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JUAN JOSÉ MONTIEL
Domingo, 27 de septiembre 2009, 03:46
La mañana está calurosa, aunque dice el hombre del tiempo que para media tarde va a llover. Es el veranillo del membrillo, que los tratantes conocen bien. A medida que va avanzando la jornada, por las praderas del Coto va desfilando una muchedumbre que, tal vez más por curiosidad que por otra cosa, se acercan hasta el recinto vallado donde acaso un centenar corto de cabezas entre caballos, yeguas, potros, potrancas, burros, mulos y algún que otro pony ocupan el llano, al lado de sus dueños y los carromatos en que han sido transportados hasta el lugar. Es una estampa pintoresca y hasta algo anacrónica, pero que, a pesar de todo, se mantiene viva, casi como una reliquia. Al margen de los tratantes, muchos de ellos provistos de esos sombreros llenos de tipismo, a los que a veces acompañan hijos o parientes -este es un oficio de hombres- la feria de ganado alcalaína, probablemente como todas las que siguen perviviendo por la Piel de Toro, completa su escena con una serie de personajes de alguna manera imprescindibles.
No falta el charlatán, que vende navajas, y las prueba ante la clientela cortando cristales y mostrando los resultados, que no parecen muy convincentes dada la escasez de la venta. «¿Dónde os habéis dejado el dinero?», pregunta, entre socarrón e irónico. La feria se sigue acompañando de esta parafernalia de vendedores que proveen de lo necesario en estos casos: sombreros, cencerros Ni siquiera falta el vendedor de lotería, que prueba suerte entre el gentío.
Luis Jiménez, viene de Cabra (Córdoba), y lleva viniendo desde siempre, lo cual puede traducirse en varias décadas. Cuándo se le pregunta cómo es la feria de Alcalá, nos dice que hay años mejores y años peores, pero que nunca suele irse de vacío. «Unos años se vende uno, otros se venden dos». ¿Y cuánto vale un caballo? Se preguntarán muchos. Nos cuenta Luis que es un tema muy variable, como todo en esta vida, pero que «un caballico aparente» puede oscilar entre las 1.200 y 2.400 euros -aunque él nos lo diga en pesetas- dependiendo, lógicamente, de la edad y de las «hechuras» del animal.
El de tratante de ganado no es, desde luego, un oficio cualquiera. Para ser tratante hay que tener unas características muy especiales, capacidad de persuasión, labia que diríamos ahora, apreciar la calidad del ganado sin mostrar interés, temple para no calentarse, etc. Eran características de la personalidad, de los antiguos tratantes, difíciles de aprender y el acceso a ese mundo era habitualmente difícil. Solía ser oficio de determinadas familias que se transmitía de padres a hijos como si de una herencia se tratase. Hacia los tratantes había una especie de admiración y respeto.
La feria de Alcalá era, como tantas otras, centro de reunión de cientos de tratantes llegados desde Córdoba, Granada, Jaén, Málaga. Comprador y vendedor iban informados de los precios antes de entrar al trato, normalmente el vendedor pedía una cantidad superior a la del mercado, el tratante enumeraba los defectos del animal y mandaba una cantidad menor, el vendedor se resistía, etc. A veces el tratante se retiraba ver otros tratos; el vendedor entre tanto también se informaba de lo que se mandaba o pagaba. El tratante volvía y vuelta al regateo hasta que llegaban a un precio consensuado. Algunos tratos se empecinaban y tenían que echar mano de un tercero de confianza de las partes que terciaba en el precio final.
Ni que decir tiene que la feria de ganado no es ya ni una sombra de lo que era, un rastro, apenas, de un mundo en vías de desaparición. La jornada avanza y el sol calienta en El Coto. No parecen hacerse muchos tratos pero los «compadres» llevan toda la mañana de cháchara. Quizá mañana haya más suerte.
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