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Juan Enrique Gómez
Lunes, 29 de diciembre 2014, 01:10
Son palabras de amor, de pasión hacia el 'Amado', de la profundidad de un sentimiento que fue más allá de las concepciones terrenales para habitar en el corazón de Dios. Es la esencia de la poesía de uno de los grandes creadores de la literatura universal, del poeta de la mística, el cofundador de los Carmelitas, Juan de Yepes Álvarez, que entre 1582 y 1590 convirtió en su particular esfera de inspiración el huerto monacal de Los Mártires, en la colina de la Alhambra, el lugar donde vivieron y murieron los cautivos cristianos en los últimos años del Reino de Granada, y donde el poeta se dejaba llevar en su profunda comunión con el Ser Supremo. San Juan de la Cruz escribía su obra bajo la protección de un gran ciprés, un árbol que aún pervive en la linde entre las huertas monásticas y las terrazas ajardinadas del Generalife.
Los versos de uno de los poemas fundamentales de la obra de San Juan de la Cruz, 'La noche oscura', hablan de escapadas en busca del amor más puro, de paz y entrega. Una serenidad expresada bajo las poderosas ramas de aquel árbol, mecidas por el viento: «El ventalle de cedros aire daba».
El árbol de San Juan de la Cruz no era un cedro, sino una rara variedad de ciprés, un Cupressus lusitanica, que procedía de Méjico desde donde fue traído por misioneros carmelitas y transplantado en Los Mártires por el propio Juan de la Cruz, un árbol elegido como símbolo para alcanzar el cielo. En el extremo Este del jardín del monasterio, hacia donde nace el sol, el ciprés del místico aún eleva sus ramas hacia el firmamento. No importa que hace dos décadas un rayo truncase su altivo porte, porque de su muñón cercenado brotan nuevas ramas que recuerdan el sentir de un humilde fraile que bajo él expresaba su deseo de «habitar en Dios» y su desesperanza: «Todo es para más penar / por no verte como quiero, / y muero porque no muero».
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