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BORJA OLAIZOLA
Viernes, 30 de abril 2010, 05:43
Si a un buen sherpa le pones una cuerda es capaz de llegar a la luna», exagera Josu Bereziartua, montañero guipuzcoano con varios 'ochomiles' a sus espaldas y miembro durante años del equipo de 'Al filo de lo imposible'. Los alpinistas occidentales no escatiman elogios hacia los sherpas. Son conscientes de que muchas de sus gestas no hubiesen sido posibles sin su ayuda y además profesan una admiración espontánea hacia un colectivo que ha hecho de la discreción una de sus señas de identidad. Por eso resultaba extraño oír ayer de boca de Juanito Oiarzabal reproches contra los sherpas que acompañaban a la coreana Oh Eun-sun en su descenso del Annapurna. Oiarzabal, conmovido por el fallecimiento horas antes de su compañero Tolo Calafat, lamentó la falta de solidaridad en el mundo de la alta montaña y reveló que les habían llegado a ofrecer hasta 6.000 euros para que desandasen parte del camino que habían hecho y acudiesen en auxilio de su compañero de expedición. La oferta cayó en saco roto y pocas horas después Calafat expiraba rodeado por el hielo y la nieve a 7.850 metros de altura.
Más allá de las declaraciones en caliente de Oiarzabal, es poco probable que alguien hubiese podido hacer algo por el montañero mallorquín en las condiciones en que se encontraba. Una 'pájara' a esas alturas casi siempre se paga con la vida. Los sherpas eran conscientes de ello y su negativa a aceptar una cifra que en Nepal representa una auténtica fortuna constituye una prueba de su pragmatismo. Un experimentado escalador que prefiere permanecer en el anonimato «para no alimentar polémicas» cree que los sherpas de Oh Eun-sun se limitaron a seguir su instinto. «Para ellos la montaña no tiene el aura de romanticismo que le damos los occidentales, es sólo una forma de ganarse la vida y eran muy conscientes de que subir en esas condiciones era arriesgarse a sufrir congelaciones o algo peor que podría poner en peligro la supervivencia de sus familias».
El himalayismo es inconcebible sin los sherpas. Ellos transportan durante días los pertrechos de las expediciones hasta la falda de la montaña, acompañan a los escaladores durante su aclimatación en altura, abren las rutas, tienden las cuerdas y guían a los montañeros hasta la cumbre. Sólo unos pocos alpinistas, unos veinte o treinta en todo el mundo, son capaces de prescindir de ellos. Se trata de auténticos superdotados que consideran que apoyarse en un recurso externo para doblegar una montaña representa una suerte de traición a su forma de concebir el montañismo. Iñaki Ochoa de Olza, el escalador navarro que falleció hace un par de años también en el Annapurna, era uno de ellos. Él dejó dicho que acometer un 'ochomil' con apoyos externos (había subido ya a doce cuando falleció) venía a ser como correr el Tour de Francia con una Vespino.
Pero los 'puristas' son la excepción en un mundo cada vez más supeditado a los intereses comerciales y el dinero. Subir al Everest cuesta hoy en día entre 29.000 y 39.000 euros. Son las tarifas de una de las muchas compañías que venden el paquete completo, desde los permisos hasta las comidas, pasando por los apoyos camino hacia la cumbre. El primer precio te da opción a la ayuda de un sherpa y con el segundo tienes a una pareja a tu disposición. «Un sherpa de altura no te garantiza la cumbre, pero es un soporte muy importante a la hora de alcanzarla», dice el alavés Alberto Zerain, que ha hollado siete 'ochomiles' y pertenece a ese reducido grupo de 'puristas' que prefieren ascender sin oxígeno ni apoyo humano.
Oxígeno sin pudor
A diferencia de muchos occidentales, los sherpas de altura no tienen reparo en echar mano de las botellas de oxígeno. Es un recurso que hace más fácil su tarea. «La montaña es su medio de trabajo y si hay una herramienta que se lo facilita recurren a ella sin darle más vueltas», observa el montañero Bereziartua. Ese espíritu práctico les ha permitido también beneficiarse de una parte del caudal de ingresos que ha reportado a Nepal el boom de la alta montaña. Los sherpas más avezados, aquellos que aprovecharon su contacto con las primeras expediciones occidentales para aprender una segunda lengua, generalmente inglés, son hoy socios o propietarios de la mayor parte de los centenares de agencias que salpican las calles de Katmandú ofreciendo sus servicios para completar ascesiones, trekkings o deportes de aventura.
Los sherpas, sobre todo los de altura, representan la élite de la sociedad nepalí. Contratar uno de ellos para hacer una cumbre puede suponer unos 2.500 euros, precisa Bereziartua. «Son excelentes profesionales dotados de una capacidad física asombrosa», añade el montañero guipuzcoano. Acostumbrados a vivir en altura, su capacidad de aclimatación a la falta de oxígeno deja muchas veces perplejos a los occidentales. «Mientras que nosotros necesitamos semanas para adaptarnos, ellos están listos en un par de días, son unos superdotados». Pero no es esa la única facultad física de los sherpas que llama la atención. Los porteadores, que representan el escalón más humilde del colectivo, son capaces de transportar cargas de hasta 60 kilos durante horas y horas sin dar un paso en falso. Ellos son los proletarios de las cumbres, las sombras anónimas que hacen posible sostener muchas leyendas de un deporte cada vez más ayuno de epopeyas y más pródigo en tragedias.
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