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El cara a cara de Hitler y Franco
SOCIEDAD

El cara a cara de Hitler y Franco

No hubo 'feeling'. El Caudillo quería el Marruecos francés y Orán a cambio de entrar en la Segunda Guerra Mundial. El Führer sólo buscaba su apoyo gratis contra Gran Bretaña

BORJA OLAIZOLA

Viernes, 22 de octubre 2010, 05:36

Es probable que si la censura no hubiese existido, la obra maestra de Berlanga no sería 'Bienvenido Mr Marshall', sino algo parecido a 'Una tarde en la frontera'. La entrevista que mantuvieron Hitler y Franco el 23 de octubre de 1940 en la estación de tren de Hendaya reunía todos los ingredientes para convertirse en una sátira feroz de dos de los dirigentes más crueles que haya conocido Europa. La megalomanía del escenario, profusamente decorado con esvásticas y enseñas rojigualdas, hubiese sido un buen punto de partida para un guión que garantizaba la vis cómica con la simple incorporación de dos escenas rigurosamente ciertas: Franco a punto de caer de bruces al andén cuando se despedía brazo en alto de los nazis desde la escalera de su vagón debido al brusco arranque del tren (la mano de uno de sus generales le salvó 'in extremis' del costalazo) y la delegación española intentando protegerse de las gotas de lluvia que se filtraban al interior de la vieja unidad ferroviaria, heredada de los tiempos de Alfonso XIII, en el camino de vuelta hacia San Sebastián de madrugada.

El 23 de octubre de 1940 amaneció soleado en la desembocadura del Bidasoa, el río que marca la frontera entre España y Francia, aunque a medida que pasaron las horas el cielo se fue cubriendo de nubes que por la noche empezaron a descargar agua. Toda una metáfora de lo que ocurría en la cercana estación ferroviaria de Hendaya, blindada para la ocasión por las unidades militares acantonadas por el Tercer Reich en el borde hispano-francés. Hacía apenas un año que los nazis habían puesto en marcha la ofensiva que desencadenó la II Guerra Mundial y su principal líder era a esas alturas la viva imagen del poder, máxime después de haberse adueñado en un abrir y cerrar de ojos de Francia y Bélgica. Franco venía también de ganar una guerra aunque el territorio sobre el que gobernaba poco o nada tenía que ver con la Europa aún próspera y sin apenas desgarros que exhibía Hitler en su mano: tres años de contienda fratricida habían convertido España en un erial donde sólo había excedentes de miseria y dolor.

Gobernante astuto

Durante años se dio por sentado que en el encuentro el dictador español había parado los pies a su colega alemán, que ardía en deseos de que España se sumase en el campo de batalla a las potencias del Eje. «La propaganda hizo de la entrevista de Hendaya uno de los mitos fundacionales del franquismo presentando a un gobernante hábil y astuto que había sabido resistirse a las presiones del que entonces era probablemente el hombre más poderoso del mundo», explica el catedrático de Historia Contemporánea de la UPV Ludger Mees. La versión del régimen empezó a construirse a partir de la transcripción que hizo de la reunión Luis Álvarez Estrada, el traductor de la delegación española. «Mi impresión -escribió tras el encuentro- no puede ser mejor, pues conozco a los alemanes y sé sus procedimientos, y teniendo en cuenta la fuerza que tienen hoy en día dominando Europa entera, la actitud del Caudillo ni ha podido ser más viril, ni más patriótica, ni más realista, pues se ha mantenido firme ante las presiones del Füher».

La no intervención de España en la contienda contribuyó a dar carta de naturaleza a la versión del régimen. «La tesis de que Franco burló a Hitler para que España no entrase en la Segunda Guerra Mundial ayudó de manera significativa a la consolidación interna del régimen franquista», sostiene el historiador británico Paul Preston. Las investigaciones de las últimas décadas dan al traste con esa teoría. «Franco -escribe Preston- aspiraba a tomar parte en la guerra, pero era consciente de la debilidad económica de España y quería hacerlo sólo después de que hubiese pasado lo peor del combate y antes de que llegara la división del botín».

Los dos jerarcas llegaron a Hendaya a bordo de sus respectivos trenes. El régimen franquista presentó como una astuta maniobra para poner nervioso a Hitler el retraso de unos ocho minutos de la delegación española, provocado en realidad por las penosas condiciones de la vía férrea. Las imágenes de la época muestran a Hitler y a su ministro de Exteriores, Von Ribbentrop, paseando por el andén de la estación a la espera del convoy español. «La entrevista empezó con mal pie porque a un hombre como Hitler tuvo que parecerle una enorme descortesía un retraso semejante», aventura el historiador germano Mees. Los jerarcas nazis guardaron las formas y recibieron con sonrisas corteses a la delegación española antes de que Hitler invitase a Franco a pasar al vagón del coche-salón donde iba a celebrarse la reunión.

Imperio colonial

El dictador español esperaba mucho del encuentro y había enviado un mes antes a Berlín a su cuñado y ministro, Ramón Serrano-Suñer, para prepararlo. «Las cartas que se cruzaron entonces muestran la admiración que Franco sentía por Hitler», revela Mees. Esa correspondencia pone también de manifiesto que el general español pretendía obtener a cambio de su intervención en la guerra buena parte de las posesiones francesas en el norte de África. «Franco, que era un africanista, buscaba una refundación del imperio colonial español con los territorios de Orán y del Marruecos francés, pero sus pretensiones chocaron con los planes de Hitler, que no podía asumir un compromiso así sin perder el apoyo de sus aliados del Gobierno de Vichy, fundamentales para sus intereses estratégicos en el norte de África», precisa el historiador alemán.

En realidad, coinciden tanto Mees como Preston, Hitler no había acudido a Hendaya con el propósito de forzar la entrada en la guerra de España. «Se había dado cuenta de que la toma de Gran Bretaña, el único país que aún se le resistía, iba a ser bastante más difícil de lo que había previsto y buscaba afianzar una coalición internacional para desgastar a los ingleses», observa Mees. Las reuniones que mantuvo el líder nazi durante su breve estancia en Francia -el 22 estuvo con el primer ministro francés Laval en Montoire-sur-Loire y el 24 se entrevistó con Pétain- avalan la tesis de la gira con fines exploratorios. «Hitler, además, tenía informes sobre la desastrosa situación del Ejército español tras la Guerra Civil y sabía que su incorporación al campo de batalla le iba a traer más complicaciones que ventajas», resume.

Con esos precedentes no es extraño que la entrevista de Hendaya se convirtiese en lo más parecido a un diálogo de sordos. Las nueve horas que duró brindaron un magro resultado: un compromiso de Franco de ayudar a las fuerzas del Eje que se materializaría un año después con la formación de la División Azul, compuesta por voluntarios españoles que se sumaron al Ejército alemán, y un tratado conocido como Protocolo de Ayete -fue redactado en el palacio donostiarra del mismo nombre- que establecía de forma vaga las condiciones para la entrada de España en el conflicto. Es muy probable que Hitler, que hizo un amago de abandonar la entrevista la enésima vez que Franco habló del papel de España en el norte de África para justificar sus demandas, considerase que el encuentro había sido una pérdida de tiempo.

Lo que desde luego sí quedó claro es que ambos personajes no congeniaron en absoluto. «La falta de 'feeling' -concluye Mees- debió ser total y unos días más tarde el propio Hitler le confesaría a Mussolini que prefería que le arrancasen las muelas a tener que soportar otra entrevista con Franco». Los destinos de los protagonistas del encuentro no volvieron a cruzarse. Hitler, envuelto en su torbellino megalómano, no tuvo tiempo para reflexiones. A Franco le sobró, pero se guardó bien de sacar a la luz su opinión sobre el personaje. Uno se lo imagina en el viaje de vuelta protegido de las goteras que se colaban en el desvencijado vagón por el paraguas de uno de sus subordinados y no puede dejar de lamentar que Berlanga no llegase a retratar el episodio en alguna de sus películas. Seguro que hubiese sido memorable.

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