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LAURA SANTACRISTINA
Lunes, 1 de septiembre 2014, 02:18
Dicen que no es el tiempo el que pasa sino todos nosotros. Recorrer la cuesta de San Gregorio es como transitar por la historia de una ciudad con guerras, mestizaje, música y múltiples credos.
Es una de las puertas del Bajo Albaicín y se puede llegar a ella atravesando las calles de Calderería Nueva y Vieja, famosas por ser un pequeño zoco árabe con decenas de teterías y tiendas de souvenirs. Una vez arriba, la plaza de San Gregorio está custodiada por un aljibe con agua fresca que hará las delicias de cualquier paseante.
Allí se erige un convento de clausura donde hoy viven monjas clarisas que rezan las 24 horas del día ininterrumpidamente y sin dar nunca la espalda al altar. Curiosamente, esta es una de las parroquias con más misas abiertas al público de Granada, por lo que verlas inmersas en la oración vestidas por entero de blanco es sencillo. Sin embargo, un buen momento para hacerlo es cuando dan las doce del mediodía porque es entonces cuando cantan en conjunto el Ángelus.
Como si hubiésemos adquirido un visor de diapositivas en uno de los puestos árabes, podemos echar la vista atrás para ver cómo allí no siempre ha sonado música de misa. Originalmente hubo una mazmorra musulmana, sin embargo, cuando los Reyes Católicos conquistaron Granada mandaron levantar una pequeña ermita. Pasados los años, el templo se fue ampliando y se convirtió en iglesia en honor a un anterior obispo de la ciudad: San Gregorio. Pero entonces llegó la desamortización de Mendizábal y el edificio pasó a desempeñar usos muy novedosos: se convirtió en almacén de vino y carbón además de burdel y sala de baile.
Durante la Guerra Civil sufrió muchos desperfectos y un gran incendio que lo dejó en estado ruinoso e inhabitado hasta la década de los 50, cuando las monjas clarisas comenzaron a vivir en él.
Arquitectónicamente destacan su portada de estilo jónico con mármol de Sierra Elvira y sus frescos en el prebisterio y la cúpula además de la ubicación de su torre principal, al fondo del edificio en el eje de la puerta, una posición inusual en Granada.
Un poco más arriba se localiza la casa donde el cantaor Enrique Morente creció. Entre las ranuras de sus puertas asomaba inquieto el artista cada vez que los vecinos daban cuerda a una sesión de flamenco. Allí observaba el compás de sus palmas, el raspar de sus guitarras, la profundidad de su cante y los cuerpos enredados de los bailaores y bailaoras. Allí fue donde Morente comenzó a amar el arte flamenco. La ciudad de Granada ha querido ofrecerle un homenaje colocando una placa en la puerta del edificio.
Pasear por la cuesta de San Gregorio no solo es inevitable para el visitante, sino que es un placer para el vecino de Granada. Para hacer del camino una experiencia todavía más completa es recomendable detenerse en alguna de las tascas que hay en el inicio de la cuesta y degustar sus tapas y raciones mientras suena de fondo la música de algún artista callejero.
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