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La luz del amanecer comienza a iluminar el Mulhacén mientras los senderistas reponen fuerzas. :: R. GAN
El monte del sol
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El monte del sol

Cien senderistas culminan la sexta subida nocturna al Mulhacén atravesando Sierra Nevada

RAFAEL GAN

Miércoles, 25 de agosto 2010, 04:00

El pico Mulhacén, techo de Sierra Nevada, era el Mons Solarius de los romanos; o el emblemático Sulayr de los árabes que, cuenta la leyenda, guarda los restos del rey nazarí Muley Hacen y esconde tesoros ocultos. Monte del Sol, no en vano, es la cumbre que recoge los primeros rayos de sol desde sus 3482 metros de altitud. Así es y así pudo confirmarlo el centenar de montañeros que asistieron en vivo y en directo al amanecer más alto de la Península Ibérica la pasada madrugada del domingo. Nutrido grupo de senderistas de toda edad y condición, pertenecientes a distintos clubes de Andalucía, que se animaron a afrontar la sexta edición de la Subida nocturna al Mulhacén, organizada por el club de montaña Granada.

Una aventura

La aventura, todo un reto de 27 kilómetros de distancia y más de 10 horas de caminata, tenía su inicio en la Hoya de la Mora, a 2500 metros de altitud. Por delante una primera subida hasta las Posiciones del Veleta, inconfundible silueta afilada en el horizonte oscuro de la medianoche. Una fila de montañeros asciende a través de las descarnadas pistas de esquí, cual romería de frontales de luz que dan a la marcha el aspecto de una Santa Compaña granadina.

Noche y misterio, magia y silencio alumbrados por una enorme luna, casi llena, que se dibuja sobre los tajos de la Virgen. Abajo Granada, iluminada y dormida mientras la comitiva sube; arriba, en la inmensidad de la Sierra, un leve viento acompaña a un puñado de 'locos' venciendo el sueño y disfrutando de una experiencia única.

Sobre las dos de la mañana el grupo ya está reunido en la Carigüela, a 3200 metros de desnivel, tras recuperar a los más rezagados que acusan la pendiente y el mal de altura. Primera parada, el momento de abrigarse un poco y recuperar fuerzas mientras se atisba por primera vez, tan cerca pero tan lejos, el espectáculo de la alta montaña: Veleta, Los Machos, Mulhacén, Alcazaba... Delicado paso por una pista bloqueada en varios puntos por neveros perennes, manchas inmaculadas en pleno verano. Pasamanos de seguridad -primer mandamiento del montañero- para evitar caídas y a continuar la marcha, atravesando otros neveros y chorreras de agua que ponen música a una noche solemne, casi ritual.

Sin linternas

El grupo avanza a buen ritmo, sin necesidad de linternas, acompañado por una luna de plata que se refleja en la nieve y en el espejo tranquilo de la laguna de Río Seco. Es la ruta de aproximación, largos kilómetros que enlazan con la laguna de la Caldera, segundo hito de la travesía nocturna. Allí otros montañeros duermen, ajenos al trajín de este numeroso grupo de valientes que se prepara ya para dar el último tirón. Son más de las cinco de la mañana y llega la hora de la verdad, la prueba de fuego, el último tributo que hay que pagar para asistir a un espectáculo único. «Despacio, a ritmo, pasito a pasito», se oye sabiamente decir en la apretada fila de montañeros que afronta la empinada vereda de ascenso. Apenas dos kilómetros de distancia pero 450 metros de desnivel que una serpiente de luz, zigzagueando en cada curva, araña centímetro a centímetro, piedra a piedra.

Cada cual va a su ritmo, unos más sobrados y otros sufriendo el esfuerzo, con el corazón a tope. Pero todos, desde el primero al último, están en la cumbre a la hora señalada, en punto para la cita. Son las 7.24 de la mañana y el sol aparece por levante, más allá de Sierra Gádor, inundándolo todo de unos tonos anaranjados indescriptibles. Y un centenar de gargantas respira de alivio y de alegría, satisfecha, plena. Aplausos, abrazos de emoción, alguna que otra botella descorchada para celebrar un momento único, la culminación de un reto. Lejos queda el cansancio, el sueño en los rostros algo ateridos por el frío, 7 grados apenas. «Esto es maravilloso, me ha costado Dios y ayuda llegar pero me alegro de haberlo conseguido», comenta Carmen Trujillo, que cierra el grupo.

Mas la travesía nocturna no ha acabado aún y tiene su continuación en la larga bajada hasta la localidad de Trevélez. Mas de 2000 metros de descenso que carga las rodillas y lastima los pies pero hace disfrutar de excepcionales vistas, de lugares privilegiados como Siete Lagunas, de las cabras monteses, de los verdes borreguiles, de las aguas cristalinas de la laguna Hondera que se precipitan por las espectaculares Chorreras Negras...

Y luego habrá que seguir la acequia alta, bajar entre pinares, atravesar lomas y barrancos, eras y bancales, marchar sobre veredas arrieras, alcanzar el pueblo tras cuatro horas de caminata. Pero bueno, a las dos de la tarde, sentados a la mesa del restaurante González, los valientes montañeros que han culminado la travesía brindan por el logro conseguido. Y mientras apuran un rico y restaurador plato alpujarreño, más de uno se frota los ojos para darse cuenta de que no ha sido un sueño, de que en realidad ha ido y vuelto del Monte del Sol, allá en todo lo alto de Sierra Nevada.

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