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Domingo, 19 de abril 2015, 11:45
Cuando Daenerys de la tormenta de la Casa Targaryen, khaleesi de la sangre de la antigua Valyria, la que no arde, madre de dragones, rompedora de cadenas, reina de los Ándalos y los primeros hombres y reina de Meereen llega a su casa de Hampstead reconvertida en Emilia Clarke (Londres, 1986), coge el teléfono y llama a su madre. Nada mejor que una charla con quien te ha traído al mundo para recuperar la cordura cuando, en solo cinco años, una pasa de servir cafés en un bar del Soho a convertirse en la protagonista de un fenómeno planetario.
La joven que hoy lidera un ejército de libertos castrados y cría dragones adolescentes para vengarse de sus enemigos en la adaptación televisiva de la saga Canción de hielo y fuego del escritor George R. R. Martin, acumulaba en su currículum poco más que un anuncio de jabón y una colaboración en un episodio de la telenovela Doctors cuando el azar la transformó en aspirante al Trono de Hierro. Nada es lo mismo desde entonces.
La industria del cine bebe los vientos por esta joven que ni es rubia tardan dos horas cada día de rodaje en caracterizarla y colocarle su espectacular cabellera dorada, ni alta mide 1,57 y, aunque cueste trabajo creerlo después de haberla visto dominando dragones, ni siquiera es valiente: «Una cucaracha enorme, a la que llamé Roberto, vivió conmigo durante un tiempo en Nueva York. Nada más verla la metí en una caja y durante semanas viví aterrorizada pensando en que, al abrirla, me encontraría bebés de Roberto por todas partes», ha contado la actriz que asegura tener mucho menos en común con su alter ego televisivo de lo que desearía. «Me gustaría pensar que existen similitudes entre nosotras, pero, definitivamente, yo soy más idiota que Daenerys».
Era difícil imaginar que solo un año después de acabar sus estudios de arte dramático en el Drama Center London, esta vecina del condado de Berkshire con marcado acento de la costa este, aderezado con años de internado (fue al St. Edwards School en Oxford), se convertiría en un ídolo de masas capaz de rechazar un caramelo del tamaño de Anastasia Steel. Emilia, que está a punto de presentarse al mundo como Madre de la Resistencia en la nueva entrega de Terminator que se estrenará en julio, dijo no al papel protagonista de la superexitosa Cincuenta sombras de Grey. A la actriz británica le parecía que su cupo de sexo en pantalla estaba, de momento, sobradamente cubierto.
Qué dirían en casa
Y es que la niña de cara angelical reconoce que cuando le hicieron llegar el guion de Juego de Tronos se debatió entre la emoción de saber que estaba ante la oportunidad de su vida y la preocupación por cómo encajarían en casa algunas escenas en las que la khaleesi enseña su khalasar, amén de mantener una relación algo más que fraternal con su hermano.
Emilia optó entonces por utilizar la ancestral técnica de decírselo a su madre y que fuera ella la encargada de defender el asunto ante su padre. Y es que Dany, como le llama su familia, a la que adora, sabe que en casa lo que sobra es carácter. «Cuando era pequeña la orden de mi madre era no consumir drogas, no tener relaciones sexuales y no tocarse las cejas. Así que, de niña, me consideré maltratada por tenerlas ridículas. Me ordenaba que las peinara con vaselina antes de irme a la cama y aseguraba que se lo agradecería cuando me hiciera mayor. Como imaginarán, ya lo he hecho», reconoce haciendo referencia a uno de los rasgos más particulares de su rostro. Su padre, ingeniero de sonido que ha trabajado en numerosos proyectos teatrales, es quien se encarga de velar porque la actriz no se disperse más que lo justo, borracha de tanto éxito: «Al comienzo de todo este me dijo: Tienes que saber que este mundo no es Disney». Completa la familia un hermano pequeño que, además de ser el mayor fan ¬visto lo visto, cualquiera imagina lo que puede ser tener en casa, antes que nadie, una nueva temporada todo apunta a que es un chaval increíble. «Él fue quien heredó todos los sesos de la familia. Estoy segura de que llegará a ser primer ministro», dice la actriz, que asegura haber sentido la llamada de la interpretación cuando solo era una niña. Parece que un invierno, cuando solo tenía tres años, sus padres la llevaron a ver el mítico Show Boat en el West End, en el que trabajaba el patriarca, consiguiendo lo que parecía imposible: estuvo callada durante las dos horas que duró la obra.
Aquella, ha contado, fue la primera señal, aunque aún estaría por llegar la definitiva en forma de otra bella dama: la señorita Doolittle, de My Fair Lady. Emilia ha llegado a decir que le da vergüenza reconocer en público las veces que ha visto la película de George Cukor por más que fuera aquella joven florista callejera con acento cockney la que se encargó de aparcar su sueño de ser princesa y sustituirlo por el de llegar a convertirse en una gran actriz. Veinte años después, pasea por Londres encantada de que todavía su negra melena la permita hacer una vida «normal», a pesar de que, en estos cinco años, haya sido Sally Harris en la declaración de amor de Mat Whitecross a los Stones Roses (Spike Island); Malu en el corto Shackled y Evelyn, la hija del hedonista Dom Hemingway.
Hace tiempo que Emilia ya no necesita a sus dragones. La khaleesi vuela sola.
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