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ZIGOR ALDAMA
Domingo, 12 de diciembre 2010, 02:58
Kim Youseon no añora su época de estudiante. «Fue una tortura que me arrebató la infancia y la adolescencia», recuerda con espanto esta joven de Seúl que representa las luces y sombras del sistema educativo surcoreano, la estrella del último informe PISA redactado por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y que mide cómo manejan los chicos de 15 años de 65 países sus conocimientos en lectura, matemáticas y ciencias. Kim nació en una familia humilde y ha conseguido graduarse en ingeniería por la Universidad Nacional de Seúl, una de las mejores del país, donde también ha obtenido un máster de administración de empresas. Ahora, espera un doctorado en el Massachusetts Institute of Technology, la élite de la formación tecnológica.
Pero llegar ahí supone sacrificio y mucho esfuerzo. Demasiado, según Tae Hwa Chung, profesora del Colegio Coreano de Madrid. «Cuantas más horas estudian mejores resultados obtienen. Pero no son felices. Están sometidos a una presión muy fuerte. Apenas tienen tiempo para salir, divertirse o dormir. No pueden invertir en sí mismos. Es casi lo contrario que ocurre en España».
Todo surcoreano tiene un 77% de posibilidades de llegar a la universidad, pero eso no es suficiente. «Hay una gran presión por parte de los padres para formar parte del 'top 10' de cada clase. Cualquier nota que no sea un sobresaliente supone un fracaso». A Kim se lo exigieron desde que aprendió a leer.
El año escolar tiene unos 220 días, y, generalmente, también se acude al colegio los sábados. El surcoreano tipo comienza su formación hacia las 7.30 de la mañana y no acaba sus clases hasta las cinco de la tarde. Las regulares, claro. Y siempre que se haya dado el do de pecho, porque, aunque no es legal, todavía se dan casos en los que alumnos menos aventajados son obligados a permanecer en el aula hasta la noche.
1% de fracaso escolar
«Todo está montado en torno al estudio. El ocio se dedica a clases particulares, que se acentúan en el instituto, cuando ya se ven las orejas del lobo de la Selectividad», explica Kim. No es de extrañar que, de media, los adolescentes surcoreanos pasen once horas diarias hincando los codos, y que la tasa de abandono en la enseñanza secundaria sea inferior al 1%. El 87% de los progenitores espera de sus hijos varones no menos que una diplomatura, un porcentaje que cae al 80% en el caso de las chicas. Este desequilibrio de género se acentúa a la hora de encontrar trabajo. Porque, como ilustra Kim, «aunque se exige que la mujer esté altamente cualificada, luego la sociedad conservadora la relega al rol de ama de casa».
No obstante, el informe trianual de PISA, hecho público esta semana, deja claro que Asia lidera el listado de sistemas educativos. Y Corea del Sur está a la cabeza. Obtiene la medalla de plata en comprensión de lectura (con 539 puntos frente a los 481 que relegan a España al puesto 33), el cuarto puesto en matemáticas (546 puntos frente a los 483 que nos otorgan la plaza 34), y un sexto puesto en competencia científica (538 puntos, 50 más que España que cae al número 36).
Este éxito puede estar íntimamente ligado a la volatilidad política y económica de la hermana capitalista de la península de Corea, que todavía está técnicamente en guerra. «Somos una nación pequeña y aislada del mundo por culpa de Corea del Norte, que tiene que competir con dos gigantes como Japón y China. La única vía para el éxito pasa por la educación», defiende Jongyoon Chun, presidente de DTR, una empresa de componentes de automoción de alta precisión que lleva por eslogan uno que podría colgarse todo el país: 'Nos mueve la perfección'.
Para conseguirla, Corea del Sur echa mano de una férrea disciplina, más propia de tiempos pretéritos, combinada con la tecnología más vanguardista. El Instituto Coreano para el Desarrollo de la Educación, por ejemplo, está exclusivamente dedicado a la investigación de nuevas fórmulas para dar clase, como la del uso de un e-book que permite hacer anotaciones y guardarlas como en un cuaderno. El país también ha sido pionero en la introducción de clases online y por televisión. Ni siquiera los enfermos tienen excusa para perdérselas.
Todos los nuevos programas de enseñanza parecen llevar la 'e' de electrónico como prefijo obligado. «Ese ha sido también un acicate para que tengamos la banda ancha más rápida del mundo», presume Chun. Para otros este sistema de estudios da como resultado robots extremadamente precisos a los que les falta creatividad. «Somos muy buenos técnicos, pero nos falta un punto de innovación», opina KBL, ex boxeador y artista multidisciplinar que ha fundado A2, un grupo de creadores antisistema que lucha con su arte contra «la sinrazón de un país de autómatas egoístas e infelices». Sin llegar a esos términos, Tae Hwa Chung reconoce que «el aprendizaje está muy centrado en memorizar y da poco margen a la creatividad».
Pero el auge económico del país, que hace medio siglo estaba al mismo nivel que Afganistán y ya ha superado a España, fortalece a quienes sostienen que el sistema es el adecuado. Lógicamente, la figura del profesor es reverenciada. Y la sociedad recompensa su trabajo por encima de la media. En su primer empleo, un docente medio puede disfrutar de un sueldo de unos 2.000 euros (superior a la renta media, que es ligeramente inferior a la española), mientras que quien tenga más de 15 años de experiencia en las aulas duplica ampliamente el salario medio del país. «Pero son ogros», alerta Kim Youseon. «Muchos utilizan técnicas de tortura psicológica, y creen que lo hacen por nuestro bien. A mí me gusta la idea occidental de que un estudiante pueda hacerse amigo de su profesor, algo rarísimo en Corea».
3.000 veces de rodillas
En clase no se discuten las directrices de quien lleva la batuta. Mucho menos se le insulta o golpea. Los casos de 'bullying', a diferencia de lo que sucede en las vecinas China y Japón, son todavía una rareza. Todo el país está volcado en el estudio, y la mejor prueba de este respeto es lo que sucede durante el día en el que se celebra la Selectividad.
La mayoría de las oficinas, e incluso la Bolsa, abren una hora más tarde de lo habitual para que las calles estén despejadas y se da prioridad al transporte escolar. De hecho, incluso la Policía se encarga de llevar a los alumnos a los centros donde se examinan. Y para que ningún ruido les distraiga, el resto de estudiantes tiene el día libre. Cuando llega el momento de escuchar grabaciones, se detiene el tráfico aéreo. Los aviones se ven obligados a dar vueltas a 10.000 pies de altura. Cuando termina el examen, a eso de las seis de la tarde, las ediciones vespertinas de los diarios publican las preguntas y respuestas de los tests.
Los templos hacen su agosto en vísperas del gran examen. Independientemente de la religión, casi todos organizan oraciones extra para desear suerte a los jóvenes. Algunos rayan en lo inhumano, como el templo budista que pide a los padres que se arrodillen 3.000 veces a lo largo de la noche previa.
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