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EMILIO ATIENZA
Miércoles, 8 de febrero 2006, 01:00
LA esencia de las ciudades no radica sólo en factores funcionales, productivos o tecnocráticos; la constituyen muy diversos materiales, entre ellos la representación, los símbolos, la memoria, los deseos y los sueños. En 'Tristes trópicos' Claude Lévi-Strauss (1955), señala los misteriosos factores que nutren la materia de las ciudades: «El espacio posee sus valores propios, así como los sonidos y los perfumes tienen un color y los sentimientos un peso». La interesante obra 'Muerte y vida de las grandes ciudades (americanas)' de Jane Jacobs (1961), que recientemente hemos vuelto a analizar en el grupo de Patrimonio de Granada Histórica, para respaldar con argumentos de autoridad la crítica a la atribulada política urbanística que padece nuestra ciudad, nos ha reafirmado en el convencimiento de que es en los tejidos de la ciudad tradicional donde existe más vida social, más relación entre la gente e, incluso, más calidad de vida fruto de un reconocerse en un escenario concreto, en el que el ciudadano percibe la presencia de las generaciones que le han precedido, la 'memoria urbana', en conexión con todo un sin fin de elementos irreductibles, irracionales y poéticos que constituyen el imaginario común ciudadano que cada día es más difícil reconocer en Granada. 'Las ciudades invisibles' de Italo Calvino (1972) aparece como fabulación contra las concepciones tecnocráticas: cemento por doquier, pavimentos de basalto, asfalto sobre la Vega, pasos elevados sobre valles idílicos, aparcamientos y accesos subterráneos que nos amenazan con llevarnos a una realidad ajena a la ciudad soñada no sólo por Agustín Lara. Todas las ciudades de Calvino tienen nombre de mujer, como Granada, y siempre se desarrollan en el terreno evanescente de la fantasía, el deseo, los signos y la memoria. En 'Las ciudades invisibles' reside la nostalgia a causa de la paulatina desaparición de la memoria urbana sacrificada a un supuesto progreso, a la inmisericorde especulación, de lo que tanto sabemos cuantos anhelantes vivimos entre Darro y Genil.
LA importancia histórica, literaria, política y cultural de Granada es una realidad comparable a la de Atenas, Jerusalén y Roma, y así como monumentos tan trascendentales como el Partenón y el Panteón surgieron, y no por casualidad, en la Atenas de Pericles y la Roma de los Césares, el nunca suficientemente valorado Palacio de Carlos V nació en la mente del emperador en Granada. De la misma manera que las tres historias clásicas -Grecia, Israel y Roma- se funden con las ciudades que fueron su escenario: Atenas, Jerusalén y Roma, Granada se fundió con la cuarta, que universalizó los logros de las otras tres, gracias al descubrimiento y cristianización de América. ¿Cómo vamos a permanecer impasibles ante las pérdidas continuas de señas de identidad que nos vinculan a nuestro pasado más espléndido? La Granada de hoy no ha surgido sobre un vacío urbano ni histórico, por eso las prospecciones arqueológicas acompañan inevitablemente cualquier intervención urbana, esto ya debían saberlo y, además, tenerlo presente los munícipes, y completar sus proyectos con los planes arqueológicos necesarios, que eviten aplazamientos en las obras para desesperación de los ciudadanos, a los que además se les insinúa que lo que allí yace no vale o su valor es escaso, como ha ocurrido en la Avenida de la Constitución y Paseo del Violón. Penosa actitud en quién tiene la responsabilidad de acrecentar el legado que recibió a la generación que inevitablemente deberá transmitirlo.
INCLUSO en ciudades modernas impersonales buscan referencias a los mitos fundacionales de las ciudades griegas, etruscas y romanas aunque sea, por ejemplo, sólo en el trazado cruciforme de sus líneas del metro, a falta de un pasado más tangible. Toda colectividad necesita de unos lugares arquetípicos cargados de valores simbólicos, si la ciudad no se los ofrece, los grupos sociales los crean en sus límites, los inventan: son sus puertas, puentes, caminos, ágoras, paseos, jardines, esculturas a personajes relevantes e incluso espacios vacíos; sobre todos ellos el paso del tiempo ha producido cambios inevitables que han convertido sus puertas en estaciones, puertos, aeropuertos e intercambiadores... En toda ciudad se han superpuesto en estratos los momentos relevantes de su historia, han quedado islas de objetos, resistencias fragmentarias que remiten a pasados imposibles ya de recomponer. Toda ciudad viva tiene como misión servir de puente entre el pasado y el futuro, y no hay futuro sin memoria del pasado (Win Wenders). Aquí radica la importancia de los valores simbólicos de los vestigios y elementos de la ciudad, ya que simbolizar significa representar una ausencia, evocar una memoria. Una memoria colectiva que se concreta y expresa en los nombres de los lugares, en sus monumentos, en sus tipologías arquitectónicas, en sus recintos de trabajo, en sus espacios públicos, en sus ámbitos para la vida comunitaria, en sus restos arqueológicos, en sus fotografías y documentos antiguos.
PRECISAMENTE, una de las misiones clave de los grupos y asociaciones culturales en ciudades como Granada es contribuir, dentro de sus posibilidades y limitaciones, a desvelar para preservar estos vestigios, recuerdos y a defender los espacios públicos, que constituyen, en definitiva, elementos esenciales para que una sociedad tenga clara su identidad. Cada vez que un lugar público se privatiza, es la colectividad la que pierde y ve mermado su derecho a participar de la ciudad (El concepto del 'derecho a la ciudad' nace del pensamiento social de 1968 y es fundamentado por Henri Lefebvre en su obra 'El derecho a la ciudad'). Este 'derecho a la ciudad' se debe ampliar con la exigencia del derecho a la memoria, a la belleza y a los lugares para expresión de la comunidad. Y aquí radica la importancia de los espacios que configuran el paisaje urbano que se vertebra en torno al eje Carrera de la Virgen-Salón-Paseo de la Bomba. En Granada Histórica defendemos su saneamiento, las reposición de vegetación, de mobiliario, y cuantas restauraciones sean necesarias para el vivir cotidiano, pero déjennos de pavimentos a la portuguesa cuando tenemos el empedrado granadino, de aparcamientos subterráneos como intereses fundamentales, por excesivos aquellos y falsos éstos, de parterres versallescos que perturbarán la mirada que busca fundirse en las cumbres de Sierra Nevada. ¿Ah, y no se nos compare más la 'Biblioteca Pública' en espacio público, con cafeterías privadas en espacios públicos! para justificar atropellos como el sufrido ya por los 'jardinillos' en las Titas, donde, una vez más, lo público se ha subordinado al interés privado, como se pretende seguir haciendo en la zona. Al final todo no es más que un inmenso negocio a costa de Granada. Por favor, remocen y arreglen cuanto sea necesario pero no perturben la imagen de uno de los escasos espacios urbanos que los viajeros de un ayer remoto todavía po- drían reconocer y elogiar hoy.
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