

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
RAFAEL LAMELAS
Domingo, 17 de febrero 2013, 13:35
"Un niño que no sabe jugar será un adulto que no sabrá pensar", suscribe Jean Chateau, pedagogo francés, y no le falta razón. El juego es consustancial a la infancia e incluye todo aquello que no está estrictamente relacionado con las actividades 'serias' que afronta el pequeño. Pero hasta estas rutinas obligadas pueden mantener un componente de diversión: comer, vestirse o dormirse pueden entretenerle tanto o más que el juguete más llamativo. Es algo instintivo y sobre todo satifactorio. Guy Jacquin aporta que el juego se define en que le proporciona al niño placer, "incluso el juego a través de matorrales espinosos".
El juego le sirve para descargar esa energía aparentemente inagotable de los chavales, les adiestra en sus funciones motrices, les evade cuando se aburren o se encuentran enfermos. Es, en definitiva, algo esencial para su desarrollo. Pero cuidado, porque las indicaciones de las cajas no están de adorno y cada juguete tiene su edad. Al principio, el bebé requiere de objetos funcionales, que le permitan activar sus cinco sentidos, sin piezas pequeñas que puedan acabar en su boca, estables para que no pueda romperlos y herirse.
En el libro 'Los derechos de los hijos', Luis Riesgo y Carmen Pablo introducen ciertos conceptos para ir organizando, poco a poco, estos momentos de distracción. Así sugieren que se tenga un espacio delimitado de la casa para jugar, un tiempo estipulado y los medios, que no necesariamente tienen que ser muchos y caros objetos. A veces, la imaginación del pequeño es tan potente que se entretiene con lo más insospechado. En los inicios sí recomiendan los pedagogos que el juguete le obligue a la interacción, que no sea un mero muñeco que ya lo hace todo solo.
A través de jugar descubriremos poco a poco la personalidad de nuestro hijo. Le veremos experimentar sensaciones incluso con sus propias manos o pies. Los sonajeros y mordedores se hacen útiles cuando pasan unos meses, sobre todo los segundos al medio año aproximadamente, a la espera de que le salgan los dientes en un tiempo corto.
Quien más, quien menos, recibe regalos en esta etapa destinados al pequeño. Mi propia experiencia me indica que los juguetes más sofisticados no son siempre los que más gustan. De hecho, lo corrobora un estudio de María Asunción Prieto. Colocaron aparatos modernos o tecnológicos en una habitación, como trenes, muñecos que hablaban, etc, y en otra sala ubicaron juguetes más elementales. Aunque el primer reflejo de los niños fue irse a por la primera opción, al final acabaron en la otra, donde insistieron con el paso de las semanas. La conclusión del estudio es que los juguetes más sencillos les dejaban un amplio campo para la imaginación.
Con el paso del tiempo nuestros hijos recibirán un bombardeo de propaganda que fomentará que deseen aquello que está de moda, de lo que seguramente se cansarán pronto si se les atiborra con cuanto capricho plantean. Riesgo y Pablo ahondan en una clave indiscutible. Más que dar juguetes de manera indiscriminada, los padres deberían de preocuparse de encontrar un hueco para compartir con ellos esa actividad, que noten la presencia. Por tanto, parte de la felicidad del niño no está en lo que la economía aporte de sí, sino en el espacio que los progenitores le puedan aportar.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.