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JOSÉ MIGUEL GÓMEZ ACOSTA
Jueves, 26 de octubre 2006, 04:51
EN el año 1997 se instituyó el primer lunes de cada mes de octubre como Día Mundial de la Arquitectura. Desde entonces este día ha venido celebrándose de las más diversas maneras. Aparte de encuentros o conferencias, el evento ha ido tomando cuerpo gracias a las intervenciones de arquitectura efímera que han dejado su huella temporal en la ciudad y en la conciencia de muchos ciudadanos. La tradición de arquitectura efímera en Granada es de sobra conocida. Es fácil recordar, por ejemplo, las imágenes de una antigua Bib Rambla engalanada con ocasión del Corpus o la ofrenda floral a la Virgen de las Angustias. En clave contemporánea, en el año 2004 pudimos disfrutar de una singular arquitectura efímera que celebraba el Día Mundial de la Arquitectura. Se trataba de un 'mirador de arquitectura' (proyectado por Antonio Jiménez Torrecillas) que, en cada una de las provincias andaluzas conducía al ciudadano a través de un muro perforado que desembocaba en la visión enmarcada de un cierto espacio. El objeto concreto tenía la función de abstraer al visitante de su entorno inmediato para después volver a mostrarlo bajo la mirada nueva que proporcionaba el viaje por su interior. En Granada, el lugar elegido para dar pie a la participación activa del usuario y a su reflexión fue Puerta Real.
Este año, la Conserjería de Obras Públicas y Transporte de la Junta de Andalucía junto al Consejo Andaluz de Colegios Oficiales de Arquitectos han creado el Programa TRANSITE para celebrar el Día Mundial de la Arquitectura. Su propuesta consistía en realizar un concurso de ideas que permitieran actuar en puntos singulares de cada una de las ocho capitales de provincia andaluzas. En concreto, se trataba de intervenir en ciertos enclaves de los centros históricos que gozasen de un importante tránsito ciudadano y cuyas circunstancias no estuviesen claramente reguladas. El fin de estas intervenciones efímeras sería mejorar la seguridad, la iluminación, la acústica o la imagen, estableciendo un sistema de acción sobre elementos degradados a los que la normativa no da respuestas eficaces debido a su marcado carácter temporal. Un segundo fin, indisociable del primero, sería el de celebrar el Día Mundial de la Arquitectura con intervenciones frescas, baratas, reciclables, y alegres que hicieran pensar que, en ocasiones, los problemas comunes de la ciudad se pueden afrontar de manera distinta, flexible y abierta.
El callejón de San Agustín.- El lugar elegido para actuar en Granada fue el callejón de San Agustín que une la plaza del mercado del mismo nombre con la plaza de la Romanilla y la Pescadería. Este eje comercial ha sufrido constantes cambios y alteraciones en la última década. Uno de los últimos consiste en la degradación de una pequeña calle de une los dos grandes vacíos comerciales a causa, principalmente, del andamiaje que las obras de un edificio cercano imponen a su constreñido trazado. La falta de salubridad, la iluminación deficiente y la pobre imagen de este céntrico callejón contrastan con el importante tránsito ciudadano de la zona.
Las claves del concurso de ideas eran muy claras: se trataba de una obra de carácter efímero, por tanto, se valoraría la facilidad de montaje y desmontaje, así como el uso de elementos reciclados y baratos (todos los participantes habían de ceñirse lo más posible a un ajustado presupuesto de ejecución material). Por otra parte, se valoraría también la presencia del mercado como fuente de inspiración.
La propuesta ganadora, construida en el citado callejón, es obra de Cristina Garzón Martínez y Ana Delgado Lara, acompañadas del arquitecto Leonardo Tapiz Buzarra. El lema con el que se presentaron al concurso, 'lo que la ciudad arroja', da una idea del tipo de proyecto ante el que nos encontramos. Para explicarlo con brevedad, se trata de una idea sencilla, realmente barata, que usa elementos de desecho en un contexto novedoso y que, con un gesto muy simple consigue ventilar, iluminar de manera agradable y eliminar el carácter residual. El actual andamio cerrado, necesario debido a la obra vecina, se reutiliza sustituyendo la cubierta por un entramado de cajas de fruta de plástico de vivos colores. Un cableado colocado dentro de un perfil en cajón a lo largo de la estructura preexistente sirve para alimentar la iluminación: unos fluorescentes de cocina de bajo coste y consumo que se tiñen con los animados colores de las cajas de fruta junto a las que están colocados. El problema de la ventilación y la iluminación se solucionan razonablemente bien, pero además, el espacio se convierte en un sitio sorprendentemente agradable, que despierta la curiosidad de quien lo transita por primera vez. Un suelo esgrafiado con motivos frutales y la nueva pintura de la estructura, cierran la obra. El jurado del premio valoró la calidad y viabilidad de esta idea, así como su capacidad de comunicación, su facilidad de uso y montaje, además de lo económico de la instalación.
Todas las propuestas de intervención presentadas a concurso (que se pueden consultar en www.transite.es), de una gran calidad en su conjunto, intentaban reflexionar acerca de una arquitectura dialogante, abierta, sensible socialmente. Una arquitectura que, frente a los grandes problemas, trabas legales y económicas, pretende dejar opciones al usuario. Opciones novedosas, no cerradas o meramente impositivas. Desde el pasado día 2 de octubre, último Día Mundial de la Arquitectura, podemos acercarnos a observar el pequeño experimento efímero del Programa Transite y ver como la arquitectura no ha de ser por fuerza grandiosa, cara y elitista. También es posible ver una cara lúdica que no está reñida con el compromiso.
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