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RAFAEL GAN
Domingo, 5 de julio 2009, 04:01
Érase una vez un lugar situado en la desembocadura de una amplia rambla, bien abastecido de agua, el sitio ideal en el que un grupo de morabitos, hombres piadosos, decidieron construir una fortaleza y poder así practicar el 'ribat' como ejercicio religioso y militar. Un lugar estratégico y tranquilo que, nueve siglos después, constituye la esencia de La Rábita, importante núcleo de nuestra Costa.
Y así, cual derviches musulmanes, encaminamos hoy nuestros pasos hasta el extremo más oriental de la comarca en busca de ésta y de otras historias que hacen de este pueblo un lugar de indudable interés. Porque La Rábita -en España existen varias localidades de parecido origen- merece nuestra atención por su notable pasado claro pero, ahora que aprieta el calor, más todavía ya que es además un lugar turístico de primer orden, la playa por excelencia de la Costa Oriental.
Playa de la Alpujarra para empezar ya que durante el verano numerosas personas bajan de la comarca a disfrutar del sol y del mar. Familias enteras llegadas desde todos los rincones de Sierra Nevada, empezando por los propios albuñolenses, vecinos de Albondón, Cádiar, Murtas y otros municipios alpujarreños más alejados que vienen, sobre todo, los fines de semana.
Que pronto llegará el grueso de veraneantes, para pasar quince días o un mes desde Madrid, Jaén e incluso otros países y hacen que la población, de unos 2.000 habitantes, se triplique y sea difícil encontrar algún piso libre cuyos precios oscilan entre los 1.000 y 1.300 euros mensuales.
Así que aquí estamos, esta vez sí, vuelta y vuelta sobre la toalla, siguiendo el ritual del verano. Una dinámica diaria la de La Rábita, similar a tantas localidades costeras, que se puede resumir en playa-chiringuito-siesta-playa.
Es la playa familiar. ¡Con qué asombrosa regularidad, los veraneantes asiduos cogen sitio en la arena como si de una parcela privada se tratase para coincidir con sus vecinos de toalla, un día sí y otro también, hasta el final de agosto! Es el momento de retomar viejas conversaciones aplazadas sobre los niños, el trabajo, la política, la crisis... Baños sin preocupación en unas aguas tranquilas, limpias y profundas, curiosamente teñidas de rojo estos días por el inocuo desove de peces en la orilla.
Y como somos de naturaleza curiosa, para allá nos vamos, inquietos por saber más, al extremo de la playa, en donde los últimos barcos descansan sobre la arena.
Los últimos de una importante flota sí porque durante mucho tiempo, en épocas pasadas, La Rábita fue el puerto de la Alpujarra, esto es, el lugar de salida de numerosas mercancías de la sierra granadina.
En sus barcos, anclados en su casi ensenada, se exportaban uvas y vino, higos y almendras de las cercanas colinas alpujarreñas.
Uvas al sol
Uvas que secaban al sol en los paseros de la Alpujarra baja; afamado vino de La Contraviesa, o vino costa, que se embarcaba aquí a diario como ilustra este acta de 1817: «... tienen contratado carga en dicha playa 48 botas de vino... y conducirlas a la plaza de Málaga, Ceuta o Algeciras...».
Pero la actividad marítima comercial y pesquera de La Rábita ha quedado reducida a estas cuatro barcas que, cada mañana, echan sobre la arena el copo para atracción de la gente que, en su paseo matinal, se arremolina para comprobar la captura, preguntar nombres o dar su opinión. Que algunos tal vez se animen a llevarse algo de pescado para el almuerzo...
Pasear por la playa es, para el visitante despierto, descubrir aún hoy otros ejemplos de tradiciones arraigadas. Señas de identidad de La Rábita, que forma parte del municipio de Albuñol pero pugna por convertirse en Entidad Local Autónoma, a punto de fenecer como las tradicionales casas de techo plano, habituales en otros tiempos.
Una sirenita de Copenhague medio escondida en un jardín... O esas nasas extendidas al sol con tomates o pimientos... O los típicos 'bilchos', boquerones ensartados en cañas y puestos al sol, que pueden degustarse a veces en sus bares... «¿Conoce usted la historia de la playa del ruso?», le preguntan a uno en el Hogar del Jubilado.
Y sin apenas responder, un paisano habla de esa bella cala cercana a La Rábita, playa naturista de aguas transparentes, adonde sólo se puede acceder en barco o a través de una serpenteante vereda.
La misma que, dice, marcó hace muchos años un tal Basilio, músico militar exiliado de la URSS, que se instaló allí en los años 30, en una cueva, apartado del mundo. «Era un hombre fuerte, culto y bohemio que ayudaba a los pescadores a tirar de las redes desde la playa del Lance y que está enterrado allí arriba, en el cementerio», concluye esta sorprendente historia nuestro particular guía.
Geografía de calles
Hemos dejado la sombrilla a buen recaudo y seguimos el paseo por una geografía de calles de nombres antiguos, populares: Terreras, de los Carros, callejón de la Sorda, del Cura, barrio de Mochilas... Así llamado porque antaño sus habitantes trabajaban acarreando pesadas cargas de piedras de yeso sobre las espaldas para su cocido en hornos y posterior comercialización.
Y así, avanzando por la calle principal, la Carretera, nos topamos con la sencilla pero bella iglesia parroquial, con su fachada de tonos suaves. Antigua ermita dedicada a la Virgen del Mar que cada 8 de septiembre es embarcada. Poco a poco, nuestro deambular por la antigua rábida nos conduce hasta el punto más elevado, hasta la torre vigía construida en 1768. Auténtica atalaya del mar, es el lugar ideal para asistir al atardecer y poner en orden tantas y tantas historias que nos llevamos de este viejo 'ribat'.
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