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JUAN VELLIDO
Miércoles, 18 de junio 2008, 04:43
DE ese Ministerio de la Igualdad -igualdad impuesta por decreto, que no como ejercicio de convivencia natural y saludable- han llegado ahora los sones de una invocación mesiánica también impuesta por decreto. En un antojo de poder, la ministra Bibiana Aído ha pretendido imponer a la Academia una veleidad idiomática que se la ha ocurrido sin ayuda de nadie, sobre la marcha, durante el transcurso de su soflama parlamentaria: el miembro, o 'membrun' latino, de connotaciones viriles ha sido elegido 'a dedo' para una transformación vigorosa en la que semejante voz habrá de asumir su feminidad -latente, pero oculta, dirán- por orden de la ministra titular de Igualdad del Gobierno de España.
Aunque luego reculó, la ministra -tan sobrada de cargo como está- pretendía poco menos que 'ordenar' a los responsables de la Real Academia Española que inscribieran con urgencia el vocablo, 'miembra', en el Diccionario de la Lengua Española, como medida de igualdad para proteger a la comunidad femenina española del machismo que, claro está, se combate así, proclamando a la mujer 'miembra' y pidiendo a los violentos machistas 'dudosos', maltratadores que llamen a un teléfono para 'resolver sus dudas' antes de delinquir.
La cosa ha traído cola -dicho sea sin segundas, ni metáforas, ni parábolas- hasta el punto de que ha servido de excusa, en bandeja de plata, a todos los articulistas de España -en estas mismas páginas las finas plumas de Esteban de las Heras y José G. Ladrón de Guevara han dado buena cuenta del asunto- y se ha convertido en el hazmerreír de este país, cuyos sucesivos gobiernos, parecen ensimismados en las apariencias y en un curioso afán alquimista, de transformación por vía de urgencia, eso a lo que Fernando Lázaro Carreter denominó hace tres lustros «el deseo mágico de poseer alguna cosa apropiándose de su nombre». Decía el filólogo zaragozano que con este método nuestras autoridades gubernativas creen haber hecho una importante reforma con el solo hecho de imponer neologismos, extranjerismos o 'palabros' con los que se denomina el todo y así la ilusión de poseer cada una de las partes que lo conforman.
Pero hasta los sentidos son víctimas de los caprichos políticos, de los golpes de efecto, de la alta alcurnia que proporciona un 'ministerrango' como el de la excelentísima Bibiana Aído.
Otro académico, el granadino Gregorio Salvador, señaló que la ministra no cometió un error, sino que utilizó el término 'conscientemente', porque es «defensora de todas esas mandangas, de esa confusión de sexo y género». En cualquier caso, «si no es un error es una estupidez», dijo. Y añadió rotundamente, refiriéndose a la excusa de Bibiana Aído respecto a que este vocablo era de uso común en Iberoamérica: «No es cierto, en absoluto, que allí se utilice ese término, puede que alguna como ella lo diga; casi nunca nadie está solo en su propia estupidez, siempre tiene acompañantes».
Gregorio Salvador insistió en que la afirmación de la ministra de que 'miembra' se emplea en Iberoamérica 'es intolerable', ya que esto supone, además, «insultar a nuestros hermanos lingüísticos de América».
Se diría que, en ciertos habitáculos políticos, los problemas de machismo se solucionan con mandar un nuevo vocablo a la Academia, o con idear un 'telefonino' para que los maltratadores se confiesen de sus malas intenciones. Pero ocurre que ni la igualdad, ni siquiera las libertades, se salvaguardan únicamente con enunciarlas a bombo y platillo.
Sin embargo, los exabruptos idiomáticos son ya una epidemia extendida como la pólvora, incluso más allá de los artificios de la cháchara política. Sírvanos de ejemplo probatorio la joya que fue exhibida en televisión, escrita en una pizarra a modo de titular de la información de que daba cuenta una reportera: «Encuentran un feto buscando setas». Ocurrió poco después del asunto de la 'miembra', justo en el trance en que una reportera de televisión informaba -es un decir- de un hecho rotundamente dramático: alguien, mientras buscaba setas en el campo, había encontrado un feto humano entre los arbustos. La noticia fue despachada con semejante titular, sin prever, los autores, que más de un espectador perdería el habla al leerlo. No sólo por tamaños desatinos semántico y gramatical, sino por el vigor surrealista de que hicieron gala los escribientes. Al día siguiente, es verdad, los responsables del dislate recularon -como reculó la ministra- y en la misma pizarra escribieron el siguiente titular: «Descubren un feto mientras buscaban setas».
Corrigieron así el primer disparate, pero cayeron en otro, aunque no de calado semántico, sino sintáctico, pues en esta locución hay una falta de correspondencia entre el tiempo del sujeto y el tiempo verbal. Lo hubieran subsanado escribiendo: «Descubren un feto mientras buscan setas»; o «Descubrieron un feto mientras buscaban setas».
¿No es razonable exigir a los periodistas que escriban bien?
En su 'Defensa apasionada del idioma español' el periodista Alex Grijelmo afirma que las palabras tienen cromosomas y que gracias a ese rastro genético de los vocablos podemos comprender cada término y relacionarlo con los demás: «Con cada vocablo -escribe Grijelmo- se puede bucear en la historia; y aprender por qué 'sentimos' algunas palabras de manera diferente, más profunda. Y por qué otras suenan frías y técnicas ( ) por qué preferimos la rugiente palabra 'guerra', que contagiaron los godos, frente al delicado 'bellum' de los romanos; o el sonido bronco de 'perro' frente al candoroso 'canis' del latín.
Lástima que tanta verborrea parlamentaria, tanto alarde mediático, tanta tinta, tanto papel, no redunden en más conocimientos, en un más elevado grado de madurez, en una sociedad más libre e igualitaria. Claro que, acaso, habría que empezar por abajo: por no permitir que la mujer perciba un salario inferior al que recibe el hombre por el mismo trabajo; en procurar una educación más racional e igualitaria y con más medios; en atajar los malos tratos dotando a los poderes públicos de más recursos humanos y materiales; confrontar la igualdad de oportunidades; recurrir los sistemas sociales y políticos de padrinazgo, acabar con los reinos de taifas de las instituciones públicas y privadas. Eso sí sería luchar por la igualdad.
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