corvejón.
Un mando de bomberos atesoró en su diario lo sucedido durante aquellos meses: «Una vez instalado, a Mendoza le cedieron una caja de herramientas con menos utensilios que un Neandertal. La rellenó poco a poco con actitud férrea de hormiguita: una llave 'todoacién' por aquí; un martillo huérfano por allá; un destornillador de contrabando… Primero, tuvo el detalle de arreglar la toma de alimentación de un ordenador, tal vez una forma civilizada de desquite y de sanar heridas. Con paciente maestría consumía sus horas, domaba su temperamento y explotaba su ingenio; trabajaba con rigor artesano y cada día nos sorprendía con algún cachivache reparado o una invención de su cosecha. Por lo demás, con un estilo desconocido, y que su fama había sepultado bajo una escombrera mohosa, charlaba con las señoras de la limpieza con la educación de un caballero de monóculo y zarzuela. Alfonso, el del corazón de piedra, se convirtió en el muro de los lamentos de sus camaradas.
Cada vez que observo los callejeros, a los que Alfonso dotó de unos oportunos focos de luz, me viene a la mente el recuerdo de verlo ensimismado, con las gafas de cerca sobre la punta de la nariz, cuando, esgrimiendo su vetusto destornillador, se batía el cobre con un enchufe o con la Bruja Avería. A veces, con malhumor fingido, se atusaba el bigote mientras pedía colaboración: «¡Chavea, mándame a un bombero, sin prisas, cuando puedas, que las prisas son trampas del demonio!». En unos meses, la plantilla se habituó a su triste figura y, ahora que se ha dado de alta en el exclusivo Club de los Bomberos Muertos, ¡lo echamos tanto de menos!
Un día nublado, apareció en el tablón de anuncios una nota anónima clavada con un viejo destornillador: «A la memoria de Alfonso Mendoza Pérez, nombre de conquistador, bombero de oficio, acrisolado en cantinas, conservado en palo cortao y carajillo, reliquia de conocimiento callejero. Sosteniendo socarrón la vela de su destierro, perdió el norte y su puesto de telefonista; con todo, la fortuna lo llevó al Sur, siempre al Sur. Pactó con un ángel rebelde y, a cambio de su alma, ganó el juicio final, el sumario de nuestra opinión. Deja vacante la jefatura de los que no hacen nada, si bien las brujerías de sus pequeños arreglos permanecen y lanzan aullidos por su jefe; de momento, crucemos dedos, campan a sus anchas en servicio activo. Alfonso, los bomberos, tus camaradas y amigos no te olvidan porque, entre otros hechizos, has armado las luces que nos permiten ver con más claridad las calles hacia donde debemos dirigirnos. Algunas son el infierno, otras nuestro futuro».
Han pasado años desde que la llama de Alfonso se apagó. Ayer, estuve meditando sobre aquella época dorada (¡Juventud, divino tesoro!); no me quito de la cabeza al maestro Mendoza y sus lecciones de vida. Hoy, temprano, me he plantado ante los portones del Parque Sur. Llevaba enfundado en el cinto un destornillador que, desde hace lustros, esperaba en mi taquilla. Estuve estudiando los callejeros perfectamente iluminados. A continuación, me he acercado al sargento mientras silbaba cierta melodía porteña y, acto seguido, he declamado con entusiasmo burlón: «Buenos días, mi sargento: soy el jefe de los que no hacen nada».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.