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césar girón
Martes, 2 de agosto 2016, 01:19
Con el interesado argumento de «los mercados no pueden estar en el centro de la ciudad porque la afean», en la década de los años sesenta del pasado siglo se dio el pistoletazo de salida para la desaparición de la Romanilla, las Tercenas y las Pescaderías. El cercano mercado de San Agustín, que constituía con los anteriores el gran eje comercial de consumo de perecederos de Granada, se salvó de la picota por muy poco.
Mercados
Todas las ciudades de la vieja Europa con un poco de historia y la nuestra atesora un buen retazo, localizan sus antiguos mercados en el centro histórico: Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Málaga o Zaragoza, en España; o París, Londres, Budapest, Venecia, Nüremberg o Munich, en el continente. Principalmente porque fueron sitios vivos donde los ciudadanos desarrollaban sus vidas como como sucedía con las iglesias y catedrales, las universidades o las casas consistoriales, los mercados, como lugares de relación, porfiaron intramuros de la urbe medieval en ágoras y calles principales. En eso Granada no iba a ser diferente y los mercados se ubicaron, además de en otros lugares como a las puertas de la ciudad ejemplo de las Tablas en el centro neurálgico de la población. Con el paso del tiempo casi todas las ciudades conservaron y mantuvieron, de un modo u otro, sus antiguos mercados y emplazamientos comerciales. Constituyen hoy día tras ser rehabilitados, importantes y bellos lugares de atracción. Pero en esto Granada sí que ha sido distinta.
En 1986 empezó a gestarse la idea de su construcción. En 2005 se resolvió el concurso internacional de ideas que ganaron los alumnos de la Universidad Jesuita de Guadalajara (México), Mara Gabriela Partida Muñoz y Héctor Mendoza Ramírez, junto a los eslovenos Marjan Bezan y Boris Bezan Mexican and slovenian arquitects S.L. El edificio debía estar terminado en 2007. Casi lo estuvo desde 2010, diferenciándose mucho del proyecto original. Fue inaugurado en julio de 2015. Ocupa el espacio donde estuvieron los basureros en la Romanilla que después sería, también, mercado provisional cuando la última reforma de San Agustín. El Centro Lorca es una realidad material pero un fiasco formal por razón de la ausencia del legado lorquiano.
Un poco de historia
La Romanilla debe su nombre al diminutivo popular que se dio al establecimiento donde se instaló la alcaldía de abastos de Granada. El consistorio lo abrió en 1850. Eran tiempos en los que las transacciones comerciales pasaban obligatoriamente por la romana, institución que controlaba un destacado funcionario municipal que fijaba los precios y disponía lo necesario para evitar las sisas. Del siglo XVII se tiene noticia de la existencia de una tercena en este espacio frontero con la excelsa catedral de Egas, Siloé y Cano. Parece que estuvo situada en un costado del antiguo convento de las madres capuchinas, que en 1636, se erigiera en unas destartaladas casas del genovés Rolando de Levanto. Puede decirse con razón que en este lugar siempre se trajinó con mercaderías.
Con la Desamortización, la casa de religiosas con su modesta iglesia dedicada a la Virgen de la Presentación, fue trasladada al convento de Franciscanos Terciarios de San Antón. Las antiguas casas fueron derribadas entre 1837 y 1838. En su solar pocos años después se levantarían los nuevos mercados al resultar expedito un espacio que dio en llamarse por los liberales, Plaza de la Libertad. En 1842 fue adquirido por el Ayuntamiento. Cuarenta años después se levantaría la Romanilla, si bien, en tanto sirvió como mercado de verduras. Fuese por cicatería, por falta de medios o desinterés, estuvo dotado de unas miserables barracas de madera, incómodas, impracticables y deslucidas, que vinieron a subrayar el pobre aspecto de la plaza. La cercanía de la sublime catedral de Siloé y Cano no fue óbice para que éste fuera siempre el lugar donde el arte y el orden estético fueron menos cuidados en Granada.
Así, reinando Alfonso XII, en 1881, se inauguraran la popular Romanilla, las tercenas y las nuevas pescaderías, erigidas estas últimas, en el lugar donde siempre estuvieron, entre las manzanas 574 y 598, del plano de la ciudad. Todos los edificios, de los que se conservan interesantísimos testimonios gráficos, vinieron a completar, junto con el de San Agustín, levantado en el solar dejado por el antiguo convento de padres agustinos tras su demolición, el conjunto de los mercados de granadinos.
En lo que Granada es diferente a cualquier otra ciudad es en la tenencia de la ancestral casta política granadina. En esto estoy de acuerdo con mi admirado David Jiménez-Muriel cuando habla del estado en que se encuentra el espacio de la desaparecida Romanilla «Cualquier granadino con un mínimo de sensibilidad sabe sobradamente que uno de los espacios urbanos más céntricos y próximos al patrimonio más alabado de la ciudad, es compendio de la estulticia histórica de la clase política local, que ha convertirlo a la Romanilla en el lugar más degradado de toda la ciudad».
El derribo
Otra vez los consabidos argumentos de salubridad y decoro urbano fueron el pretexto empleado para que en 1973 fueran derribadas las edificaciones de 1881. Se venía mascullando la idea desde la década anterior y al final, se ve que pudo más el negocio subyacente, que para algunos supuso la adquisición por el consistorio de los terrenos necesarios para construir Mercagranada, que abordar reflexivamente el destino los populares mercados. El espacio que quedó liberado tras el derribo se convirtió en un enorme solar baldío, caótico y polvoriento, que fue ocupado casi durante una década de modo salvaje por vehículos y usos inapropiados. Cierto que las construcciones demolidas no eran edificaciones destacadas salvo en algunos elementos, pero centraban casi un siglo de la más pura esencia cotidiana de Granada y dignificaban la ordenación del espacio mucho más que lo que quedó y que lo hoy día hay. ¿Qué valor tendría hoy para Granada este espacio con las Pescaderías, las Tercenas y la Romanilla adecuadamente restauradas?
En 1984, en época del alcalde Jara Andreu, se intentó dignificar el lugar creando la Plaza de la Romanilla por la oficina que la antigua alcaldía de abastos tuvo aquí desde mediados del siglo XIX. Con poco acierto se pavimentó la plaza con adoquín y mármol blanco, se decoró con balaustradas de mármol de Caravaca y palmeras datileras y a la postré continuó siendo un espacio abandonado.
Del puente del Cristiano a Mercagranada
Como en Granada tenemos la costumbre de comer todos los días, el derribo de los antiguos mercados del modo apresurado en que se hizo determinó que hubiera que habilitar un espacio provisional para que las transacciones de perecederos pudieran seguir realizándose. Se situó en el conocido como el Puente del Cristiano, en los aledaños de la actual plaza de Einstein. Allí estuvieron las tercenas hasta que se terminaba la obra de Mercagranada, en la carretera de Córdoba, para cuya construcción se preparó una parcela de más de 220.000 metros cuadrados. ¿De quién eran los terrenos? ¿Lo supieron algunos munícipes del momento?
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