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ALFREDO LEYVA ALMENDROS
Lunes, 18 de agosto 2008, 04:13
Si existe en Granada un elemento que lo envuelve todo, que le da vida y hace navegar la imaginación de poetas y viajeros románticos es el agua. Ese romanticismo se vierte en Granada por sus fuentes, surtidores y canalillos como un rumor de «agua oculta que llora» como poéticamente la definió Manuel Machado.
Granada, el agua, sus ríos su hijo Federico, el hijo de sus entrañas, quién mejor que él para expresar su amor por Granada y sus aguas. «El agua de Granada sirve para apagar la sed. Es agua viva que se une al que la bebe o al que la oye, o al que desea morir en ella».
Azorín también nos dejó escritas sus impresiones sobre el agua: «El agua, el agua corre, el agua cristalina, el agua que calla y murmura, el agua de los anchos estanques o de los hondos azarbes, el agua que en Granada llega a su más alta expresión de finura y pureza».
Para Francisco Villaespesa, «el agua es como el alma de la ciudad. Vigila su sueño, y al oído del silencio le cuenta las leyendas que viven a pesar del olvido».
En el año 1924, Juan Ramón Jiménez le escribe lo siguiente a Isabel García Lorca: «Granada me ha cogido el corazón, estoy como herido, como convaleciente. La luz y el agua forman en el fondo de mí los laberintos más asombrosos, cielos bajos y delirantes generalifes. El sol me tiñe de una pena prodigiosa y el agua me suena como si fuera mi propia sangre. A veces, el ruido de esta agua-sangre de ensueño es tal que me despierta acongojado, con el corazón hecho una torre. Sí, la impresión de tu maravillosa Granada es en mí triste pero de una atractiva tristeza que me trae y me lleva como una ola en ella. ¿Tengo que llenarme de Granada hasta la boca!».
Emilio García Gómez coincide en la metáfora agua-sangre vital de Granada: «Granada no será las frágiles perfidias moras, ni las soberbias moles cristianas, ni siquiera los jardines, sino esa sangre transparente que con escondidas venillas lo va vivificando todo».
Ibn Zamrak, el que ha pasado a la historia como 'Poeta de la Alhambra', nos dejó sobre la fuente de los leones los siguientes versos:
«¿No veis cómo el agua corre por doquier pero luego se oculta por los conductos? es como un amante cuyos párpados están henchidos de lágrimas que oculta por temor a los indiscretos ».
El también poeta árabe ben Raha escribió este bello poema sobre el agua y las fuentes de la Alhambra: «Qué bello el surtidor apedreando el cielo con estrellas acrobáticas, qué bella se desliza siempre líquida el agua amedrentada, porque el agua que estuvo prisionera, se goza de escapar bajo la luz, se reposa luego sesteando en la tranquila taza, burbujas como dientes y ramas que la besan inclinándose».
Y cómo no hablar del origen de esta agua que envuelve Granada, que la llena de vida y le da su razón de ser; me refiero a sus ríos, igualmente alabados y admirados en igual proporción por poetas, viajeros y pueblo llano.
En el primer tercio del siglo XIX, surgió una coplilla popular sobre la gran avenida del río Darro de 1835, una de esas periódicas avenidas con que el sosegado Darro nos recuerda que es 'granaíno' por definición. Decía así: «Darro tiene prometido casarse con Genil, y le ha de llevar en dote Plazanueva y Zacatín».
El Genil más modesto que el Darro, cuya arena contiene oro, se contenta, dicen, con arrastrar partículas de plata. Los poetas árabes compararon al río Genil con el Nilo, no solamente por la fertilidad que proporciona al valle que recorre, sino, además, a causa de su nombre, cuya primera mitad significa cien en árabe. «Que no se alabe tanto El Cairo con su Nilo, pues Granada posee cien».
Aun siendo más modesto el material arrastrado por el Genil, Theophile Gautier lo enalteció diciendo de él: «El vidrio y el cristal son comparaciones demasiado ramplonas; es un torrente de diamantes en fusión».
Como vemos, los dos ríos de Granada han manado un caudal de tinta comparable al de agua. Recordemos el fragmento de un poema de Lorca «Para los barcos de vela Sevilla tiene un camino, por los dos ríos de Granada solo reman los suspiros. El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos, los dos ríos de Granada bajan de la nieve al trigo».
Todos los granadinos conocemos el dicho popular «el Genil lleva la fama, y el Darro el agua», que quiere decir que no siempre lo que más suena es lo más importante. El Genil, principal afluente del Guadalquivir, tiene vocación de viajero. Granaíno de nacimiento, pasea su juventud por la vega de Granada, da saltos infernales al llegar a Loja, en Iznájar se remansa, acaricia tres orillas entre Granada, Córdoba y Málaga. Se despide entre sollozos de Granada, se hace sevillano en Écija y retorna a la cordobesa Palma, donde se une al Guadalquivir confundiéndose entre sus aguas. El Darro, más modesto, tiene el encanto de lo chico, lo íntimo y recoleto. Encajonado entre la Alhambra y el Albayzín transcurre plácidamente, sin prisas. Tímido, oculta su llanto al llegar a Plaza Nueva, enjuga sus lágrimas, la luz le ciega, suspira y se funde en un abrazo con su hermano mayor. Como dijo nuestro Federico, « por los dos ríos de Granada, solo reman los suspiros». Bien pudiera haberse dormido Federico con el arrullo de la siguiente nana de Rafael Gómez Montero, «Carrera del Darro arriba, a la sombra de la Alhambra, una vieja con pandero, tarareaba una nana para que García Lorca se durmiera sobre el agua». Sobre el agua o bajo los ojos del puente del Genil que Luis Vélez de Guevara nos relató en 'El diablo cojuelo': «Puente, cuyos ojos rasgados lloran a Genil, caudaloso río que tiene su solar en Sierra Nevada, y después, haciendo con el Darro maridaje de cristal, viene a calzar de plata estos hermosos edificios y tanto pueblo de abril a mayo».
Esta es al fin la Granada indisoluble del agua, o quizá, mejor, disuelta en el agua. Ya lo dijo Federico «En Granada la canción del agua es una cosa eterna».
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