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GREGORIO MORALES
Martes, 21 de noviembre 2006, 04:01
GERARDO García-Royo le ha concedido al empresario Roberto García Arrabal terreno público en el Serrallo para que construya una torre de 19 plantas. Y ahora quiere regalarle un puente para mejor asegurar la concurrencia a los centros comerciales, cines, despachos, gimnasios, piscina, solarium, saunas, baños turcos y aparcamientos subterráneos de que constará. ¿Ay de la bucólica zona de la piscina Paraíso!
El puente que Royo le va a erigir a García Arrabal es de plata. Porque llevará más dinero a su torre de cristal, el Serrallo Plaza. Los alrededores se colapsarán de compradores festivos, musculitos peliculeros, yuppies sibaritas, ejecutivos con reunionitis, familias con niños hiperactivos y conductores recalcitrantes. En los fines de semana, un tapón de automóviles lo cerrará todo, y los vecinos tardarán horas en llegar o salir de sus casas, como ya ocurre en los alrededores de Kinépolis. Aquí no nos libramos de la catetez y vamos siempre a años luz de la modernidad. El concepto desarrollista de García-Royo está anclado en los 70. Lo pionero hoy en Europa es conservar el entorno natural, emplazar los centros comerciales en el interior de las ciudades (como ha sido siempre) o bien alejarlos una veintena de kilómetros, evitando así el colapso circulatorio. Pero no, Royo es del mismo parecer que el alcalde de Armilla, y prefiere alzar emporios pegados a la ciudad, junto a las vías que deben servirle de desahogo. Royo construye un puente tras el que, piensa, se encuentra El Dorado. El Serrallo Plaza es, para Royo, El Dorado de Granada, como el Nevada Center es, para José Antonio Morales Cara, El Dorado de Armilla. Ambos ven la circunvalación como un Atlántico que debe conducirlos a la tierra prometida.
Lástima que El Dorado fuera una entelequia y llevara aparejados el esfuerzo inútil y la ruina suicida. El puente de plata que va a construir Royo conducirá, en todo caso, a un paraíso abierto para pocos y cerrado para muchos. Sus beneficiarios no serán precisamente los ciudadanos de a pie, que usan aquellos parajes para desentumecer los músculos, evadir la mente y oxigenar el corazón, sino quienes piensan que, como en la novela de Ángel Palomino, la meta de todo viajero es arribar a Costa Fleming.
La Costa Fleming que Royo quiere construir abomina de los niños, los paseantes, los corredores y los ciclistas. Si el silencio y el paisaje son oro para los sabios, constituyen escoria para quienes anhelan la plata que tintinea. Los sabios aman la intangibilidad de lo bello; los especuladores, la rotundidad del dinero y de los puentes que lo llevan a sus manos.
El del Serrallo podría ser el puente de plata que el mismo Royo se está construyendo para marcharse. Sin duda tiene muy claro que «a enemigo que huye, puente de plata». Por eso lo construye ahora, cuando, con un pie fuera del Ayuntamiento, piensa que tal vez se lo perdonen todo.
Royo quiere hacer emerger un Manhattan granadino y comienza construyendo el puente de Brooklyn. Eso sí, ¿que no le hablen de Central Park! Él ya habría expropiado terrenos para cruzarlo de carreteras. Pero los neoyorquinos no tienen ni miserable idea de lo que es el progreso. Mientras su Parque Central está cerrado a los vehículos, él nos abre a la civilización y a los motores la Fuente de la Bicha. No hay nada como un puente de plata. Sobre todo si, tras él, nos aguardan las dulces tentaciones de Broadway.
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