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JULIA FERNÁNDEZ
Lunes, 8 de noviembre 2010, 02:59
Tenía algo especial. Algo que no podía definirse con palabras. Era magia. Marilyn Monroe, el mito sexual de los cincuenta, murió la noche del 5 de agosto de 1962 con 36 años. Sin embargo, nunca abandonó este mundo del todo. Cuando uno piensa en erotismo, su imagen es la primera que viene a la mente, rivalizando con la de Rita Hayworth. Melena rubia y ondulada, labios rojos, ojos enmarcados en lápiz negro y escote generoso.
Aún hoy su estética sigue vigente. Hay artistas que han recurrido a su estilo más de una vez para promocionarse, como Madonna en sus inicios, o Christina Aguilera, fan declarada. Campañas publicitarias que recuerdan su imagen, o su forma de actuar, como la de Emporio Armani de 2007 con una Beyoncé enfundada en un traje de lentejuelas cantando 'Diamonds are a girl's best friend', un número de la película 'Los caballeros las prefieren rubias'. Incluso se está rodando un filme, 'My week with Marilyn', que se basa en el diario de un empleado de Laurence Olivier que conoció a la actriz durante el rodaje en Londres de 'El príncipe y la corista' (1957). No hay duda de que Monroe es una estrella inmortal.
Fue actriz, modelo, cantante. incluso productora. Trabajó con los mejores: John Huston, Joseph L. Mankiewicz, Fritz Lang, Howard Hawks, Otto Preminger, George Cukor, Billy Wilder. Visto así, tenía un currículum envidiable. No obstante, algo falló. Marilyn no fue feliz. Entre las cuatro paredes de su habitación los monstruos devoraban sus entrañas y no la dejaban disfrutar de lo que la rodeaba. Podía reírse mucho -Elia Kazan le llegó a decir que era la mujer más alegre que había conocido nunca-, pero cuando las luces se apagaban volvía esa niña frágil e insegura que nunca superó su dura infancia.
Pocos conocieron a la verdadera Norma Jeane. La que escribía sus reflexiones en cualquier papel y con cualquier cosa. La que devoraba libros y libros. La que acudía a clases nocturnas para suplir su falta de cultura. Y es precisamente ésa la que hoy se revela en 'Marilyn Monroe. Fragmentos' (Seix Barral), un libro que repasa la otra cara del mito de la mano de sus propios textos. Este volumen recoge las cartas, poemas y notas personales de Monroe desde 1943 a 1962 escritos de su puño y letra. Documentos que la actriz guardaba celosamente y que revelan «la complejidad del alma que se encontraba detrás de la imagen», según recoge el prólogo del escritor italiano Antonio Tabucchi.
«Poeta callejera»
«Solo partes de nosotros llegarán / a tocar partes de los demás. / la verdad de cada uno es eso / solamente / la verdad de cada uno». Así comienza uno de los poemas de Norma Jeane. Fue escrito en un folio cualquiera y en parte recoge la esencia de lo que le pasó a ella. Muy pocos saben de su afición por la Literatura. Sin embargo, en su biblioteca había unos cuatrocientos volúmenes de autores clásicos y modernos. Y en 'Fragmentos' abundan las fotos de Marilyn con ejemplares en sus manos, entre ellos, el 'Ulises' de James Joyce, uno de sus preferidos; y uno sobre Goya, un pintor con el que la actriz se sentía identificada: «Conozco muy bien a ese hombre, tenemos los mismos sueños, llevo desde pequeña teniendo los mismos sueños».
Sin embargo, si había un género que le apasionara ése era la poesía. De ahí también que ella misma se animara con sus propias composiciones, donde recogía sensaciones, pensamientos e ideas que no podía expresar de otra manera. No lo hacía mal, pese a que le faltara maestría. Su ex marido el dramaturgo Arthur Miller lo explicaba de manera sencilla, ella era una «poeta callejera». Su amigo Norman Rosten también apostilló esta idea en 'Marilyn Among Friends': «Poseía el instinto y los reflejos del poeta».
La imagen de una Marilyn cultivada choca frontalmente con el icono que ha llegado a nuestros días. Sus desequilibrios y su inseguridad la convirtieron en una estrella con problemas que pasó a la historia más por su belleza que por sus interpretaciones.
¿Otro juguete roto de Hollywood? No, Norma Jeane siempre fue así. Tenía miedo, un miedo atroz a fallar a los demás. Y lo tenía incluso delante de la cámara. Por ello muchas veces faltaba a sus citas de trabajo. Y por eso también se apuntó a los cursos del Actor's Studio de Nueva York en 1955 para mejorar sus técnicas. Esto supuso un punto de inflexión y le dio la oportunidad de conocer a una persona fundamental en su vida: Lee Strasberg, el director artístico de la institución.
«El mejor de los cirujanos -Strasberg me va a abrir lo cual no me importa porque la Dra. H me preparó- me puso la anestesia y diagnosticó el caso y coincide en lo que debe hacerse -una operación- para devolverme a la vida y curarme esta terrible enfermedad sea lo que demonios sea (.)», escribió. Gracias a las clases, fue desentrañando las razones de sus inseguridades y forjando una amistad con el maestro. De ello dejó testimonio en sus cuadernos. Allí escribía de todo: desde algunos apuntes de las charlas didácticas, hasta recuerdos de algunos de sus viajes anteriores a la fama, pasando por sus visitas a los médicos.
Cartas a sus médicos
El psicoanálisis también la marcó profundamente. Por consejo de Strasberg se sometió a consultas regulares que continuaron hasta prácticamente su muerte. Pasó de considerarlo poco positivo a fundamental y una ayuda «por doloroso» que resultara. Y entre las cartas que en este libro se recogen están las que escribía a sus médicos. Algunas tan serenas e impactantes como la que dirigió al doctor Robert Greenson después de ser internada en una clínica psiquiátrica durante unos días. Este episodio supuso para la actriz afrontar una de sus peores angustias: acabar igual que su madre y su abuela, loca e interna en un centro especial. Sin embargo, lo que transmite en la carta es calma y optimismo. Está dispuesta a seguir luchando y olvidarse de sus temores.
Con todo, ninguno de los documentos de 'Fragmentos' suponen una violación de la intimidad que tan celosamente guardó la actriz. En ellos no se revelan datos de su vida amorosa más allá de los ampliamente conocidos, ni se abordan sus problema desde el morbo. Lo que se muestra son sus preocupaciones y sus inquietudes literarias, su compleja personalidad y su lado más profundo, lejos de los focos y de las bambalinas. En este libro Marilyn deja paso a la auténtica Norma Jeane.
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