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ANA MORENO SORIANO
Domingo, 23 de marzo 2008, 03:40
HACE un año y medio aproximadamente, la filósofa Celia Amorós ganaba el Premio Nacional de Ensayo por su obra 'La gran diferencia' y sus pequeñas consecuencias para la lucha de las mujeres, un premio sin duda merecido y que, además, celebramos las feministas, pues era la primera vez en treinta años que una mujer recibía este galardón. En una entrevista que le hacían a Celia Amorós con motivo de este premio, resaltaban como entradilla estas palabras: «Mi cabreo nace de que la relación entre varón y mujer es injusta», que me parecieron un ejemplo de radicalidad y compromiso, como pude comprobar a lo largo de la entrevista y sobre todo, después, con la lectura del libro citado.
Celia Amorós, en su trayectoria como filósofa y como feminista, es consciente del poder del patriarcado como un proceso de pactos que propician los hombres entre sí para reconocerse y otorgarse la condición de iguales y, de este modo, garantizarse la hegemonía en el espacio público; denuncia, en la línea de Simone de Beauvoir, que los hombres se apropien de lo universal de forma fraudulenta y plantea impugnar la propia estructura de legitimidad en la que se basan las relaciones de poder entre hombres y mujeres para devolver a éstas el espacio que les ha sido usurpado. Es consecuente, por lo tanto, su compromiso con el feminismo de la igualdad y su actitud vital -ese cabreo del que habla en la entrevista- es la respuesta ante una injusticia propiciada y consentida desde muchos ámbitos.
La igualdad ha sido siempre el principal objetivo de la izquierda y uno de los valores que deben impregnar cualquier estrategia transformadora y yo pienso que la igualdad debe presidir también los procesos y las leyes electorales. Hace dos semanas se celebraron Elecciones Generales y al Parlamento Andaluz con el resultado que ya conocemos y el bipartidismo impuesto durante la campaña y el sistema de reparto de escaños contradicen el artículo 1º de la Constitución Española, en lo que se refiere a la igualdad y al pluralismo político. Bien es verdad que, en este terreno, la desigualdad se ha normalizado hasta tal punto que sólo se hace visible a algunas miradas críticas, mientras que una gran mayoría, por conforme o interesada, lo percibe como algo obvio, pero las personas que no nos sentimos representadas por el PSOE ni por el PP, debemos expresar nuestro rechazo porque el bipartidismo ha usurpado en la práctica el espacio de otras opciones políticas, lo mismo que el patriarcado ha usurpado el espacio de las mujeres.
Injusta, sin duda, la situación; de cabreo, como diría Celia Amorós, pero una tarea apasionante, aunque difícil, para las mujeres que militamos en el feminismo y en la izquierda transformadora: la igualdad como meta y como camino, cuestionando la legitimidad del poder que consagra la desigualdad.
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