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El Museo del Prado que no se ve
SOCIEDAD

El Museo del Prado que no se ve

Bufones espías, apóstoles inspirados en locos de un manicomio... Desvelamos los enigmas de varios cuadros del museo

TOMÁS GARCÍA YEBRA

Lunes, 18 de abril 2011, 06:28

Sostiene el profesor Francisco Calvo Serraller que hay tantas formas de mirar como ojos hay en el mundo. Y añade: «Lo malo es cuando una persona se pasea por la vida, o por un museo, mirándolo todo sin ver nada». Hay guías que explican los museos de forma ortodoxa y hay guías que los enseñan desde ángulos insólitos y sorprendentes. Este es el caso de Carpetania (www.carpetaniamadrid.com), una asociación cultural que programa rutas turísticas para conocer la historia 'con otros ojos'. Además de la capital, organiza itinerarios en Antequera, Baeza, Bilbao, Granada, Murcia, Oviedo o Valencia.

En su paseo por el Museo del Prado, los guías eligen anécdotas que ni siquiera se aluden de refilón en los manuales y planos de la pinacoteca. Una de ellas -quizá la más fascinante- es la historia de la perla peregrina, una joya que fue descubierta por un esclavo en el archipiélago de las Perlas (Panamá) hace 400 años y que constituye una rareza por su aspecto en forma de lágrima. Tras su peregrinaje por diversas testas coronadas (la lucieron Margarita de Austria, Isabel de Borbón, María Tudor, Felipe III en un sombrero o María Luisa de Parma) fue a parar a manos de la recientemente fallecida Liz Taylor. El 26 de enero de 1969 fue subastada en la casa Parke Bennet de Nueva York. El actor Richard Burton pagó por ella 37.000 dólares y se la regaló a su amada. De todos los regalos que Liz Taylor recibió en su vida, este fue el que más ilusión le hizo. En el Prado, en la sala 56, se aprecia muy bien esta joya en el retrato que Antonio Moro le hizo a María Tudor, esposa (y tía) de Felipe II.

Uno de los cuadros que más hechizan a los visitantes del Prado, y muy próximo al anterior, es el 'El triunfo de la muerte', pintado por Pieter Brueghel el Viejo en 1562. Un ejército de esqueletos persigue con sus guadañas a todo bicho viviente. No se salva nadie. Un rey codicioso, un cardenal impostor, el pueblo llano con sus borracheras y tropelías, todos, incluida una mujer con su bebé, un peregrino o una pareja de enamorados, caen bajo las garras de la muerte. ¿Qué nos quiere decir Brueghel en esta escena? «Al igual que ocurre con 'El jardín de las Delicias', de El Bosco, las lecturas son infinitas», apunta María Cunillera, guía de Carpetania.

¿Qué simbolizan las escenas? ¿Los horrores de la peste negra, una pandemia que se llevó por delante a un tercio de la población europea en el siglo XIV?, ¿una denuncia de la campaña bélica de Felipe II en Flandes? (la figura del moribundo monarca, en el extremo inferior izquierdo del óleo, lleva el Toisón de Oro, condecoración vinculada a la casa de Austria), ¿lo efímero de todas las vanidades humanas?

En las imágenes aparecen esqueletos que danzan, tocan timbales, se disfrazan, ríen... «La fuerza del cuadro es que estás contemplando una escena apocalíptica relatada con sentido del humor», precisa María Cunillera sobre esta pintura, la preferida, por cierto, de los Monty Python.

Sonrisa cínica

La santidad farisaica está maravillosamente representada en 'El cardenal', de Rafael (sala 49). Esta figura, «con el veneno escondido en su gélida sonrisa», simboliza toda esa sutileza rica en pliegues y repliegues que caracteriza la diplomacia de la Santa Sede. Solo 'Inocencio X', de Velázquez, puede competir con él. Pero aquí las malas pulgas del Papa, su arisca personalidad, resulta evidente. Ya lo dijo él al contemplarlo por primera vez: «Troppo vero!» («¡Demasiado verdadero!»).

El cuadro más machista del Prado -y seguramente de la historia del arte- lo pintó Sandro Boticelli en 1483. Se llama 'Historia de Nastagio degli Onesti' (sala 56b). La pintura, en tres paneles, describe un relato del Decamerón de Boccaccio. La historia es larga, la moraleja breve: 'Cuidado, mujer, con no corresponder al amor de tu pretendiente, puedes acabar devorada por los mastines».

Y está la historia de los 'cagones'. El exquisito pintor flamenco Joachim Patinir (1485-1524) tenía por costumbre introducir un 'cagón' (un hombre haciendo sus necesidades) en todos sus cuadros. Son figuras diminutas, escondidas entre los arbustos o en el fondo del paisaje. En ocasiones utilizaba una lupa para pintarlos, de forma que resulta dificilísimo detectarlos. «No se conoce cuál puede ser su simbología», asegura el conservador de Pintura Flamenca del museo, Alejandro Vergara. «Algunos críticos dicen que simbolizan las inmundicias humanas; otros piensan que es un rasgo humorístico de Patinir, que los pintaba para divertirse, para que sus amigos y clientes se entretuvieran buscándolos». El Prado conserva varias obras de este pintor, entre ellas las cotizadas 'El paso de la laguna Estigia' y 'Las tentaciones de San Antonio'. En el 'San Jerónimo en el desierto', del Louvre, el 'cagón' está más o menos visible. En las obras del Prado es todo un reto encontrarlos.

Los bufones del Prado, sobre todo los de Velázquez, son también muy conocidos; se les atribuye funciones de espías, consejeros o chivatos del rey. A veces los reyes españoles regalaban un bufón a un monarca o sultán extranjero... un obsequio envenenado, pues lo que hacía el bufón era recabar información para entregársela a su primitivo dueño. Y una última curiosidad: el cuadro más grande de la pinacoteca (diez metros de largo por tres de alto) es la 'Degollación de San Juan Bautista'. Se trata de una extraña pintura del polaco Bartolomeo Strobel (1591-1642) cuyos enigmas (hay decenas de personajes sin identificar) trató de desvelar la escritora Rosa Ribas en su novela 'El pintor de Flandes'.

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