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FRANCISCO M. CARRISCONDO ESQUIVEL
Domingo, 13 de abril 2008, 04:11
«Parece que no ves que las palabras son rótulos que se adhieren a las cosas, no son las cosas, nunca sabrás cómo son las cosas, ni siquiera qué nombres son en realidad los suyos, porque los nombres que les das no son nada más que eso, el nombre que le has dado» (José Saramago).
LLEVO observando de un tiempo a esta parte cómo ciertos historiadores locales, a través de foros muy particulares y algún que otro más general, consideran inadecuada la denominación de iliturgitanos para los oriundos de la noble ciudad de Andújar, simplemente por el hecho de que la antigua población de Iliturgi no se hallaba asentada en lo que actualmente es el territorio de dicha población.
Es con asertos de este calibre cuando más lamento que no exista una asignatura de Historia de la Lengua Española en los actuales planes de estudio de la Licenciatura de Historia de las universidades de nuestro país (considerando, claro está, que los historiadores que comentan dicha presunta inadecuación la hayan cursado en algún momento). De existir, podrían darse cuenta de qué caminos tan diferentes pueden llegar a recorrer la historia, por un lado, y la lengua, por otro. Parafraseando al gran economista John K. Galbraith, soy de los que piensan que hay dos clases de historiadores y que los buenos saben, por supuesto, de historia de la lengua.
El ámbito que más interesa aquí es el de la historia del léxico. En el plano general de la lengua existen denominaciones para realidades que surgieron por alguna impropiedad pero que -por convención social, perpetuada por la tradición- se aceptan incondicionalmente, sin que nadie postule cambio alguno por advertir aquella impropiedad. Si quieren ver algún ejemplo, les animo a consultar el origen de cerrojo en el Diccionario de la Real Academia Española. Y es que, aunque la voz procede del latín veruc_lum, que debería dar verrojo, sin embargo, los hablantes la asocian, por una simple relación de significado, con cerrar, por lo que surge cerrojo. Mi pregunta, entonces, es: ¿Hay alguien que propugne decir verrojo en vez de cerrojo sólo por su origen?
La lengua es así: convención y tradición, mal que les pese a los historiadores. Y, lo siento por ellos, los gentilicios pertenecen al léxico de la lengua. A los historiadores compete darnos a conocer que la antigua Iliturgi no estaba situada ni en la actual Andújar ni en Los Villares, sino en Mengíbar, pero no cómo debe llamarse a los moradores de un lugar. La verdad es que me resulta sorprendente que los historiadores locales saquen ahora a colación este hecho, cuando esto se sabe desde hace más de medio siglo, con los descubrimientos de 1957, por parte de los arqueólogos Antonio Blanco Frejeiro y Gaspar Lachica Casinello. Más bien intuyo en ellos un prurito de originalidad, que me parece muy digno de seguir, pero que se orienta por un cauce bastante cuestionable.
Estos historiadores deberían saber que existe multitud de casos de asentamientos urbanos próximos que surgieron de núcleos de población distintos a los enclaves originales y prestigiados por la historia, razón por la cual procuran asumir su legado cultural y, así, nada mejor que identificarse con ellos mediante la adopción de su gentilicio. Pregunten, si no, a los bilbilitanos, gentilicio de la actual Calatayud (Zaragoza), que asumieron en su momento el nombre de los habitantes del antiguo municipio romano de Bilbilis. Es el mismo caso de Andújar en relación con Iliturgi. Hasta donde alcanzan mis noticias, el primero en entroncar ambas entidades mediante la adopción del gentilicio iliturgitanos para los habitantes de Andújar fue Juan del Caño, canónigo de León, el que descubrió en 1571 el culto que se le brindaba en las tierras del antiguo Reino de Galicia a uno de los siete Varones Apostólicos, precisamente nuestro Patrón, San Eufrasio. Se puede leer en la Vida, Martyrio, Translación, y Milagros de San Euphrasio, Obispo, y Patrón de Andújar. Origen, Antigüedad y excelencias desta ciudad (1657), más conocido como El Terrones, por su autor, Antonio Terrones de Robres, un ejemplo de lo que se viene llamando libros de antigüedades, en los cuales se recogen las excelencias, supuestas o reales, del pasado del núcleo urbano que se quiere encumbrar. Por cierto, al hilo de la referencia a nuestro Patrón, conviene también recordar que los gentilicios que hacen alusión a núcleos premusulmanes, como es el caso de iliturgitano, suelen ser usados más bien como referencia a la jurisdicción eclesiástica y no a las entidades de población romanas de que surgen.
Casi medio milenio de tradición, ahí es nada, surgida quizás por una impropiedad, pero ya instaurada entre los hablantes. El Diccionario de la Real Academia Española, encargado de recoger en sus páginas este producto de la tradición que forma parte de la historia de la lengua, no se equivoca al definir iliturgitano como el oriundo de nuestra ciudad, porque así lo entiende el pueblo, la comunidad social, que es en definitiva la usuaria de la lengua. No obstante, sí es cierto que se equivoca la Academia al identificar Andújar con la antigua población romana (no compete a los lingüistas dilucidar este tipo de problemas; ahí es donde intervienen los historiadores). Sin embargo, frente a la anonimia de esta intrahistoria, se alza el afán de protagonismo de algunas voces. Aparte de pasar a una posteridad más que dudosa, ¿qué pretenden estos historiadores con eliminar nuestro gentilicio?, ¿es que no puede convivir con el de andujareños? Ambos, desde el punto de vista de la lengua -que es a la que, insisto, pertenecen- son completamente correctos. ¿No se dan cuenta de la trascendencia de sus actos? Porque, puestos a eliminar todo aquello que atenta contra la verdad histórica, distinta a la de la lengua, los de Mengíbar serían los que deberían ser llamados iliturgitanos. ¿Contemplan esa posibilidad, como también la de dejar que San Eufrasio deje de ser nuestro Patrón, simplemente porque era obispo de aquella 'lejana' Iliturgi? ¿Cambiamos los nombres de nuestros comercios, de nuestro equipo de fútbol? ¿Empezamos a decir verrojo?
Frente al rigor que siempre he perseguido en mi carrera académica, con el que he pretendido defender mi posición sobre toda esta polémica, quiero ahora sacar a relucir mi lado más humano. En realidad, me produce cierto sonrojo que los historiadores que han sacado a la palestra este asunto desconozcan el hecho de que no siempre corren paralelos los caminos de la verdad histórica (la de la narración de los hechos pasados, de manera bien objetiva, bien con un determinado enfoque) y los de la verdad de las convenciones, a la que pertenece precisamente la lengua. Y, lo más doloroso, me produce una enorme tristeza observar cómo se desprecia la tradición, que es el sustento mediante el que sobreviven las manifestaciones humanas, sobre todo por parte de los que viven precisamente de ella.
Siendo así las cosas, pueden estos historiadores seguir pregonando que hay que eliminar el gentilicio iliturgitanos para denominar a los habitantes de Andújar; pueden seguir inundando la red y el papel con sus argumentos. No nos queda otra, porque parece signo de estos tiempos decir cualquier cosa, aunque se desconozca, y difundirla a los cuatro vientos sin control alguno, gracias a la facilidad que hoy brindan los medios. Por mi parte, he de decir que quizás desconozca la historia, pero, al menos, creo que conozco algo la lengua. Ahí arriba presento mis credenciales. Y no voy a cejar en el empeño de denunciar estas incursiones que nacen como resultado de la combinación, por una parte, de la ignorancia sobre el ser más auténtico de cualquier pueblo; y, por otra, de un afán de notoriedad que, sinceramente, no me merece interés alguno, si no fuera por la potencial gravedad de sus consecuencias.
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