
Un tango para Luis
Ché, pibe, mirá que costó que vinieras a Granada y ahora no amanece el día en que no sea Granada la que se ponga en cola para verte
Manuel Pedreira
Miércoles, 31 de diciembre 2014, 13:31
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Manuel Pedreira
Miércoles, 31 de diciembre 2014, 13:31
Ché, pibe, mirá que costó que vinieras a Granada y ahora no amanece el día en que no sea Granada la que se ponga en cola para verte. Allá en Vélez Sarsfield empezabas a ser un ídolo para los fortineros y como puntero derecho no te había de faltar laburo, que para algo con 17 años ya habías marcado en Monumental, pero vos pensabas en grande y Liniers se te quedaba chico, querías pisar España y ganar toda la plata que pudieras. Era el tiempo de los oriundos, de Ratón Ayala, de Heredia, del Lobo Diarte. Candi había aprendido la lección con el pincha Echecopar, un año sin jugar, menudo quilombo, y se pensaba que eso de que tus viejos habían nacido en Burgos no era más que una pavada. Te quería con todos los papeles en regla y se fue a esperarte al aeropuerto. Si no te llegás a bajar del avión con la licencia militar cogida entre los dientes, te caga a trompadas, que menudo era el presi. En el banco, Joseíto, otro hueso, y en la caseta, macanudos como el Negro Aguirre Suárez, Pedro Fernández, Maciel, Santi y el vasco Javi Izcoa, que hasta te invitaba a comer a casa de tan pendejo que te veía.
La mina se quedó allá y hubo que hacer el casamiento por poderes porque algo adentro te decía que para aquel viaje no habría boleto de vuelta. Y Graciela vino y se enamoró también de Granada, y con los años vinieron también los nenes, Diego, Daniel y Mónica. Para entonces ya te había sobrado aquel partido en Jaén y la rodilla, con más clavos que una puerta de la Alhambra, amenazaba con dejarte rengo de por vida.
Qué bueno que, además de patearle lindo a la pelota, también sabías usar la cabeza. Con la primera guita que ganaste le hiciste caso a Chiquito Mazurkiewicz para montar el restaurante, que enseguida fue solo tuyo en cuanto a Mazurka le agarró la nostalgia y se volvió a Montevideo. Hubo que cambiar las botas por los zapatos y la remera rojiblanca por la camisa, pero paso a paso encontraste tu verdadera
vocación: laburar sin descanso con una sonrisa y repartir amor a todo el que entra a tu casa, ya sea un bacán o tipo sin un mango, hasta el punto de que mucha gente no va a Chikito a comer, va a ver a Luis. Y como quieres tanto, no dejas de dar, dar y dar porque sabes que al que mucho da, a veces le viene de vuelta algo de cariño.
Un día me tenés que decir cómo hacés para que en los 40 años y un día que hoy se cumplen de aquel apretón de manos con Candi, no se te pegó ni un poquito de malafollá. Has hecho por la imagen de Granada más que todos los concejales y diputados de turismo juntos. Un compañero rebautizó tu local como el hall of fame de Granada y no iba muy desencaminado, pero más allá de que por Chikito hayan pasado jefes de Estado y premios Nobel como para llenar un barco, el secreto no es el rabo de toro ni el bacalao, dejate, no hay misterios, lo que hace inolvidable ese lugar es el pibe que se sienta en la esquina de la barra y que pesa el doble que cuando marcó su último gol porque un corazón tan grande necesita mucho espacio. Ché, Luisito, pibe, ahora sí, qué bueno que viniste.
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