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Javier Peñafiel ultima su microlocal. / PAU MAJO
Un certamen para liliputienses
CULTURA

Un certamen para liliputienses

El festival más pequeño del mundo rescata como escaparates las porterías y huecos de escalera de Barcelona

CRISTIAN REINO

Domingo, 18 de octubre 2009, 03:25

Dicen que el tamaño no importa, y en ocasiones es verdad. Barcelona acoge hasta el 25 de octubre el festival Lilliput, que pasa por ser la propuesta artística que se celebra en el escenario más reducido: poco más de cinco metros cuadrados. Lejos de la pomposidad del Liceu o del Palau, el Lilliput tiene lugar en los llamados quioscos de escaleras, antiguas porterías a pie de calle, o negocios abiertos en el rellano de la finca, que se han consolidado como zapaterías, joyerías o administraciones de lotería. Algunos han caído en desuso y hoy son sede del festival más pequeño del mundo.

Estos miniespacios son arquitecturas peculiares de Barcelona. Patricia Ciriani, artista francesa afincada en la capital catalana y directora del certamen, dice que actúan como «catalizadores urbanos en la relación entre residentes, viandantes y clientes». El objetivo del festival, señala, además del artístico, es «revitalizar los quioscos», pues «una buena parte de ellos se encuentra en vías de extinción». En tiempos de grandes superficies comerciales y convivencias frías donde nadie se saluda ni habla del tiempo con el vecino, «resulta necesario que no se pierdan».

En el barrio Gótico

El festival se celebra en siete de estos pequeños locales, todos ellos situados en el barrio Gótico de la ciudad y separados unos de otros a poco más de diez minutos a pie. El público permanece en la calle, como viendo un escaparate, o dentro del portal, según el espacio o la tolerancia de los vecinos. Su hilo argumental gira en torno «al diálogo que se crea en los miniquioscos entre lo íntimo y lo público». Así, Luis Bisbe (Málaga, 1965), que ha expuesto en la Fundación Miró o en la Casa Encendida de Madrid, utiliza el vídeo para jugar con algunos objetos de la vieja joyería que era el quiosco donde participa, para persuadir al espectador sobre su función y recuperar el recuerdo de su antiguo esplendor comercial.

Joana Cera (Barcelona, 1965), artista de la galería masART, también emplea la videocreación para proponer un espacio de meditación a partir de objetos que modelan el entorno. Preocupada por la importancia de tomar decisiones acertadas para evitar grandes catástrofes ecológicas, plantea pequeñas metáforas como solución. Mientras, Miguel Conejeros (Chile, 1969), ex miembro de la mítica banda de punk Pinochet Boys, amplifica el sonido interior de los quioscos, las conversaciones entre las quiosqueras y sus clientes o los viandantes, y los trasmite al exterior.

Katja Fleig (Alemania, 1968) también emplea la música, pero combinada con la danza contemporánea para interactuar con el transeúnte. Javier Peñafiel (Zaragoza, 1964), en cambio, utiliza una instalación metafórica para criticar la «Barcelona real que se esconde bajo la Barcelona Guapa que quiere vendernos el ayuntamiento». Alexander Pilis (Brasil, 1954) juega igualmente con la provocación, aunque de otra manera: cubre su minitienda con una gran lona, como se hace con los muebles cuando uno deja una casa, para denunciar su desaparición. Frederic Tchorbadjian (Francia, 1955), por su parte, proyecta una instalación en tres dimensiones con bolas americanas de un cotillón que hacen referencia a la satisfacción de recuperar estos quioscos para uso artístico.

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