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JUAN LUIS TAPIA
Miércoles, 7 de octubre 2009, 11:09
Perejil, cebollino, rúcula, albahaca, orégano, menta y salvia, plantas de uso común son convertidas en preciados elementos ornamentales de uno de los jardines más admirados del mundo, el Generalife. No hay que acudir a raras variedades de orquídeas o a cualquier otra planta exótica para enriquecer los jardines, un principio que tiene muy en cuenta Cristóbal Romera, encargado de las plantas del palacete de verano nazarí. Romera es conocedor de todos los secretos que esconden las artes de la jardinería alhambreña. «Yo soy prácticamente de la Alhambra, porque mi padre fue jardinero y guarda, y vivimos un tiempo en Torres Bermejas», confiesa el experto. A sus 49 años lleva ya cerca de treinta dedicado a los jardines de la Alhambra, «aunque empecé a estudiar Derecho, y me gustaba, pero al final acabé en este oficio».
Es un gran especialista en la recuperación de espacios y en el uso de las especies vegetales para crear toda una estética acorde con el monumento. Se considera autodidacta y en parte heredero del oficio de los jardineros de antaño alhambreños.
Cristóbal acaba con muchos de los tópicos que se ciernen sobre los jardines nazaríes. «Los cipreses -dice- pueden ser muy antiguos, pero no son de la época nazarí». ¿Y el legendario ciprés de la Sultana? «Tampoco es de aquella época, aunque no lo sé decir con total certeza», explica como si quisiera mantener el misterio. «Soy como una oenegé de las plantas», bromea mientras recorre los jardines. El macasar, que se presenta como una exótica especie alhambreña, «tampoco es nazarí porque procede de Asia», matiza el jardinero.
El rosal
Presume de la recuperación de un viejo rosal próximo a la escalera del agua. «Creíamos que era un rosal malo y todos los años lo rebajábamos, pero algunos de los tallos estaban a punto de echar las flores», relata. «Al final no lo cortamos y lo dejamos, y nos dimos cuenta de que florecía en otra época diferente a la de los otros rosales», prosigue. Cristóbal se llevó a casa parte de aquel rosal, unos esquejes. «Lo cuidé durante tres años hasta que al final conseguí recuperarlo y es una planta del siglo XIX, que da unas rosas con muchos pétalos y muy perfumados», comenta orgulloso su gesta. «Yo no soy ningún especialista en rosas y las autóctonas de los nazaríes son las silvestres, porque los demás rosales son de cultivo», añade mientras exhibe su planta recuperada en su particular oenegé.
Un paseo con Cristóbal por el Generalife supone todo un descubrimiento, una manera diferente de observar la jardinería. «Aquí se han plantado arrayanes -indica en el paseo de los cipreses- y luego hemos sabido que estas plantas estaban en el mismo lugar, que en época nazarí había un paseo de arrayanes hasta el palacio de los Alixares».
El Generalife conserva algunos ejemplares del llamado arrayán moruno, «el que se dice ya estaba en época nazarí y creemos que es heredero de los que había». Esta planta tenía un uso higiénico y medicinal para los habitantes de la Alhambra y era usado tras los baños.
El azofaifo, el árbol que da esa especie de pequeñas manzanas, las azofaifas, y tan de esta época, es una especie que se puede encontrar en los espacios ajardinados de la Alhambra. Por supuesto, el granado, el símbolo de la ciudad de Granada está ampliamente representado. La mayor parte de las curiosidades se concentran en las muchas plantas aromáticas que se encuentran en este espacio alhambreño. La ajedrea sería una de las más antiguas, al ser tradicional del mundo nazarí, «y se usa para aliñar las aceitunas». «Ves esa planta, pues está de moda en las ensaladas, porque es rúcula», comenta Romera. También aparece la albahaca, «pero es albahaca limón, y al ser cortada desprende un fuerte olor a cítrico». En cuanto a los aromas sorprende en este singular recorrido la 'salvia elegans', «porque huele a manzana y piña».
Césped
En el Generalife hasta el césped es especial, «ya que estamos utilizando una planta llamada 'lippia nodiflora', que ya la probaron en la Expo de Sevilla, y que da un manto verde con unas flores blancas estupendo». «No es tan denso como el césped, pero requiere menos agua y se puede pisar, aunque lo único malo es que coge un color marrón en determinadas épocas del año», añade el especialista. Los nenúfares forman parte del imaginario de los estanques del Generalife. ¿Cómo se cuidan, qué necesitan? «Crecen en aguas mansas, pero no deben estar estancadas y pueden vivir en zonas de tan sólo treinta centímetros de profundidad», detalla Cristóbal. «Tienen debajo como una especie de morcilla y si cortas una parte puedes plantar un nenúfar», señala el experto.
De California
Los remedios y comentarios se acumulan y de repente, en las proximidades a la Escalera del Agua, uno de los espacios más mágicos del Generalife, aparece una secuoya gigante, el famoso árbol jurásico de los bosques de California, y en plena Alhambra.
El tejo es una de las especies arbóreas que más predomina, «pero los hay machos y hembras. Casi todo lo del tejo es venenoso o tóxico, pero los frutos son comestibles y muy dulces, pero cuidado con la semilla, que no se puede comer», advierte Romera.
El Patio de la Alberca es junto al de los Leones la imagen mundialmente reconocida de la Alhambra. Han sido muchos los cambios que ha sufrido este espacio en lo que a elementos vegetales se refiere. La actual composición ha intentado recuperar el original, pero sobre esa cuestión no se ponen de acuerdo los especialistas y las fuentes documentales son bastante parcas.
Lo más sorprendente es que la belleza del Patio de la Acequia se ha logrado con plantas comunes. Aparece el rosal silvestre, el que más se asemeja al que contemplaran los nazaríes. Además, está la ajedrea, el tomillo, la hierbaluisa, el cebollino, la rúcula, y lo más chocante, el perejil rizado. También está la planta por excelencia, el arrayán moruno. Es así como uno de los espacios más valorados por los especialistas no contempla excesivas complicaciones de jardinería.
Cristóbal se muestra muy satisfecho con la recuperación de algunas zonas del Generalife que se encontraban ocultas, espacios vacíos del recorrido. Junto a su rosal del siglo XIX y a la escalera del agua, hay un hueco que ha repoblado con diversas plantas, creando un jardín donde no había nada. «A este espacio le llaman mis compañeros el mirador de Romera», dice el experto alhambreño.
Cristóbal se ha encargado de ocultar el hormigón de algunos espacios del anfiteatro del Generalife, 'tintando' de verde los muros y techos. Dice desconocer las técnicas de la jardinería japonesa, pero pertenece a una tradición no tan milenaria, porque es más de la Alhambra que los leones. Siempre con humildad y modestia repite que no es más que «un simple jardinero».
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