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Ainhoa Arteta, durante su recital de anoche en el Palacio de Carlos V.
Cien años, catorce canciones y una voz de mujer

Cien años, catorce canciones y una voz de mujer

La soprano Ainhoa Arteta recordó el centenario de las Siete Canciones de Falla y estrenó otras tantas en su honor

ANDRES MOLINARI

Lunes, 30 de junio 2014, 01:37

Noche para una voz esplendorosa, equilibrada entre casticismo y modernidad, viajera por la música española de los dos últimos siglos. Noche de una sola estrella, llamada Ainhoa Arteta, sin rupturas violentas con el pasado, comprometida con la música actual, desnudándola del recelo con el que la mira de reojo más de uno, para exaltarla hasta hacerla amiga, casi hermana, de la estética de Falla.

Para comenzar siete obras estreno absoluto, encargo del Festival para conmemorar el centenario de aquellas siete perlas que fueron las Populares Españolas de Falla. De Alfredo Aracil una Tiranilla más castiza que novedosa, con aires del Madrid de los Borbones, acogida con frialdad por el público. Del veterano Tomás Marco unos Cantares con cierto toque impresionista, exigiendo a la cantante mucho compromiso con el vibrato. Del gran Antón García Abril dos piezas: la primera, Lágrimas en el pañuelo, muy incardinada en la gran zarzuela, prodigio de concisión y elegancia. La segunda, Pensamiento que vuelas, un aleteo de nostalgia que abrió los brazos de la soprano y crepitó su final con una nota mantenida hacia el infinito, casi un suspiro.

Cristóbal Halffter optó por la deconstrucción de la sevillana de Lorca y fueron gratos los ecos evocados por la soprano. De Juan Cruz-Guevara escuchamos una nana de esas que llegan hasta las entretelas del alma, congeniando dulzura y mística con desgarro donde la soprano rozó el peligro de la pérdida de tono. Fue la pieza que más gustó al público. Y por último otra mujer: Pilar Jurado, de la misma generación que Ainhoa, traqueteando las notas de la Tarara, cerniendo melodías y reedificando el son vidriado de sutiles delicuescencias entre oleadas de tonalidad ambigua.

De Falla a la zarzuela

Ya sin atril ni lectura obligada, Ainhoa afrontó la pieza señera de Manuel de Falla en una versión mesurada de entusiasmo, salpicada de algunos guiños muy quedos a lo popular, con la sobriedad nada andaluza con la que una soprano vasca ve estos aires del gaditano universal. Escoró la voz hacia el canto clásico, lo que hurta no pocos matices a la música de don Manuel, aunque dentro de aquel terreno, tan de la soprano, estuvo encantadora, con toques de cierta persuasión, tierna por instantes, resolutiva en los finales, teatralizando lo justo y compensando la falta de salero con ese vestido turquesa sobre salmón, cuya cola, pintiparada para la ocasión, tanto regomello le dio toda la noche. La colocación muy atrás de la voz, gutural y ligeramente nasal, no propendió a lo jondo, al contrario, dejó muchas consonantes sueltas con la consiguiente oscuridad del texto pronunciado.

Pero, sin duda el campo en el que Ainhoa cosecha los timbres mejores, la sustancia musical más depurada, su gracejo más seductor. es en la canción romántica y en la zarzuela española. Una pieza de Catalani, con aires de la Rusalka balcánica, demostró la potencia de su vibrato. Así se dio paso a un pequeño recital, prolongado en las propinas, en el que aquilatamos la grandeza vocal de Ainhoa y sus muchas posibilidades expresivas. Ahí la tolosana lució experiencia, cercanía y garbo, amplia tesitura y potencia a prueba de palacios renacentistas.

Mención especial merecen el tenor José Luis Sola, con su voz acera de filo casi hiriente, y sobre todo su pasión al dramatizar, y el pianista Rubén Fernández-Aguirre, con su trabajo bastidor sobre el que bordan los demás el suyo.

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