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Lunes, 7 de mayo 2007, 12:55
Alí fue un niño que brilló en su Córdoba natal por su bondad entre todos los que le rodeaban, incluidos aquellos que no deseaban ser sus amigos. De familia pobre, vivió su época de juventud sumido en el deseo de ayudar al necesitado, hasta que un día encontró envuelta en llamas la chabola donde residían sus padres. Su desesperación fue tal que sus amigos no le reconocieron por la furia y las ganas de venganza que inundaba todo su cuerpo.
Las pruebas apuntaban a la fechoría de otro grupo de jóvenes, de clase acomodada, que aprovechando la influencia de sus familias, quisieron dar una lección al que todo el mundo asignó como líder, el verdadero Alí, que transformado tras la muerte de sus padres reunió a unos ochenta chicos cargados de hojarascas, que esperaron la noche para lanzarlas sobre varias estancias de esas gentes importantes, y prenderles fuego.
A pesar de la escena tan aparatosa, no hubo víctimas, tan solo muchos daños materiales, pero lo suficiente para que la justicia se movilizara en busca de los causantes de los incendios, lo que obligó a Alí y al grupo de chicos a alejarse de Córdoba lo más rápidamente posible, refugiándose en la serranía.
Aquel joven fue ganando fama por donde pasaba hasta el punto de que logró formar un grueso ejército, en apenas dos meses. Por entonces reinaba en la ciudad de Jaén un despótico reyezuelo llamado Muley, que había asesinado a su propio hermano para arrebatarle el trono. Este rey conoció noticias de Alí y su ejército, y temeroso de que intentaran entrar en Jaén, unido al odio que le sentía todo el pueblo por su forma de gobernar, extremó las medidas de defensa.
Pero a los pocos días Alí ordenó rodear la ciudad y envió unos parlamentarios para invitar a Muley a que abandonara Jaén con la promesa de que le respetaría la vida, a lo que le contestó con una invitación a que se marchasen a otras tierras porque en esta no tendrían compasión con ellos, por las fuerzas de que disponía.
Ante dicha actitud, Alí decidió avanzar hacia la ciudad, pero se sorprendió cuando vio que se abrían las puertas de la muralla y una multitud salía a su encuentro aclamándole como el salvador. En la plaza fuerte también encontraron a la guarnición que le rendían sus armas, a la vez, que los habitantes le aclamaban como rey.
El opresor Muley había huido durante la noche, aprovechando un secreto pasadizo. Alí se convirtió en el nuevo rey y aquel triunfo tan sencillo como inesperado ablandó de nuevo su alma, y pronto la ciudad notó un notable cambio en todos sus aspectos. Construyó hospitales, casas de misericordia para ancianos e impedidos, arregló calles, instaló innumerables fuentes públicas y bellos jardines.
Mezquita
También destacó por la construcción de la mezquita mayor en el lugar que hoy ocupa la Catedral. Cuentan las crónicas que esta mezquita estaba formada por seis naves con columnas de mármol verde, mientras que los techos y suelos eran del mismo material en blanco. Estaba rodeada por un enorme patio con jardines de muy diversas y vistosas plantas y arbolado.
Los baños árabes fue otra de sus imponentes obras arquitectónicas, que tras ocho siglos son considerados como la obra más bella del mundo en su género.
Murió Alí a la edad de 83 años, rodeado de sus súbditos, pero con la pena de no haber tenido un hijo varón que continuara la dinastía. Junto a su lecho de muerte permanecía en silencio y con los ojos enlagrimados un joven inteligencia, bondadoso y prudente, llamado Alhamar, que días después sería designado para ocupar el trono vacante.
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