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Domingo, 13 de enero 2008, 04:46
TODAVÍA no había pasado un año desde que terminara la Guerra Civil, cuando una nueva catástrofe, esta vez natural, asolaría los corazones de las gentes de Fuentes de Cesna, un minúsculo pueblo o aldea, anejo de Algarinejo, y sito al oeste de la provincia de Granada, justo en el límite con la de Córdoba, y frente por frente a la cola del pantano de Iznájar. Se trata de las Fuentes Viejas, y al derrumbamiento parcial de su tajo, ocurrido a las 20,20 horas del domingo 4 de febrero de 1940, como consecuencia de las cuantiosas lluvias caídas de forma ininterrumpida en las últimas semanas.
Una tragedia humana que dejó como secuela el triste balance de 19 víctimas, tres de las cuales siguen aún desaparecidas, así como 4 heridos graves, once viviendas sepultadas y otras tantas semiderruídas, todas ellas situadas a la entrada del pueblo.
Efectivamente como un animal herido, o volcán en erupción, el famoso tajo de las Fuentes, conocido por el 'Tajo de las Cuevas', -por albergar en todo lo alto varias de estas-, no pudo soportar la acometida de tanta agua, abriéndose en grietas por donde se desmoronó en tropel toneladas de rocas y lodo a través de un alud de 600 metros de alto por 500 de extensión, que dejó un manto o lengua de escombros de tres metros de alto.
Casi una quinta parte del municipio quedó arrasada y con ella sus moradores que por aquellas horas se encontraban cenando o preparándose para dormir.
«Se oyó como una gran explosión, que antes de darnos cuenta nos quitó el sentido, al ver caer vigas y piedras que nos enterraban vivos», relató a los periodistas Juan Morales Gámez, de 69 años, uno de los supervivientes que junto a su hija María, de 40, y su sobrino Juan Cobos, quedaron colgados de un precipicio logrando trepar por las piedras y tierras amontonadas alrededor. Desde entonces su casa es conocida entre los fuenteños como la 'Casa del Milagro', por ser la única que quedó incólume al paso de la embestida.
Parto salvador
Pero para suerte y casualidad, digna de un cuento de hadas, lo sería el nacimiento de un niño en una de aquellas casas, precisamente a la misma hora que aconteció el trágico suceso. Se trataba del primero del matrimonio compuesto por Juan López y Carmen Sánchez, cuya casa quedó partida, por un lado de la fachada, y rodeada de escombros.
Gracias a este nacimiento, salvaría su vida la vecina Rogelia Cañada, quien había salido hacía diez minutos de su casa para 'partear' - o sea ayudar al parto-, quedando en la suya y sin vida su esposo Antonio Ortega y sus tres hijos, quienes aparecieron muertos y abrazados a su padre, en un último intento de este por protegerlos con su propio cuerpo. Así nos lo relata, María Marchal Cobos, de 76 años de edad conocida por 'la Maquilla', única superviviente hoy de las cuatro personas que resultaron heridas, que aparte de ella lo fueron sus padres, Serafín y Amparo, y otra niña llamada Amalia Ayala, quien perdería a toda su familia.
Una viuda de gran energía, que nos cuenta lo ocurrido cuando entonces con 10 años de edad, salió literalmente despedida rodando monte abajo, sufriendo diversas contusiones en todo el cuerpo, así como un fuerte golpe en la cabeza donde le echaron 25 puntos y las dos piernas quebradas.
Quién sabe si esta experiencia milagrosa tiene algo que ver con sus actuales ocupaciones como sacristana y monaguilla en la parroquia del pueblo. Ella da detalles de la imposibilidad de rescatar a toda una familia, que desde entonces allí quedó sepultada, por el miedo de mover aquellas grandes moles de piedra, algo -añade- que con los medios actuales hubiera sido posible. Se tratan del matrimonio compuesto por José Espinar Gámez y Angeles Hinojosa Fernández, ambos de 60 años y su hija Antonia, de 25 años.
También recuerda el nacimiento del hijo de «la mujer de Barrientos», que a poco marcharon a Barcelona, no regresando nunca mas. Otro testigo de aquel drama humano lo sería, Francisco Comino Gámez, el hijo de 'la Pura la del Topillo', quien describe paso a paso todo lo ocurrido con una precisión sorprendente, propia de quien se quedó impactado.
Señala las casas de los vecinos derrumbadas, las toneladas de rocas esparcidas por doquier, algunas todavía apoyadas en trozos de paredes en ruinas. Recuerda el llanto mezclado con los gritos de los animales, la impotencia, el desconcierto y el pánico o temor de que el tajo nuevamente volviera a caerse y los cogiera a todos de por medio. Recuerda la intensa lluvia que no cesaba de caer, y la imagen patética y desoladora de un pueblo que a ciegas y con la escasa luz de los quinqués trataba desesperado de aliviar el dolor y socorrer a los suyos.
Auxilio tardío
Una verdadera tragedia que se hizo aún más trágica y desesperante ante la falta del auxilio necesario, empezando por la dificultad que había para llamarlos al carecer de teléfono y telégrafo, correspondiendo inicialmente las tareas de salvamento a los propios habitantes del pueblo hasta que de madrugada empezaron a llegar desde Algarinejo los primeros contingentes o ayudas, tales como el propio alcalde, la Guardia Civil, dos médicos y un practicante.
Luego aparecería el resto de la ayuda venida de Granada, con el gobernador civil a la cabeza, los servicios sanitarios, y contingentes militares, de bomberos, y hasta técnicos tan cualificados como el ingeniero jefe de Obras Públicas y el arquitecto municipal de Granada.
Tras ellos toda una campaña en la prensa local en favor de los damnificados a través de donativos, y la promesa por parte de Franco de la construcción de un nuevo pueblo, visto el enorme peligro que suponía su permanencia en aquella ubicación.
Una promesa que hubo de esperar más de veinticinco años para hacerse realidad, y tras verificarse otro nuevo derrumbamiento, también en febrero, esta vez sin víctimas, en el año 1963, que desmoronó y agrietó al pueblo por entero. Entonces por fin se tomaron las autoridades en serio sus palabras promoviendo la construcción de un pueblo a dos kilómetros del viejo, en un lugar fuera de todo peligro, conocido por la Hoya de las Viñas, una especie de urbanización de 200 viviendas adosadas, y una gran iglesia en medio, más propio de una zona industrial o urbana, carente de todo tipismo andaluz, y toda comodidad practica para la gente del campo, algo que para muchos supuso el tercer derrumbamiento de Fuentes de Cesna, el más peligroso y mortal, como sin duda fue su perdida de identidad.
Ruta turística
Atrás quedaría para siempre aquel pintoresco pueblo, colgado de una roca, hoy comido por los higuerones, los quejigos, las pitas y las chumberas, coronado por un tajo espectacular, de una belleza sin igual, que recientemente se trata de recuperar a través de una 'ruta turística de arquitectura popular y paisaje' conocido con el nombre de Parque Cultural Despoblado Antiguo de Cesna.
Éste tiene su eje principal alrededor de las tres fuentes que le dieron nombre al pueblo, es decir la Fuente del Caño, la Fuente de la Plaza y la Fuente de Enmedio, fluyendo de todas ellas de forma abundante y generosa una agua cristalina que dicen los del lugar que quien la bebe no envejece.
Un proyecto turístico-cultural, que de seguro ayudará no sólo a dar a conocer las bellezas extraordinarias de un enclave como este de evidente interés etnológico sino que además permitirá potenciar el interés y la curiosidad por conocer la propias raíces de un pueblo, en cierto modo olvidado de la mano de Dios, empezado por reagruparlo con sus fuentes, y con ello retornar a su verdadero nombre original de Fuentes de Cesna.
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