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El androide Kafka, protagonista del último cómic de Ashley Wood y Joe Casey. :: NORMA EDITORIAL
Kafka desde las dos orillas
CULTURA

Kafka desde las dos orillas

Robert Crumb y Ashley Wood toman como referente al escritor para dos cómics muy diferentesUna biografía convertida en novela gráfica y un cómic kafkiano de superhéroes son la baza en la que se nota la mano de los autores

PILAR MANZANARES

Martes, 25 de mayo 2010, 04:11

Un retorno ilimitado y sin sentido hacia la búsqueda de un firme punto de partida era el principio filosófico aplicado por Franz Kafka a la literatura.

No refutaremos la brillante teoría del argentino Jorge Luis Borges, no por ser quién es, sino porque es evidente que en la obra de uno de los escritores más modernos esto sucede continuamente, haciendo que sus personajes jamás encuentren ese punto de origen que les llevó a la situación en la que se ven implicados.

Da igual que su final sea darse cuenta de cómo su cuerpo se transforma en el de un insecto, que se pierdan en las leyes de un proceso o que no encuentren la entrada a un castillo que ni siquiera supondría la salida de ese microcosmos en el que las normas son incomprensibles, porque al final sólo existe lo que pasa, sin principio ni final visible.

Para comprender ese universo kafkiano nada mejor que su biografía más rompedora, 'Kafka', dibujada por Robert Crumb, icono del 'underground' de los 60 que comparte con el escritor la neurosis, el humor agónico, la dolorosa náusea existencial, de la que tanto habló Jean-Paul Sartre, y una originalidad rompedora y brillante.

Los textos de David Zane Mairowitz, que demuestra un conocimiento impagable no sólo de la vida de Kafka sino de sus terrores interiores, enlazan a la perfección con las ilustraciones atormentadas y agrias por momentos.

«Ningún otro escritor de nuestra era, y quizás ninguno desde Shakespeare, fue tan sobreinterpretado y encasillado. Sartre se lo apropió para el existencialismo; Camus lo consideraba un absurdista; y su editor y amigo de toda la vida, Max Brod, convenció a varias generaciones de estudiosos de que sus parábolas eran parte de la elaborada búsqueda de un dios inalcanzable», escribe Mairowitz.

El universo original

En 1883, año en que nació el autor de 'La metamorfosis', Praga formaba parte del imperio de los Habsburgo en Bohemia. En ella la cantidad de diversas nacionalidades, lenguas y orientaciones sociales y políticas era tal que para el escritor, checo de nacimiento, judío y, por proximidad al yiddish, germanoparlante, no fue fácil adquirir una identidad cultural.

Con numerosos movimientos nacionalistas antisemitas, el sionismo de las primeras épocas, abanderado por Theodor Herzl, atrajo a muchos contemporáneos de Kafka.

Tanto es así que, tal y como cuenta Mairowitz, quien dio al gueto su 'siniestra' reputación literaria no fue Kafka, para quien el gueto era su prisión y su fortaleza, sino Gustav Meyrink, autor de 'El Golem', que ni residía en un gueto ni tampoco era judío.

Esas calles intrincadas se reflejan como el submundo que eran en los poderosos trazos de Crumb, que plasma con certeza la oscuridad de las escrituras prohibidas y siniestras relacionadas con la cábala que se incorporaron a las leyendas.

Sin embargo Kafka, que nunca se sintió demasiado atraído por religión alguna, sí mostró un interés intelectual por el jasidismo moderno. De hecho fue su misticismo y la idea de que la realidad terrena formaba un continuo con la sobrenatural y la de que Dios estaba en todas partes la que influyó en su obra. De hecho el castillo de su famosa novela puede ser, según interpretaciones, Dios o el Estado, e incluso ambas, como reflejo de esa prolongación que hemos mencionado. Pero cuando los judíos comenzaron a ser acosados, algunos absorbían la amenaza diaria del antisemitismo y la lanzaban contra ellos mismos y, como el propio escritor, se odiaban, una característica también muy palpable en muchos de sus personajes, sobre todo en el repelido y repelente Gregorio Samsa.

El exceso propio de las mujeres de Crumb sirve al dibujante para mostrarnos al verdadero 'monstruo' que llevó al joven escritor a ese temor continuo ante el poder superior. Así, nos muestra a un 'gigantón' que pasa de la seriedad del retrato a la irascibilidad cuando, con los ojos profundamente abiertos, machaca a su hijo a base de golpes de humillación.

Otra culpa que cargar

Pero Kafka jamás se rebeló y su temor se convirtió en otra culpa que cargar, que transformó en enfermedades psicosomáticas y en fragmentos de un diario en el que describía métodos muy imaginativos para autoextinguirse y que, en esta excelente novela gráfica, se muestran con la sobriedad y la firmeza de la tinta negra y los textos de Mairowitz.

Todo esto formó al escritor que más allá de sus obras pasó a los diccionarios para dar origen a una palabra que resume a la perfección una situación absurda y angustiosa. Kafkiana es, sin lugar a dudas, la novela gráfica de Ashley Wood y Joe Casey. Una alucinación corrosiva y lisérgica en la que un robot, en otros tiempos superhéroe, se dedica al porno y a probar toda sustancia adictiva que le permita una existencia alucinada para ver si, de ese modo, puede llegar a convertirse en humano.

Las siempre impactantes ilustraciones de Wood arrebatan cualquier atisbo de realidad, excepto la carnal, para huir de las consabidas aventuras que marcan a los héroes gráficos.

Dicen sus creadores que 'Automatic Kafka' fue escrito para «provocar un sudor frío en el fan corriente de los superhéroes, para hacerle sufrir colapsos nerviosos y terrores nocturnos». Y puede que tengan razón, aunque sólo hay un modo de averiguarlo.

Tras dejar The Strangers, el grupo de héroes al que pertenecía, el androide llamado Kafka queda perdido sin un destino claro, al igual que los personajes que viven toda su existencia basada en una venganza y, una vez satisfecha, se quedan perdidos en una vida sin dirección. De ahí este caótico cómic que hunde sus garras en el existencialismo más puro para cuestionar qué información identitaria es, realmente, la que nos muestra como somos.

«Yo sólo quería ser humano. Quería lo imposible. Quería sentir el sol en la cara», algo más que el deseo de un androide llamado Kafka.

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