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MIGUEL ÁNGEL CONTRERAS
Lunes, 21 de enero 2008, 03:11
Recuerdo que llegó con la equipación completa del Barcelona y apenas lo vi jugar con el grupo pregunté: ¿Quién es ese chaval?», rememora el para muchos mejor jugador jienense de todos los tiempos. «Es rápido. Muy rápido. Con los pies y con la cabeza, y con mucho desparpajo», le respondía el hombre que lo descubrió. El pequeño blaugrana era Manu del Moral. Por aquel entonces tenía sólo siete años e Ismael Almazán lo 'fichó' de La Gloria para su equipo en la Escuela Municipal de Jaén, dirigida por Higinio Vilches. «Estaba por encima del resto en todo», explica el entonces director.
Almazán fue entrenador de Del Moral durante dos años, luego le pasó el testigo a Paco Badillo, entrenador de alevines entonces y responsable hoy de las categorías inferiores del Real Jaén. «Tenía un cambio de ritmo brutal, dominaba las dos piernas y una sangre fría que helaba. Si había un penalti, era el primero en coger el balón», asegura.
¿Pero cómo saber tan pronto quién llegará tan lejos? El crack es diferente. No todo el que sobresale llega ni todo el que llega ha destacado tanto. «Llegar es complicado, igual no te gusta lo suficiente, puedes lesionarte, o a lo mejor has desarrollado antes y es de lo que sacas ventaja. Pero eso es en el caso de los que son buenos a secas. Estoy convencido de una cosa: el que se ve que va a llegar, llega», asevera Badillo.
Vilches opina de igual modo, el que tiene madera, llega: «El bueno sin más dependerá de la suerte. El muy bueno es complicadísimo que no encuentre el camino», apunta. Y simplifica, como en el caso de Del Moral, en una sola característica: «Era rápido, técnicamente buenísimo, pero tenía una virtud por encima de todas: era el más inteligente. Por eso ha llegado, por tener la cabeza muy bien amueblada», afirma el técnico de la Olímpica.
El fenómeno nace: «Hay puestos que se pueden fabricar, como el portero, donde con constancia y trabajo se pueden conseguir buenos resultados, pero el jugador de campo decisivo, ése, no», apostilla. Vilches afirma que se dio cuenta de que Del Moral iba a ser futbolista cuando lo vio en Vilches en un campeonato infantil que ganó él solo: «Entonces lo cogí y lo llevé al Atlético de Madrid».
El 'otro'
Y ha llegado. Hay casos como el de Iniesta, elegido mejor jugador en el famoso campeonato alevín de Brunete, que lo corroboran. Pero muchos más se pierden en el camino. Es lo que le sucedió a Alberto Cobo. El delantero juega en Tercera, con el Mengíbar. Sin embargo, sus inicios eran muy prometedores y tanto Almazán como Badillo y Vilches coinciden en que tenía cualidades para ser profesional. «Él y Manu destacaban por encima del resto. Una vez que se fue al Real Madrid le perdí la pista y no sé cómo ha seguido su trayectoria personal y profesional», admite Vilches.
Cada vez es más difícil que el talento se pierda. «Antes había menos instalaciones y entrenadores sin preparación que hacían barbaridades con los chavales», añade Badillo. «Ahora se trabaja más y mejor. Antes, de cadete para abajo, se entrenaba una o dos veces como mucho en semana. Ahora al menos tres o cuatro. Los entrenadores se han dado cuenta que cuanto más se trabaja físicamente e incluso tácticamente a esa edad, más se mejora», apostilla. «Son esponjas, lo absorben todo y nunca se cansan. Es bueno introducir algunos conceptos, pero todo en su momento. El último año de alevines es un buen momento para empezar con conceptos tácticos, antes es mejor que improvisen, que usen su imaginación. Con diez u once años tienen que sacar su ingenio. Puedes usar descubrimientos guiados, decirle: 'si te pasa esto yo haría aquello', pero nunca obligarles a nada».
Todo mentira
«Más adelante, en los campos de fútbol 7, enseñarles a controlar el balón, usar las dos piernas, situarse en el terreno de juego, ayudar a los compañeros. Y una vez que empiezas con el fútbol 11 trabajar la táctica», enumera Badillo. Y competir: «Tienen que ir a campos difíciles, al máximo nivel, notar la presión de ir a Linares, si no, todo es mentira», expone.
La parte negativa: los padres. «Son el cáncer del fútbol base. Son fundamentales, porque sin ellos no podríamos viajar, pero creen que su hijo es el mejor y acaban presionando a los entrenadores», asegura. Cuando consiguen un gol «no lo celebran con los compañeros, se van a la grada a abrazar al padre, como si se lo debieran. Eso me sienta muy mal», explica Badillo. Y concluye: «Siempre les recomiendo lo mismo: que estudien. No es que muchos no vayan a llegar, es que la mayoría no lo harán. Entonces se encontrarán que no tienen nada».
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