Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
CARLOS ASENJO SEDANO
Lunes, 24 de marzo 2008, 03:43
SE trata de un famoso verso del clásico Lupercio Leonardo de Argensola, que lo remata así: «¿Lástima que no sea verdad tanta belleza! »; verso que fue contestado, en nuestros días, por ese gran poeta compostelano que hace años anduvo por Granada, Miguel d'Ors: «Es cielo y es azul ». Y el melancólico paseante de jardines, de nostalgias, de amores, de tanta ilusión como de tanta amargura, ese que tantas veces contempla el cielo asombrado, se pregunta: ¿de verdad que ese cielo tan azul que tanto nos ha hecho soñar, ni es cielo ni es azul?
Porque he ahí la cuestión fundamental de nuestros días, el tema de nuestro tiempo que diría Ortega, aunque ahora referido a distinta circunstancia y motivación. La verdadera cuestión del ser o no ser, en boca de Hamlet, a que nos ha llevado el relativismo y el agnosticismo, y, desde ahí, el escepticismo. Porque si ese cielo que vemos y siempre hemos visto, especialmente aquí en Andalucía, resulta que ni es cielo ni es azul, ¿quién nos asegura que aquel amor, aquella belleza, aquella quimera, aquella ilusión , fueron o no fueron una realidad y sí más bien una simple alucinación, un sueño de una noche de verano, a estilo calderoniano, un despropósito, una locura, simples realidades virtuales, manían de mentes calenturientas y enfermizas?
Nuestro problema, aquí y ahora, es que nos han robado la realidad objetiva, el concepto de realidad objetiva, lo que siempre ex natura ha sido la verdad, para sumirnos en un mundo de puras subjetividades, en donde nada es verdad ni mentira sino simple consecuencia de nuestra apreciación, simple interpretación del cristal con que se mira, obviamente una apreciación siempre condicionada por nuestros intereses. Nada es verdad ni mentira, sino lo que en cada momento interesa a nuestra mentira y nuestra soberbia. Y si no hay cielo, ¿qué hacemos con Dios o con el diablo? De donde fácilmente saltamos al otro escalón, ese que afirma que nada es bueno ni malo, moral ni inmoral, sino tal cómo lo aprecie nuestro particular punto de vista. Es decir, nuestra propia perspectiva y conveniencia. La consecuencia lógica es que todo está permitido, siempre que esté bien visto y no desentone de lo política y socialmente correcto, que así se constituyen en auténticos dioses del comportamiento humano. Si Dios está muerto, según Niestche, ¿de qué nos sirve el cielo, ni el azul, ni ser creyentes, ni siquiera ser buenos o malos? El garantismo, (te ofrezco el paraguas por si mañana necesito el tuyo, porque en esta tesitura es bueno que ninguno nos mojemos), así, será uno de sus partos más gloriosos. Y la demagogia demoledora de toda verdad absoluta que, como el cielo azul, ya no es verdad ni tampoco absoluta. Y obviamente, si el cielo ni es cielo ni es azul, ¿qué me dice usted de todo lo que hay detrás de ese cielo, incluida la lluvia de primavera?
El relativismo y el agnosticismo, como en un juego de magia, hete aquí que nos han dejado sin ese cielo tan azul y, para nosotros y nuestra tradición, siempre tan real, fuente de nuestros sueños y nuestras esperanzas. Y no contentos con dejarnos huérfanos de ese cielo, en lo que parecía una atrevida metáfora poética, enseguida se nos ha venido más acá, más a la realidad del cada día, de cada sentimiento, porque con ello también nos han quitado la esperanza de soñar. Y zarpazo tras zarpazo, unas veces a mano armada y otras por medio de un disimulado hurto, hete aquí que nos han robado casi toda la heredad paterna de tantos siglos y tantas meditaciones ilusionadas y no pocas guerras aunque la mayoría fueran culminadas con tristes derrotas. Y así comenzaron por escondernos aquel Santiago que a caballo nos ayudaba a recomponer la esencia y la historia de España con la excusa de ser una anécdota más que una categoría, porque los milagros, como el cielo azul, no existen, y luego, ya descabalgados del caballo y del milagro, han acabado por escamotearnos la patria, que esa sí que era una realidad visible y tangible en la que todos creíamos, asentada en no poca tierra y no menos sangre de tanto iluso que murió contemplando la luna clavada en ese cielo azul y esperando altas recompensas de las estrellas, el otro mito de antaño, en que verdaderamente creía, y del que todos esperaban premios y satisfacciones tanto como justicia lo mismo para vivos que para muertos con alguna condecoración de pacotilla..
Pero negada la mayor, como decían los escolásticos, toda la legión de las menores se nos ha venido por tierra, si es que la tierra, como el cielo, existe o no existe. Porque esa es otra cuestión a resolver El caso es que negado el cielo y su azul, en donde se guardaban todas nuestras esperanzas, tras escamotearnos a Santiago y, luego, también la patria, nos han ido robando y transformando los recuerdos, las querencias, las nostalgias y hasta el amor de aquella chica rubia que nos esperaba en la plaza. Y el caballo de hojalata, que verdaderamente trotaba y hacía milagros y asustaba a los moros, y aquella carta y el retrato de una divina mujer con la que el soldado enfrentaba la muerte con más conformidad que desesperación, que también ha resultado ser mentira. Y el mar de portugueses en que navegábamos en busca de Eldorado. Y hasta aquel rey de Francia con menos palabra que honor, que nos dejó plantados. Todo pura ilusión, pura mentira Todo nos lo han quitado, tras demostrarnos que aquel cielo de allí arriba ni es cielo ni es azul, mientras Dulcinea sigue esperando en la esquina de la gran realidad del sueño que, al menos, el amor de don Quijote sea verdadero.
Entonces, ¿qué? Pues que en vista de la nueva verdad impuesta por el relativismo y el agnosticismo, aquí estamos con los bolsillos vacíos y la esperanza en el paro y el desempleo, sólo afecta a la subvención, si acaso. Aquí estamos. Como los ancianos del lugar, en la plazuela de la aldea, sentados en el poyo de mampostería, cabizbajos y pasmados, a la espera de alguna otra verdad absoluta que nos echen los reyes magos y que vaya más allá del fementido cielo azul, que nos ha resultado el gran farsante, padre de todas nuestras quimeras, más ficciones que molinos de viento, sin siquiera el consuelo de recordar la realidad de aquel amor, de aquel hijo, de aquella patria, de aquella fe, de aquella heroicidad De aquel currículum acaso miserable, acaso virtuoso, que te abra las puertas misericordiosas de la muerte y, quién sabe, si también del cielo y su eternidad, que bien pueden ser azules y reales. Tangibles y acariciantes. Misericordiosos y comprensivos al margen de todo garantismo.
Porque muchos, con Miguel d'Ors, a pesar del clásico, seguiremos creyendo y defendiendo que sí que hay cielo y en verdad que es azul. ¿Y no es lástima que sea verdad tanta belleza!
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La segunda temporada de Memento Mori se estrenará este mes de abril
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.