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JUAN JESÚS GARCÍA
Domingo, 20 de diciembre 2009, 17:53
Tras tiempo sin visitar a su fiel gente granadina, el 'Flaco de Úbeda' concedió anoche la primera de las dos veladas dedicadas a esta ciudad. El Palacio de Congresos se quedó pequeño para las ganas de escucharle, aunque también hay que decir que a Sabina, como les ocurre a Dylan o a Van Morrison, le sigue ya en procesión de plaza en plaza una nutrida congregación de 'sabineros' con carné de socio fundador dispuestos a no pasar una noche sin él. Granada forma parte también de su escenario de juventud y primeros pasos musicales, como recordó, citando sentidamente a Gil de Biedma: «Hace cuarenta años de mis casi todos en Granada». Hoy repite de nuevo con el aforo agotado en el mismo escenario, a las 21.00 horas y con la reventa (incluido el preceptivo boli Bic) por encima de los 150 euros, tres veces su precio en taquilla.
Un escenario teatralmente ambientado entre terrazas, tejados y azoteas con ventilaciones industriales es esta vez el decorado para que el gato Sabina, grave y roto, maúlle penas y celos -ahora, en fin, los de Benjamín Prado- y también alegrías, mientras la iluminación cambia según el ciclo solar, luna incluida. Para no perder puntada estaban preparadas dos pantallas laterales, de esas 'en tiempo real', pero no se sabe por qué no se encendieron.
Voz rota
Fue un regreso por la puerta muy grande, suficiente de voz (aunque en ocasiones tenga que corregir el imposible ya tono original y cada día se parezca más a sus imitadores, pongamos que hablo del gemelo 'Flaco' Rodríguez sin ir más lejos) y esa elegancia tan sabinera, de café-teatro, levita de 'cigarrón' y bombín, con la que viste al romántico truhán de su personaje público. «Uno escribe siempre la misma canción, sobre un niño con cara de viejo.. Uno rumia la misma canción como un perro ladrando a la luna.», dijo (¿o confesó?) nada más salir.
La melancolía añeja de 'Lily Marlene' sirvió de sintonía a su aplaudida aparición en el escenario para cantar 'Tiramisú de limón', la primera de las varias piezas de 'Vinagre y rosas' con que recibió al público granadino y que ocupan la primera parte de su largo recital. Al fondo, en un segundo nivel, al borde de la ficticia cornisa del escenario, se sitúan sus colegas de 'bolos': Pancho Varona, Antonio García de Diego, Barceló, etcétera, aunque hay caras más nuevas, como la de la corista Mara Barros en lugar de Olga Román -con su timbre más flamenco y menos ácido- y el gran Jaime Asúa en lugar de los Tony Carmona y José A. Romero de otras visitas. La parte delantera del tablero, salvo excursiones de guión o coquetos bailes ocasionales, se la reservó 'el jefe' para sí mismo en un esquema visual más de solista que de grupo. 'Viudita de Clicquot' y 'Parte meteorológico' siguieron manteniendo el tono templado y el perfil expectante -donde había más urgencia contenida en las butacas que en el escenario-, de un concierto que se ofrecía sin prisa y necesariamente a más. Obviamente Sabina ya no puede ejercer de 'Joaquín Jack Flash' pero quedaban dos horas largas por delante para coger presión y comunicación.
Todos tuvieron su momento de gloria. La corista a toda copla con un insólito 'Y sin embargo te quiero'. «¡Que se me paran los pulsos!.», le coreaba pícaro por lo bajo el patrón, para reaparecer hecha toda una Magdalena de liguero y nightclub en la canción homónima. Mientras, Asúa doblaba a Fito Páez en 'Llueve sobre mojado' y Varona y De Diego hicieron suyas 'Conductores suicidas' y 'Amor se llama el juego', dándole al jefe un respiro .
Cambio de rumbo
'Aves de paso' fue el primer aviso, y ya definitivamente con 'El boulevard de los sueños rotos' cambió definitivamente el rumbo de la noche, así que, tras el descansito que le dieron sus compañeros, espectáculo, cantante y público acompasaron ya el paso y el tono, de igual a igual, y aquí uno estuvo tentado de recuperar aquel mariano titular de hacer tres décadas, 'Con flores a Sabina', porque los coros, mayormente femeninos, volvieron a ser de misa mayor, 30 años mayor.
De oscuro total, incluida la guitarra y el taburete, y con su voz cada rato más batracia, esta segunda parte fue un paseo triunfal por el Palacio de Congresos; a la luz de una luna que había salido nos se sabe de dónde y con una banda sonora incuestionable: 'Peces de ciudad', 'Contigo', 'Embustera' 'Aves de paso', 'Peor para el sol', 'Contigo', 'Princesa', 'Calle Melancolía', 'Nos sobran los motivos', 'Pastillas', la del pirata. En total una treintena de piezas de todas su épocas.
Dos mil personas ya comían en la mano del viejo crápula de autor que engatusó a tantos haciéndose pasar por ese personaje incierto, con vida de guión cantado y parecido razonable con don Joaquín Ramón Martínez Sabina. Un tipo al que le sucedía en la vida lo que para el resto de los mortales era si acaso un sueño. Ese Sabina con caras y cruces, versos sublimes y ripios infumables, melodías imperecederas y ejercicios de autoestilo, todo sucesivamente (o a la vez, elija cada uno), que ha sido recuperado en buena forma para y por el público. Y eso es una gran noticia: a otros, a Leonard Cohen por ejemplo, le tuvieron que robar la pensión para que volviese. Afortunadamente no es el caso. Bienvenido, buen pájaro: los que te han aplaudido te saludan.
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