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MANUEL VERA HIDALGO
Miércoles, 8 de junio 2016, 01:15
Lo primero que llama la atención cuando se desciende por el carril del cementerio de Cástaras en busca del manantial de los Baños es una enorme grúa amarilla y oxidada cuya pluma aparece de vez en cuando sobre las barranqueras resecas. Parece ser que las instituciones públicas proyectaron en su momento la recuperación del balneario, e iniciaron, incluso, la obra, pero la crisis ha parado en seco la iniciativa.
En efecto, una enorme estructura desangelada y sola, cimentada al pie del barranco, domina ahora el espacio. Empujados y avasallados, los viejos edificios de hospedaje muestran a través de sus paredes, ya diáfanas, las arruinadas escaleras, el hogar para el fuego, sus alacenas destartaladas... es todo lo que queda de una forma de entender el alojamiento de huéspedes que poco tiene que ver con los establecimientos hosteleros de hoy.
Los baños estuvieron en explotación desde mediados del siglo XIX hasta los años 60 del XX (aunque el manantial era conocido de antiguo y usado con fines terapéuticos desde algunos decenios antes). Sus aguas sulfuroso-ferruginosas, que dejan un barniz de óxido en el lecho del barranco, fueron siempre reputadas en la curación de afecciones respiratorias, enfermedades cutáneas y artrosis. Y si nunca tuvieron una demanda masiva como las de Lanjarón, por ejemplo, gozaron de un merecido reconocimiento entre la gente de la Alpujarra y de más allá.
Aún quedan, perdidos entre la galería de vegetación que cubre el barranco, los restos de las instalaciones para el baño, con su hornillo de ladrillo para calentar el agua, sus tubos de hierro para conducirla y cuatro estrechas tinas de cerámica enterradas en el suelo en las que se introducían los bañistas. Una de ellas se mantiene en relativo buen estado y todavía, informa uno de los regantes, es utilizada de vez en cuando por «jipis, guiris o como se diga», que a veces bajan hasta el lugar, atraídos por la fama de su virtud terapéutica.
Desconocemos el nombre con que en época medieval se aludía al manantial. El apelativo Fuente del Piojo no hubo de generalizarse, seguramente, hasta el siglo XVII y debió convivir con el de Fuente Agria o Agua Agria, habitual en tantos otros manantiales ferruginosos de la Alpujarra y de fuera de ella.
Y, por cierto, no debía de ser muy del gusto de Andrés de Vargas y Ana Manzano, propietarios del balneario, que a mediados del siglo XIX decidieron cambiarle el nombre por el de 'Baños de la Salud para favorecer su explotación. No parecía 'El Piojo' una buena carta de presentación para una institución dedicada a la curación de enfermos. ¿De dónde podía proceder tan paradójico nombre?
Teorías 'oficiales'
Con frecuencia este tipo de denominaciones se explican mediante historias que, amparadas a veces en la autoridad de quien las recogió y las puso por escrito, han sido adoptadas 'oficialmente' como la razón de un nombre que resulta difícil de explicar de otra manera. En nuestro caso, el relato explicativo se nos presenta bajo dos formas divergentes, que recogen, por un lado, la Enciclopedia Espasa, y por otro, el magnífico estudio 'El Baño, un modesto balneario en Cástaras', de Jorge García.
La primera de ellas se remonta a sucesos ocurridos, supuestamente, a comienzos del siglo XIX y transita por vía oral al menos hasta que, en 1863, la recoge el médico y profesor granadino Francisco de Paula Montells y Nadal. Según ella, un hombre, que padecía «de úlceras erisipelatosas y era tal su estado de pobreza que estaba encastado de miseria, tomó dos baños unos cuantos días y curó radicalmente, desapareciendo los asquerosos insectos de que el infeliz estaba plagado. Desde entonces, la gente del país llamó al manantial y a su baño, baño del Piojo». La otra atribuye el nombre al apodo con que, pretendidamente, fue conocido uno de sus propietarios, a quien por su reducida estatura llamaban el 'tío Piojo'.
Pero estas explicaciones populares no nos sirven para despejar el problema. Se han elaborado desde una perspectiva localista que supone que estamos ante un nombre único, y que, por tanto, necesita de una explicación también única y extraordinaria. Pero el nombre con que conocemos a los baños no es exclusivo ni mucho menos.
Topónimo abundante
El topónimo 'Piojo' es más abundante de lo que podamos pensar, y va siempre vinculado a nacimientos o corrientes de agua. Así, sin salir de nuestra provincia de Granada, encontramos fuentes o nacimientos con este nombre, o su variante 'el Piejo', en un gran número de localidades o municipios: Puebla de Don Fadrique, Huéscar, Zújar, Baza, Gor, Valle del Zalabí, La Zubia, Alfacar, Quéntar, Huétor Santillán, Salar, Vélez de Benaudalla, Monachil, etc. F. Arenas, informante de la web 'Conoce tus fuentes', explica con respecto a esta última que «al parecer el nombre le viene porque cuando se lavaba la ropa y se tendía, esta acababa llena de piojos». Es una muestra más de la tendencia a explicar el porqué de algunos nombres de lugares mediante relatos justificativos singulares, como si el nombre lo fuera también.
Fuera de Granada la nómina es así mismo importante en todas las provincias andaluzas y son incontables también en el resto de España. Algunas han dejado su huella en la literatura. Cervantes alude a la fuente de este nombre que hubo en El Prado, Madrid, en 'El Quijote' (2ª parte, 1615) por boca de uno de sus personajes, y 'La pícara Justina' (1605) hace burla del apasionamiento de un leonés por su Fuente del Piojo.
Un piojo muy limpio
Se impone, pues, otra explicación. El vocablo piojo procede del latín pediculus, 'piececillo', palabra que aludía al pedúnculo con que las frutas y las hojas se adhieren al tallo. Pero pediculus se utilizó también en el latín del siglo I para nombrar al parásito humano que hoy conocemos como piojo (seguramente por su forma de fijarse a la piel), y luego se aplicó a otros insectos que se parecían a este por su aspecto, por su pequeño tamaño, o por su condición de parásito, circunstancia esta de la que nos deja constancia el naturalista latino Plinio. Hoy la palabra 'piojo' nombra a muy diversas clases de diminutos chupadores de otras tantas especies: mamíferos, aves, insectos y peces.
Pero en el acervo cultural y lingüístico de muchos hablantes, el sustantivo'"piojo' se aplica también a otro insecto muy diferente, de hábitos menos 'absorbentes'. La fórmula 'piojo de agua' alude a un hemíptero fácilmente reconocible, de cuerpo delgado y patas largas, con las que, asombrosamente, se sostiene y se desplaza sobre el agua. Llamado también 'zapatero' o 'tejedor', esta habilidad acrobática le ha reportado el nombre de 'chinche patinador' en buena parte de Sudamérica.
Desafortunadamente, ni el DRAE en sus múltiples ediciones, ni otras recopilaciones léxicas han recogido nunca esta fórmula. Y sin embargo es a este 'piojo', aficionado a las aguas cristalinas (y no al sucio parásito causante de la pediculosis, indeseable compañero de la miseria), al que aluden los Baños de Cástaras y todas las fuentes y manantiales de ese nombre.
Los prejuicios de don Andrés y doña Ana no estaban justificados. Felizmente las aguas han vuelto a su cauce, y la gente, siempre razonable, ha recuperado la denominación tradicional de 'Baños del Piojo', un nombre que, lejos de aludir a la suciedad y la epidemia, nos remite a las aguas limpias y saludables de los manantiales. Como el de Cástaras.
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