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ISABEL F. BARBADILLO
Sábado, 12 de marzo 2011, 04:04
Ojos marrones y hundidos, barba hirsuta, rostro enjuto y prematuramente envejecido y una mirada cansada de otear las nevadas cumbres alpinas. Así aparece el nuevo rostro de Otzi, el hombre de hielo reconstruido por los hermanos Alfonso y Adrie Kennis, artistas holandeses especializados en historia natural y paleontología, que también han dado forma a los homínidos de la Sierra de Atapuerca.
Su espectacular trabajo no queda ahí. El cuerpo congelado de Otzi, la momia encontrada por dos montañeros en septiembre de 1991 en el glaciar italiano Schnal Valle, en los Alpes orientales, cerca de la frontera con Austria, ha cobrado vida, musculatura y una plasticidad asombrosa gracias a las exploraciones en tres dimensiones. Veinte años de investigaciones sobre el cadáver han arrojado luz sobre este cazador prehistórico que vivió hace unos 5.300 años, murió a los 45, pesaba unos cincuenta kilos y no superaba los 1,60 metros de estatura. La última tecnología forense, imágenes en 3D de la calavera, tomografías e infrarrojos han hecho el milagro, muy diferente de aquella otra recreación que le presentaba como un hombre fornido y con ojos azules.
Los expertos también han desvelado cómo vivió y murió. Arquero y cazador, omnívoro, y tal vez pastor y pescador, Otzi falleció desangrado después de que una flecha le atravesara el cuerpo, aunque no se descarta que le asestaran un golpe de gracia con un mazazo en la cabeza. Investigadores de la Universidad Ludwing Maximiliam de Múnich y del Instituto de Patología de la ciudad italiana de Bolzano encontraron hasta tres heridas en su cuerpo: una flecha incrustada bajo la axila izquierda, un golpe en la espalda asestado con un objeto afilado y un corte en la mano derecha.
Le encontraron a 3.210 metros de altitud. Abrigaba su parte inferior con pieles de cabra sujetadas por tendones de animales y botas de piel de oso y ciervo. Un gorro de piel de oso pardo le protegía la cabeza. También llevaba una capa y un chaleco. Atada a su cintura colgaba una bolsa con yesca y un percutor de pirita para prender fuego. Junto a su cadáver, un hacha de cobre, un puñal de sílex, un arco de madera, una red para cazar y un cesto.
El hombre asesinado en la Edad de Cobre, fuente inagotable de especulaciones, libros, documentales y cientos de artículos, no gozaba de buena salud, aquejado de artrosis y triquina, parásito intestinal que controlaba con un hongo que siempre llevaba consigo. En su estómago se detectaron restos de gamuza (cabra montesa de los Alpes), cereales y bayas, así como restos de carbonilla, lo que indica que utilizó la lumbre para asar parte de su comida.
El cuerpo revela la existencia de 57 tatuajes en forma de pequeños cortes verticales, asunto sobre el que discrepan los investigadores, ya que unos lo atribuyen a una función puramente ornamental y otros a una fórmula para aliviar el dolor a través de esas incisiones en la espina dorsal, muñecas y piernas y rodillas.
Poco se sabe sobre el móvil de crimen, que algunos arqueólogos y etnólogos atribuyen a una emboscada con el fin de robarle el ganado y otros, a un posible ritual. Lo cierto es que el hombre de hielo iba bien armado y podría haberse alejado de su clan y alcanzar las montañas para intercambiar ganado con otras tribus. ¿Fue víctima de bandidos? ¿Huía de sus agresores? Preguntas aún sin respuesta, por mucho que se elucubre sobre el asunto.
Otzi, que debe el nombre al Valle de Ötz donde fue hallado, tiene el honor de ser la momia más antigua del mundo. Con motivo del 20 aniversario, este hombre y su tiempo configuran una exposición que se muestra, hasta el 15 de enero de 2012, en el museo de Arqueología de Bolzano, Italia. Ahí ha permanecido dos décadas a -6º y con una humedad del 98%.
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