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JOSÉ LUIS GONZÁLEZ
Lunes, 13 de octubre 2008, 04:22
'Cazorla de calle' pasó un año más con el público como protagonista estelar de las tres jornadas. El fuerte viento que ha azotado la localidad durante todo el fin de semana provocó sólo la suspensión de un espectáculo, que será trasladado con toda probabilidad a los primeros días de diciembre, coincidiendo con el puente de la Inmaculada. El esfuerzo de la organización por celebrar un año más este evento se ha visto recompensado por el aplauso de las miles de personas que han presenciado los once espectáculos programados. Y todo ello sin contar con el apoyo económico del tejido empresarial cazorleño, que una vez más se escapa por la vergonzosa tangente del 'aquí me las den todas'. Manuel Molina y Diego Navarrete, como principales exponentes de un cortísimo equipo organizativo, merecen todo ese reconocimiento del que no se han hecho acreedores, tampoco, otras autoridades municipales, ausentes como casi siempre cuando el teatro, causante de todos los males, cobra protagonismo. La 'Ciudad del Teatro', como pomposamente se dio en llamar Cazorla, merece algo más; pero da la impresión de que la caja se cerrará y la llave se lanzará al río del olvido, ese en el que se ahoga la cultura cuando las crisis económicas justifican su ajusticiamiento. Cortos de miras Los cazorleños y todos aquellos que se han acercado a la localidad serrana este fin de semana, ajenos la mayoría a la cortedad de miras referida, disfrutaron de la tarde-noche del sábado y de la mañana del domingo como solo aquí se puede hacer. Adrián Schvarzstein volvió ha hacer de las suyas y 'El hombre verde' de la mañana se transformó por la tarde en el showman de 'Dans'. Su estilo rompedor, desinhibido y descarado le han convertido en una de las sensaciones del festival. El australiano Oskar, con 'Viajeros al tren', y el brasileño Disco Bar, con 'Vermut' consiguieron congregar al mayor número de espectadores de esta edición. Uno lo consiguió en el Patio del Ayuntamiento y el otro en un abarrotadísimo Teatro de la Merced, donde butacas, pasillos y escaleras fueron ocupados por casi quinientas personas. La noche del sábado la cerraron Kanbahiota, con 'Nómadas', y Guirigay, con 'La fiesta de los locos'. Los primeros pasearon desde el Paseo del Sto. Cristo hasta la Plaza de la Corredera una rueda de grandes dimensiones. En ella realizaron múltiples ejercicios acrobáticos acompañados por la voz en directo de una mezzosoprano que, en las dos plazas, consiguió un absoluto silencio del público congregado. 'La fiesta de los locos' rompió todos los esquemas al mostrar una ensoñación medieval en tres escenarios dispuestos en la Plaza de la Constitución. Máscaras de madera, voces latinas e instrumentos medievales completan la odisea de un héroe soñado. Espectáculo para recordar Tras escuchar la prodigiosas campanitas de Istonio, de las que brotaron melodías por todos conocidas, llegó la hora del espectáculo por el que se recordará esta edición de 'Cazorla de calle': 'Éxodos', de Cal y Canto. En él se revisa un tema tan de actualidad como el de la inmigración; la vida de un marroquí antes, durante y después del paso del estrecho. El desarraigo, la ruptura familiar, el engaño, la soledad, el desprecio, la humillación y un final feliz que, por desgracia, pocas veces es posible. La historia se desgrana poco a poco a través del continuo movimiento escénico provocado por la movilidad de la mayoría de los elementos a lo largo y ancho del lugar en el que todos, actores y público, se sitúan. Los protagonistas cantan, bailan, ríen y lloran haciendo sentir al público cada una de estas emociones. En definitiva, un digno final de fiesta para 'Cazorla de calle'.
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