Edición

Borrar
1960: El año en que todo pudo cambiar
CULTURA

1960: El año en que todo pudo cambiar

En 1960 se estrenaron un puñado de películas llamadas a revolucionar no sólo el mundo del cine. Ocurrió hace ya cincuenta años. En Hollywood y, sobre todo, en Europa parecía que los tiempos estaban cambiando de una vez por todas

JESÚS LENS

Martes, 26 de octubre 2010, 04:41

Un grupo de directores y guionistas visionarios parecía abrir nuevas rutas en los trillados caminos de la cinematografía internacional, rompiendo con la tradición, con el encorsetamiento y con lo que se venía haciendo hasta entonces.

Empecemos por los Estados Unidos, que todavía estaban presos por el macarthysmo y aquella infame caza de brujas que había condenado al ostracismo a decenas de directores, actores y guionistas. Incluidos en la famosa lista negra de Hollywood, muchos de ellos terminaron abruptamente su carrera. Uno de los casos más conocidos fue el del guionista Dalton Trumbo, al que otros escritores tuvieron que firmar sus trabajos o, incluso, hacerlo con nombres ficticios. De hecho, el Oscar que ganó en 1957 no lo pudo recoger hasta 1975, cuando se reparó tamaña aberración en una ceremonia pública de reparación.

Reparación que comenzó a gestarse, precisamente, en 1960. Trumbo, antimilitarista convencido, había escrito el guión de 'Espartaco' para Stanley Kubrick, en la película producida por Kirk Douglas. Durante la post-producción, Douglas se enteró de que el director pensaba atribuirse la adaptación de la novela de Howard Fast, pero se mostró intransigente respecto a ese punto y se opuso a la exclusión de Trumbo, de forma que cuando su nombre apareció en los títulos de crédito se pudo dar por finiquitada esa insidiosa lista negra y, con ella, la caza de brujas. Parecía que nuevos vientos de libertad llegaban a la meca del cine.

Ese mismo año, Otto Preminger llevó al cine otra famosa novela, en este caso, de Leon Uris. Se trataba de 'Éxodo', una superproducción en la que se contaba el nacimiento del estado de Israel y cuya adaptación a la pantalla corrió a cargo de, nuevamente, un prolífico Dalton Trumbo. Cine comprometido en el que las grandes producciones apostaban por historias políticas y sociales que reflejaban las inquietudes del momento.

Por otra parte, Alfred Hitchcock aprovechaba para dinamitar las convenciones habituales del cine y filmaba una película de terror, vanguardista, con un montaje singular y en la que su protagonista principal moría casi al principio de la historia, dejando descolocados a unos espectadores que no entendían cómo Janet Leigh podía ser tan salvajemente asesinada. Y, sobre todo, tan pronto. El genio inglés, además de dedicar una semana a la filmación de la célebre secuencia de la ducha, analizada, reivindicada y comentada hasta la saciedad, abría nuevas perspectivas para un cine comercial de alto presupuesto y una no menos alta exigencia técnica. Pocas veces como en el caso de Hitch, el favor de la crítica coincidió con el éxito de público de una forma tan abrumadoramente masiva.

En Europa, mientras tanto, dos revolucionarias corrientes cinematográficas ponían en solfa la mismísima naturaleza del cine, como se venía entendiendo hasta entonces. En Italia, el neorrealismo de Vittorio de Sica y Luchino Visconti dejaba para la posteridad 'Dos mujeres' y 'Rocco y sus hermanos', respectivamente. Interpretada por Sophia Loren y Jean Paul Belmondo, 'Dos mujeres' cuenta la historia de Cesira, que huye con su hija pequeña de la Roma ocupada por los nazis para refugiarse en un pueblo de montaña donde conocerá a un joven inquieto, intelectualmente muy activo, que sueña con convertirse en partisano y luchar por la libertad, intentando convencerla de que otro mundo, libre, es posible y deseable. La cruda realidad, sin embargo, se presenta en forma de una soldadesca supuestamente aliada que violará a Cesira y a su hija, acabando con cualquier tipo de idealismo o de esperanza en un futuro más o menos prometedor.

Por su intensa interpretación y por el dramatismo con que impregnó a su personaje, Sophia Loren recibió el Oscar de la Academia, siendo la primera vez que se otorgaba a una interpretación no realizada originalmente en inglés.

'Rocco y sus hermanos'

Visconti, por su parte, filmaría una especie de drama shakesperiano adaptado a la realidad italiana de posguerra en 'Rocco y sus hermanos', que cuenta las dificultades de adaptación de los Parondi, una familia inmigrante del sur de Italia que se instala en Milán, a través de cinco segmentos independientes, protagonizados por cada uno de los cinco hijos de Rosaria. Desprecio, violencia, sangre, sudor y lágrimas serán las constantes en la dura existencia de una familia que, a pesar de los esfuerzos que hace Rocco por mantener unida, terminará inevitablemente quebrada y resquebrajada, como la vida misma.

Paradójicamente, ese mismo año 'rompía' con el neorrealismo el mismísimo Federico Fellini, que estrenaba en la Terraza Martini de Milán 'La dolce vita', con la que daba inicio a una parte de su carrera más simbolista, libérrima y libertaria que la llevada hasta la fecha. La película comienza con el personaje interpretado por Marcello Mastroianni volando en un helicóptero que transporta una estatua de Jesús al Vaticano, lo que le permite contemplar a un grupo de señoras que toman el sol en la azotea de un edificio.

A partir de ahí, la vida desaforada de Marcello, sus provocativas y livianas relaciones con todo tipo de personajes y sus andanzas por esa Roma que cuenta en sus crónicas de sociedad pondrá el acento en una vida carente realmente de sentido y propósito, presidida por la confusión y una permanente incomunicación, especialmente palpable en el final de la película.

Famosa por la célebre secuencia del baño de Anita Ekberg en la Fontana de Trevi, 'La dolce vita' fue tildada de obscena por el Vaticano, por lo que su estreno estuvo censurado en España hasta 1980. Aunque, si por algo ha pasado a la historia esta película fue por dar carta de naturaleza a una figura, actualmente en boca de todo el mundo: el personaje interpretado por Walter Santesso en el film se dedicaba a tomar las fotografías que ilustraban las crónicas de Marcello y su nombre era. Paparazzo.

Así las cosas, mientras EE UU enterraba la caza de brujas y las listas negras e Italia alcanzaba el cénit e incluso empezaba a superar un neorrealismo llamado a dejar su impronta en las cinematografías de todo el mundo, en Francia se desencadenaba una revolución no menos trascendental, encabezada por un grupo de críticos cinematográficos que dejaron las páginas de la mítica 'Cahiers du Cinema' para, cámara en mano, poner en práctica lo que llevaban años reclamando que debería ser el cine. La Nouvelle Vague había nacido.

La nueva ola francesa

En 1960, Jean Luc Godard estrenaba 'À bout de soufflé', traducida en España como 'Al final de la escapada'. Con guión del propio Godard, sobre un texto de Truffaut y con la asistencia técnica del recientemente fallecido Claude Chabrol, Godard ganaría el Oso de Plata a la Mejor Dirección en el Festival de Cine de Berlín con esta historia de carretera, amor loco y huidas imposibles.

Filmada cámara en mano en parajes tan emblemáticos como los Campos Elíseos, la nueva ola fue una bocanada de aire fresco en el adocenado panorama fílmico al que los espectadores estaban acostumbrados. Una nueva ola que imponía una nueva libertad de expresión y de movimientos, gracias a las pequeñas cámaras que se imponían en el mercado y a los avances técnicos que permitían filmar en plena naturaleza, sin el gran aparataje que se requería hasta entonces. Una nueva ola, en fin, que reivindicaba el concepto de autoría para los creadores de las películas, arrebatándoselo a los hasta entonces omnipresentes y voraces productores y/o dueños de los estudios.

En el resto de Europa, en fin, hay que destacar que un cineasta tan personal y a contracorriente como Ingmar Bergman estrenaba en Suecia una película inclasificable: 'El manantial de la doncella'. En la España franquista y mojigata de 1960, por su parte, Marco Ferreri podía filmar 'El cochecito', una sátira negra con guión de Rafael Azcona en la que las miserias de aquella sociedad quedaban muy bien retratadas, escapando de la cortedad de miras de la censura oficial.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal 1960: El año en que todo pudo cambiar