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REMEDIOS SÁNCHEZ
Lunes, 20 de noviembre 2006, 19:06
TENÍAN el alcalde y su concejal de Mantenimiento, Vicente Aguilera, un especial interés por ahuyentar la plaga de estorninos que desde hace una temporada se hospedan con nocturnidad y alevosía en las plazas de nuestra ciudad defecando, haciendo ruido y llenándolo todo de suciedad y malos olores. Torres Hurtado está decidido a que nadie, sea individuo pensante o volátil impertinente, le estropee su frase de que Granada está guapa para los próximos comicios. Por ello, no ha dudado en meterse en faena, metamorfosearse en Harrelson y largar con viento fresco a las atrevidas avecillas que excrementan las plazas -incluyendo el mobiliario urbano- y al desdichado que ose pasear o cruzar por ellas a partir de las seis de la tarde. La intención era buenísima, honestísima para los pobres vecinos de la zona y los desconcertados viandantes, pero de todas maneras, Torres Hurtado se ha quedado, como acostumbra cuando hay problemas, en la superficie; no es algo novedoso: mucha gente sabe que este señor no se mete en honduras más que cuando se le ocurre la brillante idea de hacer un párking en el lugar más insólito e inesperado. Efectivamente, el alcalde Torres ha largado a los estorninos -y de paso a las palomas, petirrojos, tórtolas y verdecillos que planeaban por allí en los atardeceres de este otoño tardío de hojas amarillas- pero ha dejado a otros pájaros aparentemente no tan negros en la color externa pero sí de intenciones y de actuaciones más brunas y perversas que la de los molestos y hambrientos 'sturnus vulgaris'. Son éstos a los que me refiero, pájaros de cuenta a los que habría sido difícil desalojar de Granada con los altavoces de biosonidos intimidatorios e incluso con el halcón que se ha enseñoreado de las plazas granadinas en los últimos días en defensa de la pulcritud de esta ciudad donde se despachan a las avecicas, se cortan las habitaciones de pájaros -léase árboles- pero se deja que continúen con sus menesteres a otros pájaros más dañinos pero que usan traje y corbata y que pululan por nuestra ciudad como Pedro por su casa. En nuestra ciudad, es bien sabido, tenemos muchos especímenes volátiles y tornadizos que se arriman al sol que más calienta siempre en busca del beneficio que les pueda reportar una determinada actuación por muy infame y maquiavélica que ésta sea. Daremos hoy tan sólo los rasgos generales de tres especímenes comunes para hacernos una idea: los papagayos amaestrados, los buitres y las urracas. Los papagayos amaestrados son alados de buen vivir y mejor yantar, estómagos agradecidos, correveidiles que repiten como loros lo que les manda su partido u organización que digan, no por beneficio de ésta sino por el suyo personal, que cuesta mucho esfuerzo medrar sin tener más prendas que el nulo orgullo, la mente turbia y el colorido plumaje. Los buitres de nuestra Granada son los carroñeros que esperan impacientes, volando en círculos, a que caiga el otro -que en el fondo es igual que ellos- para reducirlo a polvo, a sombra, a nada y ocupar ellos su lugar sin esfuerzo. Las urracas, por su parte, persiguen tan sólo la brillantez que en los tiempos de hoy proporciona el dinero (da igual cómo se haya obtenido) y que facilita una desahogada posición sin tener en cuenta los medios para lograrla. Que cada lector, si gusta, les ponga nombres y apellidos a los pájaros metafóricos; yo lo dejo para otro día que, a tenor de cómo está el patio, barrunto no muy lejano. No es difícil, pero sí he de avisarles que produce bastante asco. Mucho más que los excrementos de los pobres estorninos.
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