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TRIBUNAABIERTA

El Tercio de Granada en Lepanto

CARLOS ASENJO SEDANO

Lunes, 4 de septiembre 2006, 04:50

AHORA, verano, frente a este mar nuestro, me he puesto a recordar viejas cosas, especialmente aquellas que, como hoy, enfrentaron a cristianos y musulmanes. Y así he venido a caer en Lepanto (1571), donde por más de cuatro siglos quedó resuelto el problema, al menos para Occidente. Y puestos a rememorar Lepanto, hete aquí que se me ha hecho presente aquel Tercio de Granada que mandara el accitano don Lope de Figueroa, de aquella familia que peleara con Boabdill en la batalla del Policar, cuando nuestros señores, los Reyes don Fernando y doña Isabel, asediaban Granada, lo que no impediría, después, la buena amistad entre el rey nazarí y Pérez de Barradas.

Antes de Lepanto, don Lope, con su Tercio, había peleado en Flandes, bajo la gobernación del duque de Alba, recorriendo el llamado Camino español en mucho menos tiempo que consiguiera hacerlo ningún otro militar (G.Parker). Luego lo vimos,con sus gentes, participar en la Guerra granadina de los moriscos (1568/70), en donde los documentos de Guadix dan testimonio de su frecuente compra de esclavos o moriscos vencidos con el único propósito de otorgarles carta de ahorría y libertad Pero, con todo, yo nunca había visto bautizado aquel Tercio como Tercio de Granada hasta esta ocasión de Lepanto, en que levantó banderas de levas en estas tierras penibéticas, enrolando gentes curtidas del campo y la ganadería y veteranos ya por la guerra granadina. No lo había visto llamado así hasta esta ocasión (Hugo Bicheno: La batalla de Lepanto).

En cualquier caso, tras la Guerra de los moriscos, y siguiendo una vez más a don Juan de Austria, que durante esta guerra se hospedaba en su Casa de Guadix, don Lope organizó su Tercio a la vista de la campaña que contra el turco preparaban España, el Papa y Venecia, que acabarían por formar la llamada Liga Santa, ya que las depredaciones de los muslimes en todo el Mediterráneo oriental -Chipre, Malta, Túnez, Argel- eran insufribles, y ya hasta alcanzaban con sus zarpazos las costas italianas y españolas, como se evidenció en la reciente guerra de Granada.

El caso es que, a la vista de todo ello, don Lope aprestó su Tercio ya famoso en toda Europa.Y con estos soldados con fama de invencibles -¿los Tercios Viejos de España !-, con los novatos incrustados siempre entre veteranos, los llevó a Nápoles para la tradicional aclimatación primaria de las tropas españolas. Y desde allí partir a dirimir de una vez la permanente contienda, en el mar, entre cristianos y musulmanes, a la sazón muy crecidos después de la toma de Constantinopla. Y llegado su día, en unión del Tercio de Nápoles, que mandaba don Miguel de Moncada, amén de todas otras tropas españolas, venecianas (éstas al mando de Barbarigo), genovesas (éstas al mando de Doria), con la retaguardia cubierta por el granadino marqués de Santa Cruz, de los Bazanes de Guadix y Granada, y todas bajo el mando supremo de don Juan de Austria, todos zarparon en busca de los turcos, musulmanes y enemigos de nuesra santa religión, y claro está que después de muchos tiras y aflojas, recelos, disputas, controversias, etc. etc. Las peripecias de tan gran aventura, una de las más notables acaecidas nunca en este mar Mediterráneo, tan pródigo en ellas, han sido narradas y estudiadas por numerosos estudiosos, además de cantadas por la lírica y la épica, desde Cervantes a Herrera y Rufo, por lo que no nos detendremos aquí en ello, para pasar a referir sólo algunos detalles de la actuación de nuestro Tercio de Granada.

Así, pues, la flota cristiana, bajo el mando de don Juan de Austria, se dirigió hacia el golfo de Lepanto, en la cercana Grecia, en busca del enemigo. La consigna, y el dilema, era vencer o morir, y no había más. Para el enemigo, igual. Pero siguiendo el consejo de don García de Toledo, había que procurar que el enemigo tuviera la costa cercana para, así, tentarlo, llegado el caso, a desertar, al menos en alguna de sus naves, como efectivamente lo hicieron algunas. Y no mucho después, se avistaron ambas flotas. La cristiana capitaneada por La Real, de don Juan. La turca capitaneada por La Sultana, de Alí Baja. Y unos y otros comenzaron las maniobras de aproximación y posible envolvimiento del enemigo, previendo que la fase fundamental sería la del abordaje mutuo y, consiguientemente, la posterior lucha cuerpo a cuerpo, para cuya faena los Tercios Viejos españoles eran el instrumento insustituible e insuperable. A la espera de la hora decisiva, amigos y enemigos, todos se pusieron a rezar, los españoles dirigidos por los jesuitas, los italianos, por los franciscanos.

Y tras los rezos y demás liturgias de rigor, enseguida se dispuso que el grupo más bragado del Tercio de Granada, con don Lope, más otro grupo similar del Tercio de Nápoles, al mando de Moncada, pasaran a La Real, de don Juan, para ocupar la proa, con vistas al deseado abordaje de La Sultana, al tiempo que también ocupaban los laterales de babor y estribor, para oponerse al del enemigo, llegado el caso. Y ya cercanos ambos contendientes, los otomanos comenzaron su acostumbrado griterio acompañado de músicas y ruidos de timbales, címbalos y castañuelas, respondido inmediatamente por el repiqueteo de tambores de la Santa Liga, al tiempo que los Tercios Viejos españoles atronaban el espacio con su temido y famoso grito de guerra por toda Europa: ¿Santiago y cierra España ! Lentamente se aproximaban unos a otros, más rápidos los turcos, más lentos los cristianos Y don Juan, para dar ánimo a todos, se subió al puente de proa, y allí bailó una gallarda, a cuyo baile enseguida se le unieron todos sus capitanes. E inmediatamente se alzó el estandarte cristiano, en La Real: un Crucifijo sobre una bandera enviada por el Papa. Y los turcos, simultáneamente, hacían igual en La Sultana, con su estandarte cuajado de alusiones a Alá y Mahoma. Y situado ya don Juan en el castillo de proa, rodeado de sus capitanes y asesores, la alta nobleza de España: Requesens, Sesa, Bernardino de Cárdena, Rodrigo de Mendoza , mientras don Lope de Figueroa y don Miguel de Moncada ocupaban la proa, se dispusieron a la pelea, anunciada por un primer cañonazo turco de La Sultana, que así concretaba su desafío, contestado enseguida por otro cañonazo de La Real, en señal de aceptación del duelo

Y comenzó aquel terrible combate a victoria o muerte (7 de octubre de 1571).Todos contra todos. Primero, tratando de hundir naves enemigas por medio del cañoneo. Luego, ya todos más cerca, iniciando los abordajes -cada nave contra cada nave -, y más concreta y decisivamente La Real contra La Sultana, o viceversa. Duró el combate más de cuatro horas, en una terrible orgía de heroísmo y sangre, en el que el mismo don Juan luchó cuerpo a cuerpo, con la espada cogida por sus dos extremos con sus dos manos, para mejor defenderse. Y su sobrino, Alejandro Farnesio, con una espada en cada mano, y con la ayuda de un soldado, los dos solos, lograron penetrar en una nave enemiga, matar a cuantos encontraron, y volver ilesos a la suya. Y quienes combatieron con un brazo cortado, hasta morir Y en esta porfía de los capitanes, Figueroa y Moncada, con sus gentes, hasta dos veces lograron entrarse en La Sultana, ya abordada, siendo rechazados ambas veces a La Real. Así, hasta que por tercera vez, don Lope de Figueroa, don Miguel de Moncada, y don Bernardino de Cárdenas - que eran muy amigos, de campañas anteriores - con un grupo de soldados del Tercio de Granada y de Nápoles, nuevamente lo intentaron, logrando entrar en La Sultana, en donde uno de los soldados, de un tiro en la frente, logró abatir y matar a Alí Baja, el caudillo turco, sobre el que inmediatamente se lanzó y le cortó la cabeza que, luego, enseguida, llevaron a don Juan, que mostró digusto por ello, mientras don Lope abatía el estandarte turco, arráncándole con sus manos del mástil. Era un rico estandarte, el que Solimán el Magnífico capturara en Bagdad, adornado con alusiones a Alá y Mahoma, que iría a parar al Escorial, donde ardería un siglo después.

Era la señal de la victoria, enseguida proclamada y aceptada sobre aquel mar de Lepanto, en donde quedaron sepultados más de 40.000 muertos, además de 10.000 heridos. Una batalla en que, de parte cristiana, no desertó más que una sola nave veneciana, mientras muchas sí lo hicieron de parte turca. Una victoria en que se decidió, para más de cuatro siglos, la hegemonía de cristianos y musulmanes en el Mediterráneo. Una batalla en la que todos, desde los catalanes de don Luis de Requesens a los granadinos de don Lope de Figueroa y don Alvaro de Bazán, cumplieron con su deber para con España y la Cristiandad, anticipándose a lo esperado por el almirante Nelson en Trafalgar Y es que nadie, a la sazón, se paró en autonomías ni en realidades nacionales, y sí, por el contrario, respondiendo como un solo hombre, al grito que los hizo famosos y temibles, además de invencibles, en toda Europa: ¿Santiago y cierra España ¿

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