Edición

Borrar
LACERRADURA

Paraíso

JOSÉ MARÍA PÉREZ ZÚÑIGA

Jueves, 21 de agosto 2008, 04:25

LOS veo bajo la sombrilla, insultándose. Antes ya los había visto durante el desayuno, en uno de esos comedores que parecen pesebres, dentro de un edificio que es una especie de granja, en un pueblo turístico formado únicamente por hoteles y apartamentos al borde de la costa, una colmena mediterránea para refocilarse pegajosamente. El niño es insoportable: lo he visto romper un plato, tirar la leche, mearse en los pantalones. La madre le ha reído la gracia, y ahora paga las consecuencias. El niño le dice: «Tonta, imbécil, gilipollas»; y ella sólo se sonroja en vez de pegarle un bofetón, raparlo al cero, hacerle ahogadillas en el agua, en lo que hubiéramos colaborado gustosamente sus vecinos de sombrilla, sufridores en la arena. Pero ahora, todo se negocia: «Si te portas bien te compraré un helado, un caramelo, un loro». Las familias españolas son escuelas de negocios que forman a los ejecutivos agresivos del futuro, los que solucionarán la crisis económica: «¿Que no quiero ningún helado, imbécil! ¿Quiero una consola!» Los espectadores miramos a la mujer comprensivamente: «Tendría usted que haberse ahorrado el trabajo de traerlo al mundo». Pero por supuesto es algo que no decimos. La familia española ha cambiado. Los tiempos de la dictadura pasaron. Tenemos experiencia. Somos comprensivos, y podemos soportar la dictadura de nuestros hijos: «¿No quiero bañarme! ¿No quiero comer! ¿No quiero vestirme!» Y el grito, y el llanto, y el deseo de estrangulamiento. La felicidad.

Cada sombrilla es una cápsula, un episodio, una tragedia potencial. Y los actores son variados: madre e hijo, matrimonio sin hijos, parejas homosexuales y heterosexuales con hijos y sin hijos, abuelos y nietos, pandillas de adolescentes, divorciados, solitarios, primos, amigos, conocidos, colegas, tíos, sobrinos No veo suegras, que también descansan, a su pesar. Todos tratando de olvidar la realidad cotidiana, tostándose, asándose como pinchitos, esperando a que Neptuno aparezca en la orilla y vaya devorándolos uno a uno. El sol convierte la vida en una película de ciencia ficción, la arena en un paisaje lunar, los blancos edificios en naves espaciales, los bañistas en astronautas que conquistan los nuevos mundos haciendo top-less, las olas en una lluvia galáctica que sumerge a quienes moja en un estado de gracia más amnésico que celestial. Pero la ensoñación es rota de nuevo por la cruda realidad: «¿No! ¿No quiero! ¿Nooo!» Y los padres siguen siendo educados por sus hijos, que deben hacer de éste un mundo próspero y placentero, a su imagen y semejanza.

Porque Adán y Eva llenan los platos del buffet como si no hubieran comido en una semana; no saludan ni conocen la cortesía; gritan en vez de hablar y pegan codazos en la cola del supermercado; conducen como suicidas y asesinos motorizados; son exigentes y tiranos con su familia, con sus amigos y los camareros que les atienden; arrastran una cara de fastidio continuo, y si les diriges la palabra no se molestan en contestar, sino que con suerte te regalan una mirada odiosa. Así que estos pequeños monstruos son iguales que sus padres: viven en la selva; piden a gritos una nueva educación. Para vivir en el paraíso. Aquí en el Sur.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal Paraíso