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juan jesús garcía
Martes, 10 de noviembre 2015, 01:09
El Festival de Jazz de este año, en ausencia de un presupuesto suficiente para contratar a grandes estrellas, opta astutamente por otear los pesos medios y los nombres jóvenes y pujantes que en unos años, de seguir así la cosa, no podremos volver a pagar en Granada (Sí en Sevilla, donde la Junta gasta generosos cuartos en la escena jazzística de sus teatros, certámenes y empresas públicas de conciertos; cosas de Palacio, pero especialmente irritantes para la plebe de provincias). En este último segmento está la luminosa Carmen Souza, que inauguró con un concierto alegre y colorido el Festival esta edición.
Con un teatro Isabel lleno, la cantante lisboeta de ascendencia caboverdiana se puso al frente de un cuarteto en el que figuraban su compañero musical y productor Theo Pascal con los bajos, Elias Kacomanolis en la batería y el saxofonista inglés Rubén Fox, haciéndose cargo ella de los pianos acústico y Rhodes y la guitarra. Ni con unos ni con la otra es una solista deslumbrante, pero amigos, cuando abre la boca, incluso para sonreír -cosa que hizo continuamente con contagiosa alegría- de la perplejidad sorpresa inicial se pasa a la sorpresa y luego a la admiración. Carmen Souza tiene una voz perfecta, o mejor dicho: tiene varias, porque maniobra en todos los registros con denominación de origen casi como una imitadora capaz de ganar todas las ediciones Tu cara me suena. En sus canciones se escucha a Billy Holliday y Nina Simone, pero también a Sarah Vaughan y Carmen McRae o Joni Mitchell, la Piaff y Ricki Lee Jones como, obviamente, a la entrañable Cesarea. Y lo más alucinante es que pueden asomar casi todas en la misma pieza dialogando, y luego rematarla con un solo de trompeta vocal. Ufff.
Si canta en varios idiomas (francés, inglés, portugués y creole) musicalmente también es políglota, usando ritmos de vuelta e ida varias veces llegados de Portugal, Argentina, Francia, Estados Unidos, África Continental y Cabo Verde. Un conglomerado rico y compartible. Comunicación que ella potencia invitando continuamente al oyente participar, con bastante salero por cierto y no pocas bromas locales: el tren, las elecciones (con carcajadas de los oyentes por respuesta) y hasta los piononos. Si bien hay temas del concierto estiradas con perspectiva de bailable concierto al aire libre, pero que inmóviles en un teatro pueden resultar excesivamente redundantes.
Los amantes del jazz más ortodoxos ajenos en modo no Womad tuvieron su ración con Moonlight serenade, deliciosa a bajo y voz primero, como vertiginosa en la segunda parte, una Dona Lee casi rapeada, y otra My favourite things convertida en un veloz trabalenguas. También señalemos las pausadas y muy sabrosas pinceladas del tenorista Fox, que pudiera parecer una reencarnación en fondo y forma del grandísimo Charles LLoid de joven. Aunque no hizo bises, el público terminó en pie y bailando el oficioso himno panafricano en que se ha convertido el Patapata de Miriam Makeba. Hay color.
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