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RAFAEL GAN
Domingo, 24 de mayo 2009, 05:17
Cuando empezamos 'Con la mochila a Costa' les prometimos llevarles a las fiestas más singulares de la comarca. ¡Y a conocer la rica y variada gastronomía como es debido! Pues bien, hoy creo que cumplimos al ofrecerles esta ruta que conjuga todos estos intereses: un sitio con encanto, unos paisajes fantásticos, unos caminos excelentes para mantener la forma y una buena mesa para concluir la ruta. El lugar elegido: Albondón, famoso por sus vinos pero, sobre todo, por la amabilidad y generosidad de sus habitantes que se pone de manifiesto, por ejemplo, con motivo de la fiesta de San Isidro el próximo sábado 30 de mayo.
El recorrido ha de empezar en Albuñol, una vez dejada la Nacional 340 que, poco a poco y como comprobarán al venir aquí, está dejando paso, a la ansiada autovía del Mediterráneo. La circunvalación de Albuñol -si transitan por esta localidad hoy mismo pueden disfrutar de los últimos actos de su interesante Semana intercultural- evita ya al viajero atravesar la estrechez del pueblo y le conduce directamente al enlace con las vías que comunican hacia Órgiva o Cádiar. Y ésta es nuestra dirección, la A-345. Por delante nos esperan 10 kilómetros de curvas en una continua subida que ofrece paisajes cambiantes: los últimos invernaderos de la zona, lomas de almendros, las primeras viñas, el majestuoso Cerro del Gato, blancos cortijos esparcidos, barrancos y ramblas por doquier...
El recorrido es en coche pero yo animo a todos -en especial para hacer las ganas de comer- a bajar a mitad de camino, en la recoleta y estirada cortijada de Los Gálvez y andar el último tramo por una pista que enlaza con nuestro destino. Sólo así podremos conocer este anejo de Albondón, ver cómo un agricultor se afana en descascarillar las almendras, adentrarnos entre sus cultivos y entrar en contacto directo con la naturaleza de la zona. El camino no tiene pérdida y asciende entre almendros y bolinas y, al pasar junto a una esbelta encina, se convierte en pista que atraviesa la carretera para llegar hasta Albondón. Son apenas dos kilómetros, eso sí en continuo ascenso para coronar junto a la ermita de ánimas en donde se celebra, por la tarde, la misa de San Isidro.
Otro itinerario posible, también muy interesante, discurre por la misma rambla de Gálvez y desemboca en la parte baja del pueblo. A cada cual su plan que, si no van provistos de mapa -les recomiendo, por cierto, que siempre lleven siempre uno, del Instituto Geográfico Español por ejemplo, con numerosas referencias topónimas, curvas de nivel, tipo de cultivos- basta con preguntar a algún paisano que esté azufrando sus viñas o arando sus almendros.
Sierra y mar
¡Ya estamos en Albondón!, «la tierra del buen don del vino», como escribiera Antonio Vargas en su interesante obra 'Albondón, el señorío de Séjel en la Alpujarra granadina'. A 900 metros de altitud, en plena Sierra de la Contraviesa pero con el mar Mediterráneo a tiro de piedra. Que si no tanto, sí al menos a la vista desde alguno de los miradores que jalonan la geografía del pueblo.
Y es que un extenso paseo bordea la carretera y enlaza el barrio hondero con el altero -la popular plaza de los gavilanes- ofreciendo numerosos bancos para sentarse a la sombra de los árboles.
O bien una coqueta placita de albero, orientada al sur con bellos ejemplares de olivo y una antigua prensa de vino, para dar testimonio de su principal actividad. Normal pues que los lugareños salgan al atardecer a disfrutar de su aire y de sus vistas y, en un reposado paseo con conversión incluida, llegan a perderse, pueblo arriba, hasta el mirador de la loma. Desde aquí Albondón se ofrece en toda su extensión, entre viñas renacientes y almendrales, encajonada entre barrancos y lomas. ¡Un espectáculo total!
Patrón francés
Cualquier día es bueno para venir hasta aquí y dejarse además atraer por su entramado de calles encaladas en torno a la iglesia de San Luis, sorprendente patrón francés que los albondoneros celebran en agosto con representaciones de Moros y Cristianos.
Trazado empinado, fuentes de agua fresca, bodegas familiares tras viejas puertas, macetas en las ventanas, silencio, paz... Un paseo por sus calles, en donde los nombres históricos y curiosos -Castelar, Sagasta, Cánovas del Castillo- conviven con otros más populares y acertados -Aurora, Real, San Luis- puede ser el remate a nuestro deambular pausado por Albondón. Ahora bien, si nuestra visita coincide con alguna celebración, miel sobre hojuelas, pues la habitual tranquilidad se tornará algarabía y podremos disfrutar de otro Albondón, bien distinto y muy aconsejable. Por ejemplo con la ya tradicional fiesta de las migas de San Isidro en donde se reparten cientos de ricas raciones cocinadas en enormes pailas.
Hechas con todo el saber y el mejor sabor, acompañadas de su obligada engañifa de chorizos y morcillas; y con habas y bacalao; y con vino, bastante vino, los caldos de los sabios cosecheros del municipio.
Que San Isidro quiere, por un día, que sus habitantes le honren como es debido y brinden con el producto estrella de una espléndida tierra que cada año bendice por estas fechas. Saquemos pues la bota y, en el camino, hagamos lo propio.
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