Dinamita contra el barranco de la Zorra
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En los primeros días de noviembre de 1952 se volaron las cuevas que fueron el origen del barrio de Bola de Oro. No tardarían en volver a ocuparseAmanda Martínez
Martes, 14 de noviembre 2017, 09:49
El barranco de la Zorra se encuentra en un lugar privilegiado de Granada, junto a la ribera del Genil, recostado sobre una ladera frente al barranco del Abogado y a un paso de la Avenida de Cervantes. En el la época que hoy recuerda esta ... sección, estaba rodeado de huertas y tenía unas excepcionales vistas a la ciudad. Pero también estaba perforado de cuevas donde vivían en condiciones infrahumanas cientos de familias sin recursos.
A falta de vivienda en la ciudad, muchos ocuparon los recovecos del monte en busca de un techo bajo el que sobrevivir. No era un problema único de esta zona. Tras la guerra civil, los arrabales trogloditas en Granada no dejaron de crecer. Había otras zonas de casas cueva en San Miguel, el barranco de Puente Quebrada y el de Los Negros o en el del Abogado. Pero el terreno era inestable, se hundía con facilidad y la mala calidad de las construcciones no soportaba los daños provocados por inundaciones o terremotos.
En noviembre de 1952, con el fin de evitar que las volvieran a ocupar, el Gobierno Civil ordenó la destrucción de las cuevas del barranco de la Zorra volándolas con dinamita. Entonces había 270 covarrones, "unas úlceras de la ciudad, viviendas troglodíticas donde los seres humanos vivían como alimañas", las describía IDEAL. En ellas se hacinaban 1.620 personas, que fueron trasladadas a la barriada de Haza Grande que Franco había inaugurado a comienzos de aquel año. El muchacho Paquito Hernández Fresneda fue el último el abandonar el Barranco de la Zorra. Su familia tuvo que esperar a vender una becerra y una cabra para poder trasladarse ya que en su nueva vivienda solo se permitía la cría de cerdos, conejos y gallinas.
Poco después, junto a las cuevas, comenzaron a construirse las primeras casas en el barrio, al que los vecinos, quizás por los reflejos del sol sobre el monte, quizás por los coloristas carnavales que se celebraban, llamaban Bola de Oro. Sus primeros habitantes fueron en su mayoría inquilinos de las viejas chabolas, que adquirieron los terrenos en los que se habían dividido los cortijos propiedad de familias como los Carballo o los Sierra: "No puede usted imaginarse el sacrificio con que estas familias han levantado sus casas", explicaba un vecino a un redactor de IDEAL en 1977. Mientras, los hombres trabajaban en su obra, las mujeres y los niños, cuando salían de la escuela, rebuscaban ladrillos entre los cascajos del río Genil y poco a poco, sin ayuda de nadie, el barrio comenzó a poblarse de casas de piedra y barro, pequeñas y limpias. "Mucha bola y poco oro", bromeaban los vecinos entonces.
Pero lejos concluir, el problema de la vivienda se agravaba. Joaquín Bosque Maurell, en el artículo "Las transformaciones urbanas de Granada" publicado el 30 de octubre de 1962, escribe que frente a las 666 cuevas reconocidas en 1900 y las 642 de 1930, en 1945 había por lo menos 968 y 3.682 en 1950. Por supuesto, también volvieron a ocuparse las cuevas del barranco de la Zorra.
Justo diez años después de aquel día en el que parecía que el asentamiento chabolista se había clausurado definitivamente, a finales de octubre de 1962, visitó la ciudad el ministro de Vivienda franquista José María Martínez Sánchez Arjona. Vino para conocer la situación de los damnificados de unas inundaciones que habían dejado sin hogar a cientos de personas, entre ellas a los inquilinos de las cuevas de este barranco. Allí anunció la construcción de mil cuarenta viviendas de carácter social en el futuro Polígono de Cartuja, el lugar dónde podrían ir a vivir en condiciones dignas.
Pero lo peor estaba por llegar. La noche del 10 de junio de 1968, tuvo lugar la riada más trágica que se ha vivido en el barrio. Se llevó por delante ocho casas del barranco y dos vidas, la de un abuelo y su nieto de apenas diez meses. Una desgracia que, sin embargo, demostró la solidaridad de los vecinos, que no dudaron en ayudar a los soldados y bomberos en la limpieza de las calles, colaborando en la retirada de lodo y barro de las casas, y compartiendo, con los que habían perdido todo, lo poco que tenían. Desde 2011, la escultura de una bola de acero rodeada de dos manos en el Paseo de la Fuente de la Bicha recuerda a los protagonistas de aquel trágico día.
A finales de los años setenta vivían en el barrio unas 2.500 personas, muchas de ellas emigrantes de pueblos de la provincia que llegaban a la ciudad a buscar trabajo y que eligieron para vivir este barrio humilde, de empinadas calles, de casitas unifamiliares encaladas y con un solo acceso, un carril sin asfaltar que unía al barrio con la ciudad por la avenida de Cervantes.
También era una zona de intenso movimiento vecinal, casi como un pueblo dentro de la gran ciudad.
Consiguieron que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir cubriera aquel barranco para evitar avenidas de aguas y el Ayuntamiento encauzó las aguas fecales que bajaban de las urbanizaciones del Serrallo calle abajo. Consiguieron, no sin polémica, un puente que cruzara el Genil a la altura de la Fuente de la Bicha, instalaciones deportivas, zonas verdes que son la envidia de otros barrios de la ciudad y por allí discurre una de las rutas más transitadas de Granada para reducir el colesterol. Cuánto ha llovido desde aquellas cuevas que dieron origen al barrio… y más han soportado los pilares de estas casas que aún hoy siguen en pie.
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