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JUAN LUIS TAPIA jltapia@ideal.es
Sábado, 2 de enero 2010, 05:00
España fue una especie de paraíso romántico para la escritora Virginia Woolf (Londres, 1882-Essex, 1941), y especialmente su amado sur, un lugar que caló en sus primeros textos literarios, en sus experiencias vitales e ideas políticas.
La autora de 'Orlando' y del ensayo 'Una habitación propia' visitó España en tres ocasiones, según se deduce de sus cartas y diarios. La primera, con su hermano Adrián, en abril de 1905, un par de meses después de haber superado su segunda depresión nerviosa y cuando ya habían sido publicados sus dos primeros artículos, uno sin firma en el semanario 'The Guardian', y una crítica del libro 'Literary Geography' en 'The Times Literary Suplement'.
La escritora tiene en aquel entonces 23 años y se llama Virginia Stephen. Luce la imagen tantas veces reproducida, la de ese retrato de perfil previo a su decadencia física fruto de las depresiones. Virginia visitó en aquel primer viaje Oporto, Lisboa, Sevilla, Granada y Badajoz.
Sevilla, en abril, se preparaba para su gran fiesta. «Están poniendo enormes figuras de cera en la catedral -escribía Virginia-, no puedo comprender por qué, y están construyendo tribunas. Los carteles de las corridas de toros están por todas partes. Me alegro de perderme esto». La catedral de Sevilla superó sus expectativas y pasó un día de lluvia contemplando sus tumbas, visitó el Alcázar y se extasió ante los grandes monumentos y las bellezas naturales; pero observó también un cierto abandono que comparó al de las ciudades italianas.
«Desconocemos dónde se alojó en Granada, pero sí que vivió y descubrió la Semana Santa en la ciudad», comenta el especialista en literatura inglesa Juan Antonio Díaz. Granada será la ciudad más elogiada en los escritos y cartas de la autora británica, pero curiosamente no se encuentran textos referidos a la Alhambra. De Granada dijo que era el mejor lugar que había visto, ante el cual su poder descriptivo se anulaba; los jardines, los parques, los árboles de todas clases, con sus grandes hojas verdes y todas las flores que uno podía imaginar. La primavera en Granada era algo que hacía empequeñecer al más hermoso jardín de las casas de campo de Inglaterra.
Fruto de aquellas primeras impresiones españolas será 'The voyage out', el debut como novelista de Virginia, «una obra en la que no hace mención directa a Granada, pero donde se puede seguir la experiencia de aquel viaje», indica Juan Antonio. «La escritora, en 1905, tiene una percepción romántica y folclórica de España, a la que llega en primavera, pero se detendrá en los pequeños detalles de aquel país», apunta el especialista. Un ejemplo de este detallismo es la carta que le envía a su hermana Vanessa: «Creo que deberíamos educar a los niños como católicos porque es una religión que les hace mucho bien».
Pero lo mejor de un viaje, para Virginia Woolf, era el regreso a casa, «especialmente si viajas por España, donde los trenes se detienen para tomar aliento cada cinco minutos», pero donde también el aroma de los prados iluminados por las estrellas, al abrigo de un castillo morisco, es algo de lo que no puede evitar dejar constancia. Camino de Lisboa, donde tenía que coger el barco de regreso, pasó por Badajoz, pero no le mereció ningún comentario, tal vez por el escaso tiempo que estuvo en esta ciudad.
Luna de hiel
Virginia regresó a España en 1912 ya como Virginia Woolf, casada con Leonard Woolf, un destacado intelectual perteneciente como ella al grupo de Bloomsbury. Leonard conocía las inclinaciones lésbicas de Virginia, pero ambos llegaron a un acuerdo no escrito y se concedieron la libertad sexual. No obstante, Leonard, una vez fallecida su esposa, «se encargó de purgar los diarios de Virginia de toda referencia a sus relaciones y amoríos lésbicos», señala Juan Antonio Díaz.
En esta tesitura se produce este peculiar viaje de luna de miel, «cuando Virginia está liada con Vita Sackville-West, una escritora y aristócrata lesbiana militante que apoya a la autora de 'Orlando' para su entrada en el exclusivo Penn Club», relata el especialista.
Vita Sackville es una gran conocedora de España, país que estará en las conversaciones con su amada. Vita es nieta de la bailaora malagueña Pepita Durán y de Lord Sackville-West, quien mantuvo en secreto su matrimonio con la española hasta su muerte. La amante de Virginia contó la historia de su abuela en la novela titulada 'Pepita'.
Woolf pronto se encontró con el agrio sabor de la traición amorosa, y en España recibió una carta de Vita: «Tengo un problema tremendo, porque me he liado con Mary Campbell y el bestia de Roy anda con una pistola en mano por todo Londres para matarme». Una despechada Virginia le contestó: «Eso te pasa por promiscua». Roy Campbell, para situar la relación, «fue el único poeta fascista británico que apoyó a Francisco Franco», ilustra el experto.
Más allá de estas desavenencias amorosas de Virginia, los Woolf decidieron visitar Madrid, donde estuvieron «viendo los cuadros», en lo que se supone fue el Museo del Prado. Una vez más llegan a Granada, y esta vez «se alojan en el Hotel Washington Irving, en el corazón de la Alhambra», relata Juan Antonio Díaz. «Pasean por toda la ciudad y lo que más impresiona a Virginia son los jardines del Generalife», señala Díaz.
Poco dice de las ciudades que visita, como Barcelona o Tarragona, donde da largos paseos por la orilla del mar mientras una banda de música militar toca la 'barcarola' de los cuentos de Hoffman y los niños «corren desnudos, como aves zancudas, a lo largo de la playa». Desde Tarragona, Virginia escribe al escritor y amigo Lytton Strachey contándole la vida que hacen, un día en tren y dos en las ciudades que les interesa ver. Todo está reglamentado. En esos días de descanso de los trenes, un largo paseo por la mañana y lectura por la tarde. Virginia ha leído tres novelas en dos días y lleva consigo a W. Scott, D. H. Lawrence, E. Hilda Young.... Luego toman el té y dan otro paseo al atardecer, antes de la hora de la cena.
Los Woolf pasaron también por Toledo, Almería, Murcia y Valencia, donde se embarcaron hacia Marsella. Debió de ser en su camino de Tarragona a Madrid cuando se detuvieron en Zaragoza. Virginia Woolf se limita a decir de un modo general que van de ciudad en ciudad, diez ya desde que empezó su viaje, que éste es ciertamente el mejor país que ha visto, que Leonard y ella pasean por callejuelas y avenidas, mercados y ríos, que hablan incesantemente y leen «con furia».
De este viaje, Leonard Woolf habla en su autobiografía sin precisar mucho más. Se refiere a los caminos solitarios de España, los carros de mulas, las comidas y el polvo excesivo de los caminos. «Sentían un calor terrible y a menudo estaban agotados, pero la desnudez y la belleza del paisaje les dejó atónitos. Cabalgaron en mulos y tomaron trenes con retraso», señaló el mismo Leonard.
Juan Antonio Díaz matiza que frente a quienes advierten en los escritos de Virginia Woolf una falta de interés por el análisis -lo que se llamaría el compromiso del intelectual-, «en el libro 'To Spain' (1923) analiza la España que se encontraba y los cambios que observó en cada una de sus estancias en el país, que concluye con una mirada optimista».
A la Alpujarra
En 1923, los Woolf volvieron a España. Virginia había empezado aquel año en un estado de ánimo también depresivo, que se refleja en su diario, «sufriendo interna, estoicamente», pero las vacaciones en España fueron para ella un motivo de gozo. El 1 de abril, los Woolf se encontraban en Madrid, de paso hacia Granada. Permanecerían casi dos semanas en Yegen, en casa de Gerald Brenan, donde estuvieron hablando de literatura, según Virginia, doce horas al día.
Brenan recibió a los Woolf en la estación de trenes granadina, y de ahí se fueron a los toros, porque llegaron el domingo de Resurrección. Virginia excusó su asistencia a la fiesta nacional y se retiró a la casa de los Temple, al pie de la Alhambra, propiedad de quien fue en su día gobernador británico en Nigeria, y quien ya retirado, decidió fijar su residencia en Granada.
Gerald Brenan comenta en 'Al Sur de Granada' la visita de los Woolf y escribe de Virginia: «Hablaba tal y como escribía, de una forma igualmente íntima, de modo que ahora no puedo leer una página de 'The common reader' sin que su voz y su entonación se me hagan presentes de una manera irremediable. Ningún escritor puso tanto de sí mismo en sus libros como ella». Y más adelante: «Luego recuerdo a Virginia como una persona totalmente distinta, corriendo por las colinas, entre las higueras y los olivos. Se me aparece como una dama inglesa nacida en el campo, esbelta, escrutando la distancia con ojos muy abiertos, olvidada por completo de sí misma, en la fascinación por la belleza del paisaje y por la novedad de encontrarse en un lugar tan remoto y arcaico».
Describe a Virginia, su rostro: «Sus ojos eran grandes y grises, o de un azul grisáceo, y tan claros como los del halcón (...), su expresión era melancólica y casi aniñada». Por su parte, Virginia describe a Gerald Brenan como un inglés que no hace nada sino leer en francés y comer uvas.
Brenan sería uno más de los raros amigos del grupo de Bloombsbury, pero el único que consiguió subir en una mula al alma sensible de Virginia Woolf.
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