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Iker Casillas decidió hace unos días dejarse barba como homenaje a su padre, que siempre la ha llevado. :: EFE/EMILIO NARANJO
Iker Casillas: Capitán del pueblo
FÚTBOL

Iker Casillas: Capitán del pueblo

Escucha a Manolo Escobar, se pierde por unos huevos fritos con patatas y, aunque empezó Empresariales, hubiera querido ser policía

PÍO GARCÍA

Domingo, 11 de julio 2010, 05:07

Aquella mañana de noviembre, el conserje del Instituto Cañaveral de Móstoles llamó a la puerta del aula de Bachillerato. Con paso vacilante, entró, habló con el profesor y requirió la inmediata presencia de Iker, un chavalito de 16 años, extrovertido y aplicado. El director -le comunicó con solemnidad- lo esperaba en su despacho.

Algo asustado, barruntándose un castigo, una bronca o al menos un interrogatorio, Iker recorrió los pasillos del centro, llegó a la oficina principal y llamó tímidamente con los nudillos. El director lo recibió con una sonrisa de orgullo. Iker respiró: ni castigo ni bronca ni interrogatorio. Bien al contrario, las noticias eran tan buenas que parecían el argumento de un sueño. El Real Madrid había llamado al colegio para pedir su inmediata incorporación a la expedición del equipo, que debía jugar un partido de la Liga de Campeones en Trondheim (Noruega). El guardameta titular, Bodo Illgner, se había lesionado y su habitual suplente, Santiago Cañizares, se había dado un feo golpe en el pecho. Ante tanta desgracia, Jupp Heynckes, entonces entrenador, había buceado en los caladeros del club y había decidido incorporar urgentemente a aquel chaval, que entonces jugaba en Tercera División con el Real Madrid C.

Era el 24 de noviembre de 1997. Iker llegó a su casa, en la calle Las Palmas de Móstoles, alborotó a sus padres y, a falta de traje oficial, se vistió con una chaqueta que había usado en las categorías inferiores de la selección española. Cuando apareció, algo acobardado, en el hotel Alameda de Madrid, se presentó al entrenador, saludó a sus nuevos compañeros y buscó la esquina más apartada para no llamar demasiado la atención. «Estaba en una nube -recordó más adelante-. Ver a los del primer equipo era... los respetaba muchísimo». Iker viajó a Trondheim, ocupó un sitio en el banquillo, vio cómo su equipo perdía 2-0 frente al Rosenborg y regresó a Móstoles, al Instituto Cañaveral, a los libros de Bachillerato, al transporte público y a los entrenamientos con el equipo filial. Pero todo había cambiado.

«Deje que nazca en Bilbao»

La prehistoria de Iker Casillas se escribió en Bilbao, ciudad a la que había sido destinado su padre, el guardia civil José Luis Casillas Casillas. Su madre, Carmen Fernández, profesora de peluquería, vivió su embarazo en la capital vizcaína y cuenta que el zapatero al que solía acudir le suplicaba que pariera en Bilbao: «Estoy seguro de que su hijo va a ser futbolista y de los buenos -le decía-. Quédese. Así nacerá aquí y podrá formarse en Lezama y jugar en el Athletic, que es el mejor equipo del mundo». Doña Carmen no le hizo caso. Días antes del alumbramiento, ella y su marido regresaron a Madrid. En la capital nació, el 20 de mayo de 1981, un bebé al que sus padres decidieron llamar Iker, en recuerdo de aquellos duros días en el País Vasco. El augurio del zapatero vizcaíno se cumpliría años después: «En casa todavía comentamos aquella historia», confesaba Iker Casillas en un libro escrito por Carmen Colino y editado por Groupama. «Nunca más supimos de él, pero si aún vive se acordará de su profecía».

En un mundo en el que todos los chavales querían ser delanteros o, por lo menos, centrocampistas de magia y pellizco, Iker, un muchacho ágil y gamberrete, decidió acomodarse entre los tres palos. Buena parte de culpa de su temprana vocación de guardameta la tuvo su padre, José Luis, que le freía a disparos cuando bajaban al parque. Cuando no atajaba balones por las plazas de Móstoles, el pequeño portero hacía los deberes o tenía ideas retorcidas. En una ocasión, sus padres le regalaron un pollito para que lo cuidara como mascota. Iker lo recibió con alegría, pero con un poco de recelo: no le gustaba el color anodino de aquella cría. Así que buscó una solución. Cogió los rotuladores y, sobre el cuerpo amarillento del pobre animal, le dibujó una nueva piel. Tampoco quedó Iker muy conforme con el resultado, de modo que decidió devolverle su color original. Como no llegaba al lavabo, resolvió meterlo en el váter y tirar de la cadena. Sospechaba que, una vez que cayera la habitual cascada de agua, el pollito quedaría limpio y tan pimpante. Pero sus cálculos fallaron: el agujero se lo tragó para siempre.

Entre travesura y travesura, Iker Casillas decidió probar fortuna en el Real Madrid. Todos los años, el club organizaba un torneo social para captar a los chavales más prometedores de la región. Los técnicos del equipo lo seleccionaron entre toda la caterva de aspirantes y lo citaron para una nueva prueba. Iker estaba a punto de cumplir diez años. Se colocó en la portería, se ajustó los guantes y se pasó todo el partido muerto de frío: «Fui con lo puesto, pensando que allí me lo darían todo, pero me quedé con una camisetilla». Encajó cinco goles. Su equipo perdió 7-1. Iker supuso que aquella había sido su última experiencia como jugador del Real Madrid.

Se equivocaba. Antonio Mezquita, encargado de las categorías inferiores del club, le había echado el ojo. Casillas aún recuerda la charla que les dio Mezquita cuando se presentaron al torneo social: «De los 300 chavales que estáis aquí, sólo os quedaréis 20. Luego tendréis que ir pasando de categoría en categoría. Al final, quizá uno de vosotros consiga llegar al primer equipo. O ninguno». De aquella camada, sólo Iker Casillas logró su objetivo.

«Ya era un líder»

Sus primeros años en el Real Madrid causaron una pequeña conmoción familiar. Ya había nacido su hermano, Unai, y doña Carmen había decidido dejar la peluquería para dedicarse por entero a la educación de sus hijos. José Luis, el padre, estaba estudiando Derecho en los ratos muertos, pero tuvo que dejar los libros para acompañar a Iker a los entrenamientos. A veces, cuando por motivos laborales no podía, se encargaba de traerlo y llevarlo Manuel Robles, padre de un compañero del equipo alevín y hoy alcalde de Fuenlabrada: «José Luis y yo nos íbamos turnando con el coche. Iker era un chaval extrovertido. Muy abierto. Se hacía querer por todos».

Robles reconoce que en aquellos lejanos días era muy difícil prever la futura estrella de Iker: «Es que le atacaban muy poco, como el equipo era tan superior a todos sus rivales... Lo que sí tenía ya entonces era mucha valentía y una enorme capacidad de liderazgo. Eso se le veía con 11 ó 12 años». Según la leyenda, los porteros de fútbol, para triunfar, deben ser gente atrabiliaria y exhibicionista, con algún cable suelto y un carácter imposible. Casillas rompe el prototipo: «Es un tío sencillo y de lo más sensato», zanja Robles. «Una cosa es que no fuera tímido en absoluto y otra que no fuera serio. Siempre llegábamos una hora antes a la Ciudad Deportiva para que Iker y mi hijo pudieran hacer los deberes antes del entrenamiento. Y no se despistaban. Siempre fue disciplinado».

Quizá por eso Iker Casillas soñaba de pequeño con ser policía. Sus padres insistieron en que estudiase. Sólo cuando el fútbol comenzó a dominar toda su vida, decidió aparcar los libros, aunque antes le dio tiempo a completar el Bachillerato, a aprobar Selectividad y a matricularse en Empresariales. Desde aquel día lejano en que le sacaron del aula para viajar a Noruega, Iker ha acumulado un palmarés tan rotundo que asusta: una Eurocopa, dos Champions, cuatro Ligas, una Intercontinental... En los años 2008 y 2009 fue elegido el mejor portero del mundo. Y todavía no ha cumplido los treinta.

Quienes mejor le conocen aseguran que intenta mantener sus costumbres de siempre. Le gusta perderse por el pueblo de sus padres, Navalacruz (Ávila), no le interesa demasiado la tecnología, disfruta jugando una partida de pocha con los amigos y echa de menos poder ir a un parque de atracciones con los colegas o incluso viajar en el metro como un ciudadano más. Su madre todavía le corta a veces el pelo y prefiere un huevo frito con patatas o un plato de arroz a la cubana a cualquier sofisticado menú en un restaurante de mil tenedores. Admira a Javier Bardem y a Julia Roberts y oye todo tipo de música, desde Manolo Escobar hasta Offspring.

Pero, aunque por sus gustos lo parezca, Casillas no es un tipo cualquiera. Para comprobarlo, basta con echar un vistazo a su agenda, estudiar los números de su cuenta corriente (gana más de 6 millones de euros al año) o repasar las fotos de sus últimas novias, desde Eva González a Sara Carbonero. Y, sobre todo, basta con saber que hoy, en Sudáfrica, poco antes de la medianoche, Iker Casillas Fernández puede convertirse en el primer español que alce a los cielos la Copa del Mundo de fútbol.

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