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CARLOS MORÁN Y QUICO CHIRINO
Viernes, 10 de noviembre 2006, 04:19
La ordenanzas municipales son papel mojado en la barriada de Cartuja. También el Estatuto de Autonomía de Andalucía -el vigente y el que está por venir-, la Constitución y la Declaración de los Derechos Humanos. Hay lugares en ese barrio de la zona Norte de la capital que se parecen más a los arrabales de Calcuta que a una ciudad de la Unión Europea -que, a fin de cuentas, es lo que es-. Entrar allí es como apagar la luz de la civilización. La realidad es un martillo que golpea al curioso hasta dejarle anodadado: corrales de perros de pelea en los bajos de viviendas habitadas, esqueletos de vehículos calcinados, charcos de aguas fecales en los que chapotean los niños, estiércol, establos, jardines que se han convertido en gallineros y basura, mucha basura e inmundicias por todas partes...
El quinto mundo
No es literatura. Ese sitio existe. Y suceden cosas delirantes: un individuo con la mirada perdida defeca en la calle, apenas a unos metros de un grupo de chiquillos y de los periodistas. Dicen los críos que el hombre malvive junto a su abuela en una chabola -cercada por los desperdicios- que apenas se tiene en pie. También afirman que les parece bien que la gente del Ayuntamiento vaya a limpiar, pero piden que no tiren la paupérrima casucha porque el tipo no tiene a dónde ir.
La covacha, hecha de retales de cartón y madera, está instalada junto a un edificio ocupado que presenta un aspecto deplorable. Es la miseria dentro de la miseria. El cuarto y el quinto mundo en unos pocos metros cuadrados.
El olor a porquería macerada es insoportable... Es imposible acostumbrarse a un hedor que lo impregna todo. Salvador Cárdenas, médico de familia y director del centro de salud de Cartuja, ha desarrollado prácticamente toda su vida profesional allí y no se ha habituado a una situación desquiciante. «La suciedad no sólo está en las calles. Hay casas en las que entras y te dan ganas de vomitar... Te encuentras manchas de excrementos por las paredes, ratas en los patios...», describe.
Salvador y la práctica totalidad del resto del personal del centro de salud de Cartuja -cuyo funcionamiento ejemplar le ha valido una de las tres únicas acreditaciones de calidad que se han otorgado en Granada- están allí porque así lo han querido. Nadie les ha obligado, lo que les concede un 'plus' de autoridad y de credibilidad. «Yo estuve aquí de residente y luego pedí volver para quedarme», recuerda.
Ellos saben perfectamente que la mayoría de las más de dos mil personas que residen en los tres puntos negros de Cartuja quieren cambiar: no se conforman con un destino de pesadilla. «Muchos vecinos denuncian lo que les pasa. A nosotros nos lo dicen y nosotros hacemos lo que está en nuestra mano», explica Salvadora.
No es suficiente. Los problemas de Cartuja -que son los más graves que tiene planteados la ciudad de Granada- no van a solucionarse de un día para otro. Pero hay actuaciones que no deberían demorarse más. Algo tan rutinario y normal como la limpieza de las calles, es prácticamente un 'fenómeno' desconocido en Cartuja. La acumulación de basuras es alarmante y, cada día que pasa, es peor. Salvador no se muerde la lengua. «El riesgo de que se produzcan brotes epidémicos es real. Las administraciones que tengan algo que decir en este tema deberían coordinarse para llevar a cabo una campaña de limpieza urgente».
Los avisos de los médicos no son exagerados. «Lo último que hemos visto ha sido varios casos de hepatitis A, que, evidentemente estaban vinculados a la falta de higiene», indica el director del centro de salud de Cartuja.
Las 'invasiones' de parásitos -principalmente piojos- y las infecciones por contacto con materia fecal -sobre todo, en verano- no son extrañas -ni mucho menos- en la depauperada barriada de la zona Norte. Patologías propias del tercer mundo, en la Granada del siglo XXI.
Salvador recuerda en este sentido el brote de sarna -una afección de la piel que está prácticamente erradicada en los países desarrollados- que se cebó hace un tiempo con varios vecinos de la zona Norte. «Yo hasta entonces sólo había visto esa enfermedad en los libros. Y estaba convencido de que jamás la vería entre mis pacientes». Se equivocó. El peligro de episodios de ese tipo vuelvan a repetirse no es desdeñable. Y puede que con mayor virulencia y amplitud. En la basura anida esa inquietante posibilidad.
carlosmoran@ideal.es
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