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MANUEL PEINADO LORCA
Sábado, 2 de agosto 2008, 04:16
EN la jerga de los juegos de rol un mutchkin es un tipo de jugador que analiza las reglas de juego para explotarlas en su propio beneficio, lo que conduce por lo general a situaciones absurdas que acaban por arruinar la partida. La crisis financiera que ahora se deja ver en Europa, pero muy extendida en su país de origen, Estados Unidos, es un ejemplo perfecto de la amoralidad del mercado global, el producto final de la alteración de sus endebles reglas por algunos mutchkins estadounidenses que durante un tiempo lo han manipulado a su antojo, provocando una crisis sin precedentes desde la Gran Depresión. En la historia de la crisis juegan el papel de involuntarias víctimas miles de personas sin ingresos fijos, sin trabajo estable y sin propiedades que los avalen (en inglés: no incomes, no job, no assets), peyorativamente bautizados como ninjas por la compañía americana de préstamos HLC Financial para designar a clientes de alto riesgo a los que, sin embargo, se les podían otorgar créditos subprime o 'hipotecas basura' con intereses más altos que los créditos prime concedidos a clientes cuyo perfil personal apenas presentaba riesgos de morosidad.
El comportamiento de la actual crisis financiera es el arquetipo de lo que los analistas llaman un «modelo sistémico de desplazamiento de carga», lo que coloquialmente podemos llamar una 'huida hacia delante' que trataré de explicar. Aunque un análisis de la crisis muy alabado que circula por la red (www.leopoldoabadia. com) achaca el origen de la crisis a que los tipos de interés vigentes en los mercados financieros internacionales han sido excepcionalmente bajos durante los últimos años, lo que habría provocado pérdidas de ganancia para los bancos, los tipos de interés nada tienen que ver con los beneficios bancarios; el origen de la crisis es más bien el resultado de la desregulación del mercado financiero interno llevada a cabo desde 1970 por los gobiernos republicanos de Reagan y de los dos Bush. Ideológicamente sostenida en el pensamiento ultraliberal, la desregulación permitió que una serie de 'instituciones financieras' no sujetas a las leyes bancarias entrasen en el mercado de la vivienda. Estos nuevos agentes crediticios se dedicaron a ofrecer con libertad hipotecas basura, unos documentos que no tienen que cumplir los requisitos y controles bancarios tradicionales. Como consecuencia del aumento de la competencia provocado por la irrupción de estos nuevos prestamistas, los bancos entraron plenamente en el juego, aumentando sus márgenes de intermediación al conceder préstamos más arriesgados por los que podían cobrar más intereses.
En una típica situación coyuntural de ciclo alcista, la 'obligada' decisión de los bancos norteamericanos se vio acompañada y retroalimentada por dos elementos reforzadores: el boom inmobiliario que, al permitir una expectativa supuestamente interminable de plusvalías, animó la expansión crediticia, creó confianza en los tomadores de hipotecas y disminuyó la percepción de riesgo por los bancos, lo que inyectó confianza en el sistema e hizo comenzar un crecimiento exponencial que parecía imparable. El segundo factor reforzador fue la expectativa de importantes beneficios e incentivos a corto plazo proporcionados por otro inhibidor del riesgo: el alto y casi usurario interés cobrado para compensar el elevado riesgo de conceder créditos a ninjas. De tener adrenalina, los mutchkins la estarían descargando a raudales en esa nueva modalidad de la ruleta rusa: era arriesgado conceder créditos a ninjas, pero como se obtenían beneficios mucho mayores a corto plazo y los altos ejecutivos (léase mutchkins) presentaban a finales de cada ejercicio unos balances financieros espectaculares que les permitían camelar a los accionistas y percibir sus desproporcionados emolumentos, el tambor del revólver financiero giraba y giraba en el típico ciclo al alza del mercado. En el peor de los casos, y siempre confiando en el ciclo inmobiliario de bonanza, los mutchkins podrían quedarse con las casas con hipotecas impagadas a un precio irrisorio para luego subastarlas o vender re-hipotecas a nuevos ninjas, lo que les resultaría aún más beneficioso.
Por su parte, los desventurados ninjas, para los que hasta entonces los créditos personales eran su inalcanzable sueño americano, aprovecharon las hipotecas para pedir más dinero del que necesitaban y para adquirir bienes de consumo como automóviles, equipos musicales, televisiones de plasma o irse de vacaciones, ignorantes de que, si bien estimulaban la economía mediante el consumo, esas serían las últimas que tendrían en toda su vida. Su filosofía era más o menos ésta: puestos a empeñarnos, qué más dan 20 años que 30 ó 40. Hoy, muchos ex ninjas americanos, tras haber perdido sus casas viven en autocaravanas o en tiendas de campaña, mientras que los 'afortunados' que logran mantener sus viviendas lo hacen a cambio de caer en las redes de un sistema de esclavitud encubierto -el alargamiento y blindaje de las condiciones de la hipoteca- al que dedican sus vidas para pagar sus deudas y sobrevivir en una moderna economía de subsistencia.
Vislumbrando el desplome del mercado inmobiliario doméstico, los mutchkins olfatearon el tablero y se percataron de que había nuevas oportunidades de negocio para obtener mayores beneficios y, de paso, traspasar el riesgo de impago a otros incautos. Dicho y hecho: 'titularon la deuda', es decir, transformaron las hipotecas en 'valores' que podían vender como inversiones legítimas, pero en las que el comprador no sabe exactamente qué hipotecas, ni por cuántos dólares, entran en cada paquete como 'valores'. Camufladas en jugosos paquetes de inversiones de alto riesgo/interés, las hipotecas basura de los ninjas americanos fueron ávidamente compradas por entidades bancarias de toda Europa y, en muchísima menor medida, de Asia. Esto significa que si usted, lector, ha dejado su dinero en manos de su banco o de su caja de ahorros para que lo gestione vía fondos de inversión, es muy probable que sea parcialmente dueño de alguna de esas hipotecas-basura. De ser así, el banco tiene una 'patata caliente' entre sus manos y depende de que o bien el precio de las viviendas en Estados Unidos crezca para liquidar la 'inversión' lo antes posible, pasarle a otro la patata y volver a respirar, o bien de que al menos se mantenga estable para no quemarse las manos y ser arrastrados en la caída por el mercado inmobiliario de los Estados Unidos.
El modelo de 'huida hacia adelante' comenzó a dar señales de agotamiento con la disminución del precio de la vivienda, que, como nada crece indefinidamente, empezó a funcionar como un elemento limitador del sistema: en el momento que comienza a retroceder, el precio de la vivienda reduce automáticamente la expectativa de plusvalías. Falló entonces el primer elemento reforzador coyuntural que retroalimentaba el sistema: seguir pagando la hipoteca ya no se percibe como un buen negocio si no se puede vender más tarde por un precio superior al valor de la hipoteca. Es el inicio del fin porque comienza el proceso explosivo inverso: el impago de las hipotecas, la expansión de la morosidad, su globalización y la consiguiente crisis de confianza y de liquidez que ahora comenzamos a notar.
El resto es la legendaria historia de unos cuantos mutchkins y de innumerables y desventurados ninjas, que -ahora nos damos cuenta- no eran sólo americanos.
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