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JUAN LUIS TAPIA
Jueves, 13 de octubre 2011, 02:40
El pintor Joaquín Sorolla estuvo en cuatro ocasiones en Granada, pero sus estancias pictóricas transcurrieron en noviembre-diciembre de 1909, febrero de 1910 y febrero de 1917. Pintó cuarenta y seis paisajes, que le ocuparon unos nueve días en 1909, unos catorce de 1910 y siete de 1917, algunos de ellos incompletos por ser demasiado fríos o lluviosos, tanto como para impedirle pintar porque siempre debía hacerlo al aire libre. Sorolla ya era un artista consagrado cuando decide pintar el paisaje granadino, una estampa que ya había plasmado en sus lienzos antes incluso de conocer Granada. Hace unos días el Museo Sorolla de Madrid inauguró una muestra en la que se pueden ver veinticuatro de aquellas obras granadinas.
Sorolla vio por primera vez Granada en 1902, los días 24 y 25 de marzo, lunes y martes de Semana Santa. Fue en un rápido viaje de ocho o nueve días desde el mismo 24, que hizo, en gran parte, con su amigo Pedro Gil Moreno de Mora, entre otros acompañantes. «Viajaba con Pedro Gil Moreno de Mora y su mujer María Planas de Gil Moreno de Mora, con Miguel Hernández Nájera y su mujer Carmen, y con los ministros de Guatemala», anotan Blanca Pons-Sorolla y Víctor Lorente Sorolla, si bien no todos hicieron todo el viaje con él.
El día 24 salieron de Córdoba a las doce del mediodía y llegaron a Granada por la tarde, seguramente a tiempo de contemplar la puesta de sol sobre Sierra Nevada, que dejaría en el pintor una impresión imborrable; aunque el único día que pasaron entero en la ciudad, en el que más y mejor la vieron, fue el 25.
Se alojaron en el Hotel Washington Irving, en la Alhambra, hasta el 26, día en el que regresaron a Córdoba. Sorolla tenía 39 años, que había cumplido el 27 de febrero. No le acompañaba su esposa, Clotilde García del Castillo, gracias a lo que se conservan sus impresiones, que le trasmitió por carta. El primer momento en que pudo hacerlo fue el Jueves Santo, día 27, desde Sevilla, desde el Grand Hotel de París, recién llegado de Córdoba. Le escribió sin demasiado detalle, porque «las impresiones son tan rápidas y tantas que mi cabeza es una olla de grillos». El lunes 24, en Córdoba, se habían dado «un brutal atracón. artístico»; el martes 25, en Granada, había sido «un día feroz de subir y bajar, ver, entusiasmarnos, etc»; el miércoles 26, de nuevo en Córdoba, «vuelta a ver patios, monumentos, calles. y por la noche a la Mezquita a oír el miserere y pasear bajo aquellos maravillosos arcos y entre aquel bosque de columnas». Más adelante, le insistió en que donde estaban las «cosas buenas» era especialmente en Granada, y le destacó, sobre todas ellas, Sierra Nevada: «No puedes imaginarte lo que siento no vinieras conmigo, sobre todo por Granada, la impresión de Sierra Nevada es algo de lo que no se olvida». También escribió una tarjeta postal a su hijo, una postal de la Alhambra, del Patio de los Arrayanes, presidida por la Torre de Comares, en la que le decía que estaba «encantado de ver tanta maravilla», y que en Granada, «si Dios quiere, pasaremos dos meses y estoy seguro que madre y todos gozareis de este sublime país».
Ni siquiera en esa brevísima ocasión pasó desapercibida su presencia en Granada. No consta qué personas de allí lo atendieron o acompañaron, pero fueron varias, dos al menos, y artistas -¿su condiscípulo Tomás Muñoz Lucena, su discípulo Eugenio Gómez Mir.?-, que pudieron despertar algunos celos o suspicacias en sus colegas locales. Es lo que se deduce de la única repercusión que parece que tuvo la visita en la prensa granadina, días después de haberse producido. Fue en un artículo titulado 'De arte' y firmado 'Sant-Lorvaz', que apareció en 'La Publicidad' el domingo 30, y que muestra la alta opinión que los granadinos sensibles tenían del paisaje de su ciudad, de su luz, confirmada por tanto maestro foráneo.
Noviembre de 1909
Sorolla regresa a Granada en noviembre de 1909, donde tendría una estancia de unos once días, de los que pintaría unos nueve, y no le acompañaría su familia. Esta vez tenía 46 años. Mientras que de aquella primera visita hubo noticia posterior, de ésta la hubo antes de producirse, en el artículo 'Sorolla a Granada', sin firma, publicado por 'La Publicidad' el domingo 21, anunciando que el pintor llegaría ese mismo día, «para trabajar una buena temporada en esta ciudad, donde su maravilloso pincel encontrará sobrados motivos para poner de relieve sus grandes talentos».
Si, para el mismo periódico, Sorolla era en 1902 «el laureado pintor», ahora lo era mucho más, porque, entremedias, se habían producido muchos de sus mayores triunfos pictóricos, entre ellos sus apoteósicas exposiciones estadounidenses en la Hispanic Society, en Nueva York, la Albright Art Gallery, en Búfalo, y la Copley Society of Art, en Boston.
«Sorolla llegará hoy a Granada», precisaba finalmente también el artículo. No estaría esa «buena temporada», solo esos once días, pero sí encontraría «sobrados motivos para poner de relieve sus grandes talentos», pues pintaría catorce de sus paisajes de mayor formato. En la noche del domingo 21 de noviembre de 1909, llegó el pintor a Granada, de lo que informó 'La Publicidad' del día siguiente: «En el tren correo de los Andaluces, como teníamos anunciado, llegó anoche a esta ciudad el insigne pintor valenciano D. Joaquín Sorolla, acompañado de D. Tomás Murillo. Ambos señores se hospedan en el hotel Washington Irving de la Alhambra».
Tomás Murillo Ramos era un joven discípulo y ayudante de Sorolla, valenciano como él. Esa noche, Sorolla comunicó por telegrama a su esposa que había llegado «felizmente». Y escribió una tarjeta postal a su hija María, pintora en ciernes, con más información: «He dado un largo paseo por este fantástico Alcázar, he recorrido mucho acompañado del arquitecto, encontrando en todos momentos, el cariño y respeto de todos, dándome mayores facilidades de las que pueda necesitar», escribió a su familia. El arquitecto con el que dio el paseo era Modesto Cendoya Busquets, director del monumento, responsable de su conservación y restauración. Sería el principal anfitrión del pintor en esta estancia y en las dos restantes, él y el duque de San Pedro de Galatino.
«Por las mañanas pinta el jardín de Lindaraja; después de almorzar conságrase al patio de la Mezquita, y a la caída de la tarde, en los Adarves traza la maravillosa vista panorámica que desde allí se descubre», relataba el cronista de 'La Publicidad' sobre la estancia del artista valenciano.
Sorolla, en una entrevista concedida a 'El Defensor de Granada' se declaró «un entusiasta de esta tierra privilegiada, porque es un adorador de la luz granadina, porque él, hijo de una ciudad de sabor griego gusta de esta población moruna». Tras despedirse del crítico, apenas tuvo tiempo de escribir unas pocas líneas a su mujer: «Hoy no tengo tiempo para escribirte, pues he trabajado hasta última hora y debo ir a comer con el Duque de San Pedro». Sería sobre las ocho, en el Carmen de Benalúa, residencia del duque en Granada, en el arranque de la cuesta del Caidero. El anfitrión era Julio Quesada-Cañaveral y Piédrola, duque de San Pedro de Galatino, quien acababa de construir el Hotel Alhambra Palace. Con esa cena terminó Sorolla aquel martes 23 de noviembre de 1909, primer día que trabajó en Granada.
Había decidido pintar el paisaje granadino siete años antes, por la fuerte impresión que le produjo la primera vez que lo tuvo ante sí, muy particularmente, por encima de sus demás elementos, Sierra Nevada. Parece seguro que era el principal motivo al que quería enfrentarse, si no el único, pero ese lunes 22 debió ser un día de redescubrimiento de la Alhambra, no ya como monumento de visita imprescindible, sino como motivo pictórico de innumerables aspectos o facetas. «Si Sierra Nevada fue un deslumbramiento instantáneo para él, su atracción por la Alhambra requirió una mirada más detenida, más allá de la primera impresión, lo que en absoluto significa que ésta hubiera sido mala», comenta Eduardo Quesada.
El artista salió encantado de esta segunda estancia granadina, según nuevamente 'La Publicidad': «Va encantado de Granada, enamorado de sus soberanas bellezas y dispuesto a repetir la visita en la próxima primavera, época en que vendrá acompañado de su esposa».
Febrero de 1910
Será el primer viaje en que lo acompañó su familia: su mujer, Clotilde, y sus hijas, María y Elena, que verían por primera vez Granada. A los Sorolla se les sumó la pintora estadounidense Jane Peterson, discípula del valenciano, a la que llamaba Juanita. Fue la estancia más larga del pintor y la más fructífera en número de obras, aunque la menos documentada al no existir correspondencia, ya que la familia le acompañaba. Se alojaron en el recién inaugurado Hotel Alhambra Palace.
Una vez más fue víctima del mal tiempo y del frío invierno e incluso de la nieve, pero es en esta estancia cuando dedica una mayor atención al Generalife. Estando en una de esas tardes, un joven Manuel Ángeles Ortiz, alumno del pintor José Larrocha, conoció a Sorolla. «Larrocha nos subió una tarde al Generalife a todos sus alumnos para saludar a Sorolla», rememoró el artista granadino en una carta a Miguel Rodríguez-Acosta. Sorolla les ofreció un cigarrillo, que todos fumaron, salvo Manuel Ángel y otro compañero, que guardaron los suyos como recuerdo.
El Generalife era aún el de los marqueses de Campotéjar, pero se abría a visitantes y pintores. Fue en esta estancia cuando Sorolla más se entregó al reflejo de los jardines nazaríes.
Estando en Granada es avisado para pintar un retrato de Alfonso XIII en Sevilla, pero antes decide viajar a Málaga para verla y pintar allí. A finales de marzo de 1910, desde Madrid, escribió: «De mi viaje sólo me quedan dos impresiones muy vivas, el Patio de los Naranjos de Córdoba y Granada, a la que volveré en otoño».
Febrero de 1917
La última estancia de Sorolla en tierras granadinas se debió al retrato que debía realizar de Alfonso XIII como cazador. Partió el 26 de enero en tren desde Madrid hacia Láchar, junto al rey y sus compañeros en otras de las cacerías organizadas por el duque de San Pedro de Galatino. A diferencia de ellos, él no iba a cazar si no a empezar a trabajar en el retrato de caza del monarca. Se alojaron en el castillo de Láchar, construido por el duque mediada la década de 1880, se supone que sobre los restos de otro medieval, islámico. Al no ir su mujer, Sorolla ocuparía parte de su tiempo escribiéndole, informándola de todo, componiendo una detalladísima crónica día por día, donde dejó manifiesta su nula afición a la caza.
En estos días se estrechó la amistad y relación del pintor con el rey Alfonso XIII, y debido al mal tiempo que le acompañó se dedicó a tomar apuntes del monarca y algunos de la localidad de Láchar.
«Tratado ahora con interioridad es mejor aún, es un hombre incomparable, ameno y prudentísimo, y todos los que vienen con nosotros, o que yo voy con ellos, tienen mucho ingenio», escribió sobre el rey y sus acompañantes. Fruto de aquellos días es el lienzo 'Capilla de la finca de Láchar', que se conserva en el Museo Sorolla. La idea del retrato al monarca se esfumaba: «Creo se podrá hacer un bonito retrato, pero en el Pardo, pues el campo de Láchar es soso y monótono», escribió el valenciano.
Sorolla también acompañó a Alfonso XIII en una visita a La Alpujarra, a la localidad de Órgiva que se vio deslucida por el mal tiempo. «La excursión fue una locura y la finalidad una plancha monstruosa. La Alpujarra es interesante, pues aparte de los trozos de montañas hermosos, hay espléndidos olivos y los naranjales están mezclados con estos dando una bonita armonía de los dos verdes», escribió.
Una vez más se alojó en el Alhambra Palace al que subía gracias al 'tranvía cremallera'. El tiempo no le acompañó en aquellos once días de su última estancia en Granada, cuando ya cumplía los 54 años. No obstante, volvió a pintar y pasear por las salas alhambreñas. «En la Alhambra cada vez se descubren cosas interesantes», escribió. Sorolla quiso plantar un trozo de Granada en su casa madrileña, cuyo patio luce algunas de las antigüedades que compró.
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