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J. J. GARCÍA
Martes, 28 de abril 2009, 04:37
Si algo tienen los conciertos de 'Abril para Vivir' es, como dice aquí al lado Pancho Varona, que permiten deshojar las canciones hasta el impudor de su esencia. Para bien o no tanto, que hay quien ha pasado por el apuro de tener que enseñar en público que todas sus canciones, eran, en origen, poco más o menos que la misma. La de Utebo, mañica de proyección y adopción, es todo lo contrario: con su piano y sus palmas tuvo tanta suficiencia como cuando vino con toda la banda.
Jotera (con perdón) heterodoxa hasta merecer la hoguera integrista, como todos los disidentes lo es por edad y conocimiento de causa, paradójicamente respeta tanto la música popular aragonesa que la desarma y 'tunea' a placer «porque quiero, porque puedo y porque me da la gana», como dijo el año pasado en La Zubia. Y es que si algo no tiene esta impulsiva iconoclasta son límites verbales. Ahí radicó gran parte del encanto de su presencia, por la lluvia, en el teatro Tamayo, en sus deslenguadas explicaciones sobre la sorprendente mecánica de sus canciones, tan deudoras de sus recuerdos infantiles como de la física cuántica.
Carmen Paris ha dejado las trenzas y en Cuba se ha soltado la melena, también figuradamente, y buena parte de lo que tocó fueron canciones de ese 'Incubando' feliz que se trajo de allí y que ha sido premio de la música este año. Sobre un piano sorprendentemente jazzy, las enérgicas interpretaciones de canciones como 'Caramelo', 'Distancia espeluznante' o 'Agua de correr', entre otras, mostradas en sus entresijos y puestas en escena con su considerable vozarrón, levantaron al público a la hora de pedir más. Y es que lo que ella llama 'denominación de origen Ribera del Ebro' es uno de los más felices encuentros de los últimos años. Si no cantó más fue por cuestiones de horario, no porque no lo quisiera la gente.
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